Esta necrológica es una de las 72 que se escribieron para el proyecto 72 migrantes, iniciado a fines del año pasado en homenaje a las víctimas de Tamaulipa, México.
Por Cecilia González
Tenía un nombre, una vida, una familia. Alguien en el sur de donde salió o en el norte hacia donde se dirigía, lo sigue esperando. O llora porque ya sabe que no llegará. Sospecha, intuye que se convirtió en botín de guerra del México ensangrentado; que no estará más en el desayuno, el buenos días, las despedidas, las bodas de amigos, las fiestas de aniversario. Nunca más la ilusión de tramitar un pasaporte que pruebe que nació y es, que tiene la piel de tal color y el cabello a tono, que incluya un nombre, una dirección y un teléfono para comunicarse en caso de emergencia. No podrá ser ya nada, salvo un doloroso recuerdo. Por ahora, es sólo un cuerpo masacrado, el número 72.
Desconocemos su historia anterior porque sólo podemos probar que compartió esperanzas, incertidumbre y viaje en territorio mexicano con otras 71 personas, parte de esa multitud que emigra, lo que, según una de las acepciones del diccionario, significa “abandonar la residencia habitual dentro del propio país, en busca de mejores medios de vida”. Venía desde algún alejado rincón de Brasil, Ecuador, El Salvador, Honduras o Guatemala, pero se topó con la muerte en Tamaulipas. Nuestro 72 fue víctima de una masacre que lo convirtió, junto a sus compañeros de tragedia, en mártir del permanente secuestro de migrantes que tanto ignoró un gobierno sordo, al que se le siguen amontonando los muertos, por todos lados. Injusta y vergonzosamente.