Los lunes de mayo y junio, Christian Kupchik coordina el taller Crónicas de viaje. Aquí, algunos detalles de su propuesta, por qué viajar no es una cuestión de distancia y la revelación de dónde se esconde realmente la isla de Robinson Crusoe.

– ¿Cuáles son las características generales del taller?

– La idea general es brindar las herramientas necesarias para comprender y, si es posible, también acometer la crónica dedicada específicamente al viaje. Desde épocas inmemoriales, viaje y escritura coexistieron (y esto ya está ejemplificado incluso en muchos de los textos sagrados), y posteriormente fueron asumiendo otras formas. La escritura del viaje, durante mucho tiempo, quedó subsumida por el imperativo que la ponía en marcha y la legitimaba: el viaje podía ser para descubrir y conquistar nuevas tierras, científico, comercial, militar, etc. Pero aún así, estos viajes, más allá de sus objetivos, descubrían otro en el interior de cada cronista: el enfrentamiento con una nueva realidad tensaba las fronteras de su propia identidad. Los móviles de muchos viajeros han adquirido nuevos matices, muchas veces inconfesables. Hay un nómada curioso, pero cuya curiosidad no se detiene sobre un objeto específico ni está subordinada a altos objetivos humanistas. Un viajero que se contenta sólo con viajar. Y todo viaje es, en su naturaleza, un relato. La finalidad del Taller es intentar dar alcance a los diversos matices y variables de ese viaje/relato.

-¿En qué consiste la afirmación “La crónica consigue escamotear la racionalidad de lo real para confirmar un nuevo espacio autónomo” que aparece en los fundamentos del taller que darás en Fundación TEM?

– Toda crónica viajera conjuga una escena exterior, un espectador-cronista y una relación de simultaneidad entre ambos. Esa ilusión de presencia produce nuevas marcas de inmediatez: Yo / Aquí / Ahora. A partir de la elaboración del relato se van disolviendo las marcas objetivas de lo real para insertarlos en una nueva subjetividad. El cronista devuelve otra imagen de ese paisaje en un espacio/tiempo determinado para redescubrirlo bajo la pátina de su propia impresión. De esta forma la cuestión del viaje se presenta para la reflexión filosófica actual como un reto de alta complejidad sobre el que es necesario realizar interpretaciones nuevas. Ya desde comienzos del siglo XX los grandes pensadores sobre la cuestión (Pierre Jourda, Pierre Martino, etc.) advirtieron que el viaje había sido algo muy relevante en la construcción del conocimiento humano sobre la alteridad, y a la que se le había dado poca importancia en los estudios reflexivos, debido a la ausencia de canon clásico sobre la que se había construido su escritura. Hoy, el cruce de estas subjetividades –a pesar de la voluntad homogénica que pretende la globalización– permite romper con los arquetipos y viejos tópicos. Un mismo espacio mil veces visitado será nuevo dependiendo de la intuición y sensibilidad del cronista.

-¿Las crónicas de viaje se fundan en largos periplos o la cantidad de kilómetros acumulados no guarda relación con la escritura?

– En todos los tipos de viaje es posible vislumbrar una tónica común: el deseo de conocimiento, por parte del sujeto, de cosas distintas, nuevas, en una especie de dialéctica de temor y atracción. Dialéctica por otra parte irresoluble, en la que una vez que el sujeto se pudo apropiar de lo deseado en el viaje, revierte de nuevo sobre sí la búsqueda de la existencia de una posibilidad de seguir viajando hacia otros lugares, ya sean del imaginario, interiores, o de desplazamiento físico. Y ésa es la sed de conocimiento propia del ser humano, ésa es la que llevó a Prometeo a robar el fuego a los dioses, o la que lleva a la ciencia, hasta hoy día, a seguir buscando nuevos descubrimientos. Diría, de todos modos, que la cantidad de kilómetros acumulados no siempre guarda la relación con lo que define al viajero. De hecho, gracias a las posibilidades que generan los medios de transporte y las nuevas rutas, hoy es factible atravesar el mundo de una punta a otra para reproducir exactamente la misma mirada: no hay asombro, no hay sorpresa, se crean todos los mecanismos para recorrer increíbles distancias sin tensiones ni incomodidades. Por otra parte, existe un subgénero conocido como “microviajes” o “viajes en miniatura”, que demuestra claramente que es posible viajar incluso sin moverse. Viaje alrededor de mi cuarto, obra que Xavier de Maistre publicó en 1799, es un claro ejemplo de ello.

-¿Sigue existiendo algún vínculo entre este género y el tiempo como devenir? Lo pregunto porque también lo mencionás en los fundamentos del taller.

– Obviamente, el tiempo como constante exige un cambio de formas. De hecho, el género no era considerado “género” hace algo más de un siglo atrás. Y el viaje, tal como se entiende hoy, tampoco es el mismo. Cambiaron las condiciones objetivas, pero también la sensibilidad con la que se concibe un viaje. Pero si todo puede ser visto, no todo puede ser dicho. Jacques Meunier escribió: “La isla de Robinson, la verdadera, la única, está en cada uno de nosotros. No es más que una dimensión del espíritu.” Antes de ser una realidad espacial, la realización de un movimiento o la huella visible de un itinerario sobre la superficie del mundo, en un comienzo todo viaje es idea, imagen, proyecto, sueño o teoría. En tal sentido, aún variando sus formas, viaje y escritura seguirán acompañándose como devenir.

Texto: Ivana Romero

Foto: Verónica Martínez / Archivo TEM

 

Deja una respuesta