Compartimos un fragmento del capítulo 19 de La 31 (una novela precaria), el nuevo libro de Ariel Magnus que pronto aparecerá en las librerías de la mano editorial de Interzona.

19. De paso

Como cada día de regreso a casa en que tomaba la curva de la autopista Dr. Arturo Umberto Illia – menos conocida como AV1 Norte –, el contador Acevedo tuvo miedo de caerse. Era un miedo absurdo, con los guardarails a un lado y con la poca velocidad que solía imprimirle a su automóvil, un Renault Laguna que le habían adjudicado por el Plan Rombo justo cuando inauguraron la autopista, hacía ya más de quince años, y al que desde entonces nunca había tenido que llevar al mecánico, ni habría podido, a decir verdad; era un miedo absurdo, pero de todas maneras y como cada día que regresaba a su casa el contador Acevedo retiró el pie del acelerador. En estos pocos segundos de curva siempre se arrepentía de tomar la autopista, un lujo por cierto que injustificable, teniendo en cuenta que se trataba del peaje más caro de la Argentina, cuando no del mundo, poca plata en sí pero escandalosamente mucha para los escasos kilómetros que le habilitaba a recorrer, sin olvidar que existían rutas alternativas gratuitas y no mucho más lentas, además que alejadas de la villa.

Porque Acevedo no le tenía pánico al hecho de caer, si abajo lo hubiera esperado un precipicio, o el mar, sino al hecho de caer dentro de la villa, y no precisamente por la posibilidad de matar a alguien, como asumió su madre la vez en que le comentó su inquietud, aunque en aquel momento él asintiera compungido. Acevedo imaginaba la villa como una selva o un pantano que amortiguarían la caída hasta hacerla imperceptible, pero sólo para causarle luego la más lenta y terrorífica de las muertes, la de quien no logra salir de un pozo insondable o un laberinto eterno.

Por el lapso de estos pocos segundos al contador le hubiera gustado ser como esas personas que cruzan la autopista todas las mañanas y todas las tardes sin recordar, ni siquiera acá en la curva, qué es lo que hay abajo, o entretanto también a los costados y aun arriba, pues las construcciones crecían efectivamente con la voracidad de la vegetación selvática, si nadie entraba a desmalezar no podía faltar mucho para que acabaran devorándose hasta la cinta de asfalto. Que existía ese tipo de gente – aunque para él resultara tan inconcebible como para su madre que alguien tuviera miedo de caer pero no de aplastar a otros – lo había comprobado hacía ya varios años, por medio de un cliente que recién durante un embotellamiento pareció haberse percatado de que ahí abajo vivían personas. “Estuve parado como quince minutos justo arriba de una canchita que tienen ahí, con arcos y todo – le había dicho el hombre con vaga sorpresa –. Estaban jugando unos pibes que la rompían, te digo que daba ganas de bajarse y prenderse en el picadito”.

Lo que tenía que hacer para perder ese miedo estúpido era cambiar de auto, se repitió el contador Acevedo la solución que le daba a su problema prácticamente todos los días, para enseguida recordar por qué también la descartaba todos los días de inmediato: aún pesaba sobre sus posesiones el embargo por la deuda contraída en aquel plan Rombo y eso lo inhabilitaba para inscribirse en cualquier otro plan, con la ventaja al menos de ocultarle que de todas formas no estaba en condiciones monetarias de hacerlo.

Pero a esta altura de sus elucubraciones el Renault pasaba la curva, el contador Acevedo volvía a apretar el acelerador y metía la mano en el bolsillo de su saco a cuadros. Extrajo la moneda para pagar el peaje y la hizo saltar en la mano, distraídamente, con la seguridad de quien sabe que no se le va a caer.

—————————————————————————————————

*Ariel Magnus nació en Buenos Aires en 1975. Estudió literatura hispánica y filosofía en la Universidad Humboldt de Berlín, donde también trabajó para la cátedra de Romanística. De vuelta en Argentina, publicó Sandra (2005), La abuela (2006), Un chino en bicicleta (2007, Premio de novela “La otra orilla” y traducida a varios idiomas), Muñecas (2008, Premio de novela corta “Juan de Castellanos”), Cartas a mi vecina de arriba (2009), Ganar es de perdedores(2010), Doble Crimen (2010) y El hombre sentado (2010). Participó de diversas antologías, entre ellas Historias de hotel, surgida de la Residencia Creativa interZona 2011. Colabora con diversos medios latinoamericanos y europeos y trabaja como traductor literario del alemán.

Deja una respuesta