Por Tomás Eloy Martínez
El periodismo ha sido para mí un largo aprendizaje que todavía no cesa. Desde muy niño sentí la necesidad de que me contaran historias. Las imaginaba, pero no me creía capaz de escribirlas. Lo que yo conocía del mundo se abría en un delta de preguntas por el que navegaba tratando de saber más y más. Nada saciaba mi capacidad de asombro ni mi voluntad de investigación. A los 16 años empecé a estudiar Letras, pero el mundo que trataba de ver era mucho más vasto que las lecturas de los claustros. En el periodismo, en cambio, se luchaba por Stalingrado, se sucumbía bajo los tres millones de grados de Hiroshima, se discutía a Faulkner y a Bertrand Russell, se descubría a Borges y al Ortega y Gasset que había pasado por Buenos Aires dictaminando que la Argentina, mi país, vivía en estado de promesa, una promesa interminable aferrada a un futuro que estaba a la vista aunque jamás llegaba.
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