Veinte minutos después de las 19 horas del último miércoles, Juan Villoro hizo su entrada triunfal por las escaleras de la Fundación TEM como una estrella de rock, retrasado por un inconveniente digno de una comedia. Luego de un caluroso aplauso de bienvenida de quienes lo esperaban -colmando el patio de la sede, donde tuvo lugar la entrevista- el autor de Dios es redondo dialogó con Ezequiel Martínez sobre el estreno de su obra de teatro la próxima semana en el Metropolitan, el relanzamiento de Materia dispuesta, una de sus primeras novelas, su inicio en el periodismo, las redes sociales y la música. El periodista se encuentra en Buenos Aires dictando un taller de crónica organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y Fundación PROA.

Entre los asistentes se encontraban: Carlos Busqued, Josefina Licitra, Juan Terranova, Cristian Alarcón, Martín Caparrós y Natu Poblet. Leila Guerriero, que también presenció la charla, dijo a la Fundación TEM que “Villoro es un intelectual con una formación sólida, capaz de hacer cruces con disciplinas como la historia, la ciencia política, la filosofía y, sin embargo, ninguna opaca los textos que escribe, que son de un gran nivel de humor y de una prosa maravillosa”. Por otro lado, ante la pregunta de qué libro prefería de la obra del escritor mexicano, Caparrós respondió que si tuviera que elegir uno, elegiría El testigo, la novela que ganó el premio Herralde en 2004. Y lo fundamentó de la siguiente manera: “creo que es en ese libro donde se concentran y despliegan todos sus saberes narrativos, en una historia compleja, honda, deslumbrante”.

Foto: Marcelo Gómez / Gentileza La Nación

Aquí transcribimos los momentos más importantes de la charla entre Ezequiel Martínez y Juan Villoro.

Ezequiel Martínez: Sos el maestro en un taller para cronistas organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y Fundación Proa; además, se está por estrenar la semana que viene Filosofía de vida, tu obra de teatro, y estás por presentar la reedición de una novela. Empecemos con lo más novedoso, tu rol de dramaturgo.

Juan Villoro: Es una vocación tardía la del teatro, en el sentido de que empecé a escribir hace poco tiempo. Pero fue lo primero que escribí en un grupo de creación colectiva en los años 70 en el que formé parte. Y nuestro gigante absoluto era Alejandro Jodorowsky, que hoy en día es más conocido por sus actos de psicomagia y su lectura del tarot. En esa época, influenciado por el grupo Pánico, escribí mi primera obra de teatro que se llamó Crisol. Luego el teatro se mantuvo como una ilusión y traduje algunas obras. Lo que me interesaba básicamente desde el punto de vista literario era explorar la naturalidad de la voz hablada. Una de las cosas más difíciles es el poder trabajar desde la escritura con una espontaneidad que siempre es un artificio, que no hay nada más trabajado que la sensación de naturalidad. Explorar esas posibilidades sin limitar el lenguaje coloquial. Al mismo tiempo, me parece muy interesante indagar en el diálogo como una coda de la acción. Esos momentos de encrucijada en donde los personajes se muestran conversando o no están siguiendo el hilo de la información de una novela, sino que definiendo la acción por lo que dicen. Y sobre todo esas palabras que definen la acción son palabras que no son palabras aparentemente trascendentes. Lograr eso me parece que es uno de los grandes misterios. Es quizá el motivo esencial por el que yo estoy escribiendo teatro.

EM: ¿Cuándo llega el momento de ser escritor y por qué?

JV: Mi carrera estuvo llena de curiosidad, docencia, descaro y confusión. Una mezcla de factores. Leí De Perfil, una novela de un escritor mexicano que se llama José Agustín, una especie de Jack Keroauc o Salinger mexicano. Para hacer un paralelo argentino, como un Manuel Puig. Introdujo el discurso de los medios de comunicación, el folletín, el guión cinematográfico, el habla coloquial. Una serie de recursos que no se utilizaba en la literatura mexicana. El libro está escrito en primera persona, y mi amigo (que me lo regaló) pensó que la novela eran las confesiones auténticas de un adolescente. Nosotros ignorábamos que se podía escribir ficción en primera persona. Para nosotros la primera persona era un estatuto de verdad. Compensamos que todo fuera real para nosotros. Y lo leímos como manuscrito. Y ese manuscrito curiosamente se ubicaba entre las vacaciones de la escuela secundaria y el bachillerato. De modo que tuve un espejo del que me identifiqué enormemente, al grado de suponer que el personaje de la novela no tenía a nadie y era un héroe anónimo, que no tenía nombre para evitar que no me reconocieran a mí. Porque se dio esta identificación. A partir de esa lectura que me reveló que una vida que consideraba que no tenía sentido ni rumbo podía ser objeto de curiosidad literaria, de confesiones que yo juzgaba auténticas. Empecé a escribir inmediatamente después de leer este libro. Esto fue a los 15 años, en paralelo a la obra de teatro que escribí. Con el teatro estaba rondando la posibilidad de expresarme con las palabras pero con la novela de José Agustín es que se dio este rito de paso, esta conversión simultánea a la lectura y a la escritura.

EM: ¿Cómo llegás al periodismo?

JV: Fue cuando Sergio Pitol me pidió una crónica sobre mi maestro de cuento. Yo estaba en el taller de Augusto Monterroso y se le iba a brindar un homenaje. A Pitol le interesó tener la perspectiva del alumno. Entonces mi primer texto de no ficción fue sobre mi maestro de ficción. Fue un texto provocado por esta circunstancia. A partir de entonces comencé a escribir con alguna regularidad en algunos suplementos y empecé a combinar las dos aguas. Pero sobre todo fue porque me empezó a pesar el aislamiento de la ficción, el no tener pretextos válidos para escribir de ciertos temas que me interesaba espiar y el periodismo me empezó a dar la oportunidad de meterme de manera lícita en lugares donde si no iba a escribir una crónica no podía hacer nada.

EM: Hay una definición de crónica que vos repetís mucho a lo largo de los años: “La crónica, el ornitorrinco de la prosa”.

JV: Alfonso Reyes dijo que el ensayo es el centauro de la prosa. Tiene esta condición hibrida que por un lado narra y por el otro, argumenta. El centauro es la razón que de pronto pacta con la acción. La crónica es un animal hibrido que tiene que ver con muchos más estímulos y que se beneficia prácticamente de todos los géneros: puede tener estructura de relato, la biografía, las memorias, lo epistolar y el trabajo historiográfico. Martín Caparrós ha convertido las declaraciones de sus personajes en poemas. Todos los estímulos hacen que la crónica sea un animal hibrido y el ornitorrinco lo resume muy bien. La crónica, al igual que el ornitorrinco, puede acercarse, parecerse a otros géneros sin ser uno de ellos. Su especificidad esta en acercase a los otros géneros y negarlos al mismo tiempo.

EM: ¿Es una misión para el periodista llegar a la crónica? ¿O hay otras formas de periodismo donde uno puede destacarse?

JV: No haría una definición jerárquica de la crónica. Prefiero un reportero fáctico que a un mal cronista. Me parece muy importante el trabajo de la información día a día, que requiere una dedicación que sin ese trabajo la crónica resultaría imposible. Algunas crónicas que he escrito se nutren de ese trabajo de investigación que han hecho otros periodistas. Es el caso del narcotráfico, que ciertos periodistas han arriesgado su vida para que nosotros conozcamos esas realidades. Yo no lo vería como una diferencia jerárquica. Me cuesta, en lo personal, escribir sobre los hechos. Cuando narro los hechos me gusta narrar lo que se dice de ese suceso: cómo lo recordó, las voces perdidas, lo que se ha escrito previamente. De modo que me conviene más el género de la crónica porque la representación de los hechos es más interesante que los hechos mismos.

EM: Definiste a esto de mostrar todo en cámara y en internet como “fisiología rentable”. Esto de no ocultar el mínimo detalle de la vida privada. ¿Creés que los diarios personales están pasando por Twitter?

JV: La diferencia es la cuestión de privacidad. Lo que me parece interesante del diario es la posibilidad de escribir sobre uno mismo y lo que se va explorando. Eso lo que me resulta más interesante del diario: la escritura privada. Eso en Twitter no existe porque estás en una galaxia de exposición con gente que no conocés. Además no tiene esa condición casi secreta que puede tener el diario. Sin embargo, sí hay un tipo de escritura que extraño que es la de las cartas. Hay una novela de John Berger que se llama De A para X, que es una novela epistolar por una razón muy sencilla: uno de los dos está preso. Hoy en día tienes que estar en cautiverio para que las cartas sean posibles. Como no tienen otra forma de comunicación, son las cartas las que les permiten relacionarse. En cambio, el correo electrónico es inmediatez. Antes con las cartas las atesorabas, las guardabas debajo de la almohada, pensabas qué ibas a contestar. Yo soy de una generación que pedía disculpas por escribir a máquina porque era muy impersonal. También me interesa mucho lo epigramático: la posibilidad de condensar ideas en una frase. En muchas de las cosas que yo escribo hay un pasaje que resume lo que se dijo antes pero que no funciona suelto. Me parece ampuloso escribir aforismos, como gotas de sabiduría o sentencias. La ventaja con Twitter es que son aforismos plebeyos donde yo escribo algo y simplemente no se entendió. No hay pretensión de que eso sea literatura. Son como sombras chinas. Me interesan pocos twitteros, pero encuentro a veces esa capacidad de condensar la realidad que siempre me ha parecido un desafío.

EM: ¿En qué género te sentís más cómodo?

JV: Me interesan todos porque en todos me siento incómodo. No creo que haya facilidades. Cambiar de géneros es cambiar de nervios, de desafíos, de retos, de seguridades. Eso me crea la sensación de que no me repito tanto. Quizás en donde me siento más cómodo sea escribiendo para niños, en la literatura infantil.

EM: ¿Cuánto de tu relación con la música incorporás en tu obra?

JV: Durante mucho tiempo tuve una relación muy fanática con la música, porque yo era un integrista del rock. Sobre todo del periodo clásico tardío que va de Los Beatles a Bruce Springsteen. Era muy dogmático y trabajaba escribiendo guiones de radio para un programa que se llamaba El lado oscuro de la luna, en referencia al disco de Pink Floyd. Ese fue mi trabajo durante 4 años: escribir guiones de rock. Pero quizás lo que más me interesaba de la música en sí era toda la mitología y la forma de comportamiento de los rockeros, ese momento en que la juventud dejaba de ser una categoría biológica y una categoría cultural. Eso me interesaba mucho. Después algo dentro de mí se resquebrajó y me empezó a gustar formas de la música que antes me eran rechazables. Empecé a escuchar otras cosas. Ahora no tengo la visión del coleccionista que tuve en aquel tiempo. Si me pierdo un disco, no me importa mucho.

Al finalizar la entrevista, Juan Villoro le dedicó unas palabras a Tomás Eloy Martínez:

JV: Si alguna vez los directores de periódicos se pudieran elegir por votación y pudiéramos tener un director para un periódico de América Latina, seguramente hubiéramos votado por Tomás Eloy Martínez como nuestro jefe irremplazable. Una vez un periodista me preguntó: “¿Tú no das clases en la Fundación de Nuevo Periodismo?”, y yo le contesté: “¿Cómo voy a dar clases en un lugar donde el maestro es Tomás Eloy Martínez?”. Ahora, dando un taller, lo que demuestro es que soy alguien que viene después de él.

2 thoughts on “Entrevista pública: Juan Villoro en la Fundación TEM

  1. Preciosa charla, he tenido la oportunidad de presenciarla y se puede decir que he asistido a una “clase” involuntaria por parte de Villoro. Digo involuntaria porque también nosotros fuimos sus involuntarios alumnos.

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