Los jueves de mayo y junio, Guillermo Martínez coordina un taller avanzado de cuento. Aquí, algunas características de su propuesta. También, el modo en que ficción y ensayo pueden combinarse para ampliar los horizontes de un texto narrativo. 

-¿Cuál es el aporte que puede hacer un taller para la formación de un escritor?

-El de dar un ámbito y una “atmósfera” para leer y discutir con detalle microscópico sobre sus cuentos, algo a veces difícil de conseguir en las lecturas de familiares o amigos… La posibilidad del detenimiento, el análisis, la corrección sucesiva. El aprendizaje a través del reconocimiento en los errores de otros de los problemas propios del texto. La detección de cuánto hay de lugar común y cuánto de creatividad en sus textos. El intercambio de lecturas y la ampliación de estéticas. La apropiación de nuevas herramientas y procedimientos. Y si todo esto falla, quizá un grupo de nuevos amigos.

-Los escritores suelen tener, al menos al comienzo de su carrera, oficios y profesiones paralelos. En tu caso fue la matemática. ¿Configuró esta profesión tu manera de percibir el mundo y de escribir?

-No en lo esencial: escribo desde los ocho años, terminé mi primer libro de cuentos a los 19, cuando aún no había decidido cambiarme a matemática en la universidad. Siempre escribí en forma paralela a mi formación matemática sin percibir ninguna influencia de una disciplina sobre la otra, aunque hay analogías en cuanto a los aspectos creativos y discursivos, que desarrollé en Borges y la matemática. Pero sí me dio la matemática sin duda personajes, ámbitos y temas que pude luego incorporar a mis novelas (del mismo modo que la pesca con mosca le dio a Hemingway temas para sus cuentos y metáforas sin que nadie infiriera que escribía como un pescador.)

-Tu padre tenía una pasión absoluta por la lectura, según contaste en diversas entrevistas y en la biografía que acompaña tu presentación del taller. ¿Cuál es la importancia que tiene la lectura para un escritor? ¿Qué libros estás leyendo actualmente?

-La lectura me parece fundamental, y una parte crucial de esa atmósfera literaria de la que uno debe rodearse, como un campo magnético de palabras e imágenes que pongan a raya y hasta cierto punto combatan lo prosaico del lenguaje básico de cada día. Cuando escribo siempre me rodeo de textos afines a los temas que tocaré en mi novela. En general, junto con la ficción leo paralelamente libros de filosofía. Acabo de terminar la novela El gran plan, de Paula Pérez Alonso, antes había leído Siete casas vacías, de Samanta Schweblin y estoy leyendo una compilación de Cristina Bosso de ensayos argentinos e hispanoamericanos sobre la obra de Wittgenstein (El concepto de filosofía en Wittgenstein).

-Hace poco se publicó tu último libro, La razón literaria, que reúne artículos, conferencias y ensayos. ¿De qué modo la reflexión sobre la escritura alimenta tu propia obra?

-De varias maneras, que están bastante a la vista, creo, en La mujer del maestro y La muerte lenta de Luciana B. Son ambas novelas sobre escritores… Me gustan muchísimo las varias nouvelles de Henry James sobre personajes escritores y todavía pienso intentar una más en esta línea. Incluso en mi novela Yo también tuve una novia bisexual logré filtrar algo de mis ideas sobre la crítica literaria. Si bien la novela es un romance de campus y buena parte transcurre en una cama (porque el verdadero tema es la gramática de lo sexual), en algún momento el profesor -un profesor de literatura- debe dar una conferencia e imaginé que había logrado desarrollar en su tesis doctoral una teoría de dicotomías en la crítica literaria a partir de algunas ideas de Calvino y de Todorov. Lo que traté de escribir es el momento previo a una conferencia, cuando se ponen en juego, todavía de manera móvil y puramente mental, los temas a tocar y el magma de ideas lucha por encontrar foco. Siempre me interesó el pensamiento dialéctico y después de escribir la novela quise darle una forma más precisa de ensayo a esta teoría imaginaria, pero no logré encontrar la manera de hablar para los dos mundos, porque en cierto momento debía recurrir a ideas y conceptos no intuitivos de la matemática.

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