Foto: Vivian Ribeiro

Una muchacha muy bella, novela editada recientemente por Eterna Cadencia, abrazó el desafío de contar una historia mínima capaz de abarcar una época, y de echar luz sobre detalles en apariencia pueriles para construir la cándida, digna y compleja subjetividad de un niño. A través de un registro de gran precisión y potencia literaria, las páginas relatan la memoria de la vida en común de ese niño con su madre durante los años 70 en la Argentina.

Conversamos con su autor, Julián López, de quien la escritora María Moreno dijo que ha plasmado “un libro inolvidable”

¿Por qué creés que cuando uno lee una novela intimista con frecuencia se siente la pulsión de preguntarle al autor si se trata de una historia autobiográfica?
Me pasa lo mismo, supongo que es muy poderoso acercarse a voces que hablan del mundo de puertas adentro, que uno quisiera verles el gesto a esas caras en ese momento. Hay algo de la curiosidad de romper la muñeca para capturar la lógica de ese organismo, de ese funcionamiento. En cualquier caso, más allá de una curiosidad exagerada, me encanta que me pase eso cuando leo algo porque esa percepción interpela nociones de verdad, de auto y de biografía.

Sabemos que Una muchacha muy bella no es una novela autobiográfica y que, según has contado, la idea te asaltó de repente. ¿Tuviste dudas al abordar un tema tan visitado en las letras argentinas, como son los años de la dictadura?
No es una autobiografía y fue un asalto, pero la verdad es que podría decir que estuvo acechando por muchísimos años. Necesitaba hablar de ‘eso’, meterme con eso. Soy argentino: el espanto también me sucedió; aunque no directamente yo estuve aquí, crecí en un país con campos de concentración. Por otra parte, yo quería hablar a pesar del miedo que me dio siempre el desaire, el gesto fiero. Pero haber podido leer a Pilar Calveiro fue determinante, algo por lo que estoy enormemente agradecido, algo de lo que me siento deudor y que fue un catalizador que me permitió darme permiso.

¿Cuáles fueron los desafíos del registro que elegiste para contar la historia, de ese yo narrador que es y no es a la vez un niño?
Fue hermoso encontrar esa voz y por momentos también duro. Es una memoria de infancia y sí, es y no es un niño. La voz se plantó y me fue guiando, yo sabía que no quería tonterías, que no tenía que construir ‘un niño’, que en general la percepción de los adultos acerca de un niño tiene que ver con lo informe, con lo incompleto. Yo sabía que esta voz estaba entera, el desafío era cómo acompañarla y dejarla aparecer, pero fue un proceso amable, muy incierto, imposible de detener.

La descripción de los detalles es llamativa por lo recurrente y equilibrada. ¿Qué autores podés citar que te hayan inspirado a lidiar con la fuerza y el sentido del detalle en una narración?
Habitaciones, de Emma Barrandeguy, una joya. Pero cuando empecé a escribir Una muchacha… le pasé algunos textos a Marcel Pla, un escritor amigo que me recomendó leer Querido Miguel, de Natalia Guinzburg. No sé si es por los detalles pero ese libro parece la historia de Italia en la década del 70, es una obra monumental, demoledora, muy lejana a lo que yo escribía pero con una reconstrucción de época muy atrevida: como por lo más silencioso, por lo arrasado. En mi caso, los detalles resultaban imprescindibles para construir un mundo confortable para la voz de mi historia.

¿Cuál parte recordás que hayas tenido que reescribir varias veces?
Fue una escritura veloz; el desafío era que se aventurara a ir un poco más allá, no quería complacencia. El epílogo de la novela fue la parte más demandante porque ahí me metía a hablar y me interesaba ser preciso, dejar que mi personaje tuviera una historia propia sin presiones, sin obediencia a ningún deber ser. No es que lo reescribí, pero volví a él algunas veces para ajustarlo.

Una muchacha muy bella es tu primera novela. ¿Qué descubriste después de escribirla que no sabías antes de hacerlo?
Algo que tiene que ver con el valor: el valor de animarse y el valor de las cosas que uno percibe de sí mismo aún cuando no pueda manifestarlas porque todavía no es tiempo. Y, a partir de que salió la novela, que tal vez no sea tan fóbico como siempre pensé que era.


Una muchacha muy bella
Pp. 52-53

Comencé a desplegar una estrategia de innumerables intentos para no dormirme, yo quería estar vivo para no perderme nada de ese momento. Era poco lo que podía moverme sin despertar a esa bella durmiente, pero el primer plano de mi madre durmiendo, aunque por lo cercano fuese tan disruptivo como un Picasso, era algo por lo que me sentía agraciado. Ver dormir a mi madre era una felicidad plena pero yo tenía que estarme quieto, atento, despierto.
Todo lo que hacía para no dormirme tenía un efecto paradojal, cada vez más rápidamente tenía que cambiar la estrategia y el sueño era tal que en un momento no se me ocurría más que contar ovejitas. Entonces me decidí a pensar en fieras, en enormes tigres acechando, traje lobos aullando desde lejos, oliendo el miedo y confiados en el fin de la cacería. Vi a las ovejas obedientes a ese miedo, paralizadas ante la vastedad de la llanura, ante la certeza de no poder sortear esos alambres con que las convencían de su flaqueza. Vi a una de las valientes quedar retenida por las púas del alambre en los rulos de su lana, atascada en posición de huida, quieta, con las demás balándole alrededor para señalarla. Y vi a las ovejas deambularles a los borregos, intentar esconderlos tras las patas flacas. Llegaron las hienas, unos mamiferos resignados al odio y al desprecio con que fueron alimentados, moviéndose en evidente pereza en la mayor distancia y dando pasos indecisos, merodeando la orden de su olfato pero presas tabién del surco de su obligación. Vi a las bocas de las ovejas balar sin aire, unos balidos mudos como de ir de frente hacia las fauces, quietas con los ojos abiertos y los oídos llenos de sonidos secos, de carne contra carne, de aliento contra aliento. Vi cómo miraban sin enfocar, con las pupilas dilatadas, al cuadro de la noche entera, vi cómo balaban mudas hasta ser un manchón de tripas en una escena compartida.

3 thoughts on ““El espanto también me sucedió”

  1. ¡Brillante…!!! López recorre el desfiladero de la vida y de la muerte desde los ruidos de las tripas y embellece, de palabras y paisajes, la dura escena de lo inaceptable. Disfrutando su lectura. Felicitaciones!!!

  2. me maravilla la emoción de la memoria hacia ese amor incondicional(madre) y las bellas descripciones del escrtor que estremecen los sentidos:Cubren los 5 sentidos y mucho más.

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