“La Santa Clara de Gabriel Sosa, tan elusiva/alusiva como la Santa María de Onetti, está arrimada a un río que ‘se hace el distraído’ y marca frontera con el Brasil, histórico puente mediante, tránsito pesado en todos los sentidos y sin ninguna inocencia. Allí llega –cuarenta machucados, rutinarios años montevideanos– el periodista casi en retiro efectivo Gustavo Larrobla, solo y a intentar desatar –o menos que eso: apenas espiar, atisbar– un ominoso paquete colectivo de secreto criminal. Poner en evidencia la verdad, en suma”, escribe Juan Sasturain en el prólogo de este libro, editado por Aquilina, que se presentó en Fundación TEM el 30 de agosto. Sosa -que vive en Mestuvo acompañado Sasturain (quien además dirige la Colección Negro Absoluto, al cual pertenece Las niñas de Santa Clara) y también por el escritor Christian Kupchik.
Kupchik comenzó su intervención de un modo singular. “Recuerdo que cuando en 2010, Uruguay quedó cuarto en el mundial de Sudáfrica, le preguntaron al ex jugador Paolo Montero cuál era el secreto del fútbol uruguayo. Él dijo que no lo había. O en todo caso, que el secreto era que el fútbol uruguayo era un milagro en el que nadie cree. Si extrapolamos esa verdad a la literatura, decimos que Uruguay, más que un milagro es un gran sortilegio. Y es que posiblemente sea el país junto a Islandia con más escritores per cápita”, dijo. A continuación propuso su propia selección de escritores, que incluyó a Felisberto Hernández, Marosa Di Giorgio, Delmira Agustini y Circe Maia. También, a otros escritores como Armonía Somers y Mario Levrero. En ese “dream team”, Kupchik no dudó en ubicar a Sosa “arriba, con absoluta contundencia”.
También se refirió al periodista Larrobla –quien protagoniza el libro- como un “antihéroe entrañable que escribe notas de tendencia, sea eso lo que signifique, para una revista llamada ‘Posmo’”. “Hasta que un día la directora le encarga una nota más comprometida en esta localidad fronteriza y nuestro periodista de tendencia se transforma en periodista de investigación. Aparentemente ya lo era y muy bueno. Tiene que investigar un caso de abuso infantil”, explicó. En ese marco, Sosa recrea personajes turbios y describe una ciudad donde, según sus habitantes, todo ocurre puertas afuera.
“La novela se lee con adicción, mantiene un ritmo absorbente pero de la investigación, nos enteramos bastante poco. Y es que la gente es amable y simpática pero algo pasa cada vez que Larrobla quiere abordar el tema de una investigación que finalmente, se estanca”, continuó Kupchik. Y es que en Santa Clara, observó, “no hay inocentes”.
“Lo que Gabriel consigue a través de este libro es desnudar de un modo nada dogmático la banalidad del mal que predomina en este tiempo. Y que supera en mucho aquella que describió Hannah Arendt porque se ha extendido hasta los circuitos más profundos de nuestra sociedad”, dijo.
Sasturain consideró que la novela es “saludablemente uruguaya” por cierta morosidad en el tono. “En esta novela no hay tiros, no hay sangre, es una historia contada sin énfasis, todo pasa oscuramente por debajo. No hay grandes revelaciones. Y es que en el fondo, de lo que se trata es de retratar la banalidad de todo lo que sucede, no sólo por un viejo perverso, no solo por un pueblo que se calla. Como le dice alguien ‘vos no sabes en qué país vivís’”, agregó.
Sosa comentó que la novela tiene varios aportes de la historia real de un caso que no pudo cubrir como periodista. Y que Larrobla está inspirado físicamente en Gustavo Escanlar, un escritor, poeta y periodista tan rebele como memorable, autor de libros como Oda al niño prostituto, Estokolmo y La alemana.
“Yo trabajaba en un diario que tenía un suplemento de investigación y empecé a viajar mucho al Uruguay profundo. Entonces en un momento me voy a un pueblo que tiene dos mil habitantes, cinco prostíbulos oficiales, un prostíbulo clandestino, un grupo de cumbia y un cura”, contó. A partir de allí, alguien le comentó que unas niñas del lugar se prostituían en un bosque cercano a la ruta. Sosa investigó pero nunca ningún medio quiso hacerse eco de ese trabajo. Por esa razón decidió transformar la historia en novela. Y decir a su manera todo eso que sigue sin querer ser escuchado.