El pasado viernes, la Fundación TEM fue sede de su primera entrevista pública del año. La periodista mexicana Cecilia González conversó con los escritores Martín Solares y Francisco Goldman sobre sus obras, la literatura y el entrecruzamiento de la ficción y la no ficción en sus textos. Invitados a Buenos Aires por el Centro Cultural de España (CCEBA), transcribimos los mejores momentos de la charla.
Cecilia González: ¿Cómo y por qué se hicieron escritores?
Martín Solares: Me hice novelista en buena medida por culpa de Francisco. Él leyó cinco páginas de un proyecto que tenía y me empujó hasta que lo terminara. Ese trabajo era una obsesión y no le podía encontrar la forma definitiva. Poco a poco me fui dejando convencer y, como dice él: “uno debe encontrarle forma literaria a sus obsesiones”.
Francisco Goldman: Recuerdo cuando leí esos fragmentos por primera vez, ese primer capitulo que me mostraste poco después que nos conocimos en México. Era en la época donde se estaba publicando mi primera novela en español y Martín vino a entrevistarme por ese motivo. Me gustaron mucho esos textos.
MS: En ese tiempo yo escribía cuentos para mí. Sentía -especialmente por uno en particular- que no había tomado forma de cuento, que era como una especie de jarra de vino que tenía una abertura y seguían saliendo cosas, muy despacito, casi a cuenta gotas. Pero ahí estaba yo, tratando de encontrarle la forma. Finalmente Francisco me dijo: “Esto no es una prosa de cuento, es una prosa de novela. No tiene la intensidad o la velocidad vertiginosa propia de un cuento. ¿Por qué no tratas de trabajarlo como si fuese una novela?” Entonces decidí que era tiempo de dedicarme a eso, dejar de trabajar en la prosa periodística. Sin embargo, me considero un monógamo laboral en todos los sentidos. Puedo tener una sola afición escritural semanal o mensual. Me encantaría, por ejemplo, tener una columna periodística semanal y a su vez escribir un cuento, pero no podría. Si escribo un cuento por semana, ya me cansó. Mi vida funciona cuando puedo escribir fragmentos de una novela de lunes a sábado, un par de horas por la mañana y esconderme en el trabajo algunas horas por la tarde.
CG: ¿En qué momento deciden ser escritores?
FG: Me di cuenta en las notas que me daban en la primaria que es algo que siempre estuvo conmigo. No hay momentos en los que decides ser escritor. Si bien era un chico muy indisciplinado, las maestras me decían que tenía un gran talento para contar historias. En el High School, por ejemplo, cuando te va mal en matemáticas, te mandan a la clase con todos los alumnos que les va mal en matemáticas. Me encontré que en todas las clases estaba con los peores salvo en las clases de literatura, que estaba con los mejores.
MS: Yo nunca pensé que iba a ser escritor. Si pensaba que podía llegar a ser dibujante. Me encantaba dibujar de niño. Cuando le empecé a mostrar mis dibujos a artistas que iba conociendo, ellos me decían: “No, por favor, no te dediques a esto. Nosotros sabemos que esto es un arte”. (Risas) Creo que la tinta se tiene que utilizar de alguna manera, entonces ese exceso de tinta lo terminé utilizando para escribir. Me encanta escribir a mano, recuerdo que a mis 7 años terminé mi primera novela en serio. Se perdió, y espero que se haya perdido de verdad (Risas). Me acuerdo de algunos pasajes y yo le suplico al cielo que jamás la encuentren. Lo que deseo es tener tinta suficiente para terminar la segunda y tercer novela en la que estoy trabajando ahora. Creo que debo ser el escritor más lento que hay en la Ciudad de México, porque tardé muchísimo tiempo en escribir mi novela, no tanto en descubrir mi vocación porque siempre supe que quería estar cerca de la literatura. Toda estas inquietudes las fui descubriendo gradualmente: un día que paso sin escribir, es un día de mal humor.
CG: Francisco, en tu caso publicas obras de ficción y pasas a la no ficción.
FG: No es así. Hice un libro solo de no ficción, porque Her say name es una novela autobiográfica. La razón por la que yo hice no ficción fue porque una revista que estaba publicando mis cuentos me ofreció hacer una crónica, y lo vi como una gran oportunidad. En ese momento tenía tenia 24 años, te pagaban bien por escribir textos periodísticos y, además, te enviaban a otros países a cubrir distintos episodios. Como saben, vengo de una familia de inmigrantes y crecí en un suburbio muy típico en las afueras de Boston, pero no tenía mucho mundo. Había viajado a Guatemala, pero por esa época ya estaba estallando la guerra en Centroamérica, que era una guerra donde estaban chocando mis dos mundos, mis dos familias. Centroamérica era mi familia, y Estados Unidos el mundo donde había crecido. Me costaba mucho saber dónde situarme como escritor. Eso me confundía mucho. Si leen esos primeros cuentos que publiqué, van a notar que no me atrevía ni siquiera a darle un apellido a mis personajes, me resultaba muy complicado. Mis personajes se llamaban John H, por ejemplo. Quizás hubiese sido mejor que me quedase ahí, pero por alguna razón sentía que debía explorar ciertas cosas.
CG: ¿Pudiste encontrar el espacio en ese mundo literario?
FG: Tuve que encontrarlo, inventarme mi propio espacio básicamente. Cuando se publicó mi primera novela -que me llevó siete años- estaba en Centroamérica porque me habían enviado a escribir crónicas. En ese momento el Boom reinaba en el mundo, y yo era un joven norteamericano con raíces centroamericanas. Me interesaba lo que estaban produciendo Vargas Llosa, García Márquez, y tenía mucha formación en novela inglesa y norteamericana. En mi novela intenté juntar esas dos tradiciones, como una especie de novela total: entrecruzar el yo de la novela norteamericana (Salinger, Roth, Bellow) y el nosotros de la novela latinoamericana. Me obsesioné con la idea de hacer una novela hija de dos tradiciones.
CG: En la Argentina los escritores tienen la posibilidad de publicar sus libros desde muy jóvenes. ¿Cómo fue para ustedes? ¿Fue premeditado, casual?
FG: Empecé a publicar muy joven. Me gané la vida con ello. Era muy pobre, vivía con 5000 dólares al año. Publicaba cuentos de amor, de jóvenes norteamericanos con algún toque experimental. Pero la violencia en Centroamérica me hizo mierda. No entendía cómo convertir todo el horror en ficción. Mis primeros cuentos eran muy juguetones y cuando empecé a intentar escribir ficción, hubieran sido textos de denuncia. Tardé años en encontrar mi propia salida.
Pregunta del público: ¿Siempre escribió en inglés? ¿Nunca intentó escribir en español?
FG: Mi primer cuento se publicó en 1979. En español sólo escribí algunas conferencias, pero el inglés es mi idioma.
PDP: ¿Leyó las traducciones al español que se hicieron de sus libros?
FG: Ese es un gran problema.
PDP: ¿Por qué?
FG: Porque las primeras dos novelas están muy mal traducidas. Españolizan un inglés que es muy americano. Algunos de mis personajes que son centroamericanos, guatemaltecos y mexicanos dicen en esas traducciones “gilipollas” y otras palabras muy feas de Madrid. Un desastre. Ahora insisto en que mi traductor sea mexicano. La que está traduciendo Say her name es cubana.
CG: ¿Fue muy difícil que Say her name fuera tan personal?
FG: Es difícil hablar de la novela en el contexto de esta conversación. Cuando Aura murió en un accidente, yo intenté suicidarme. Después, en Nueva York, un auto me atropelló y estuve internado en el hospital donde me dijeron que me iba a morir. Recuerdo la sensación de paz. “Está bien, mi amor, te sigo”, pensaba. Cuando me repuse y salí del hospital, es cuando comencé la novela. Mi única manera de entender cualquier cosa es escribiendo. Fue un proceso extraordinario. El día que murió Aura escribí una nota para dejarla en su ataúd, pero no pude porque había un vidrio. Le prometí crear un premio con su nombre y hacer una compilación de sus textos, que gracias a unos amigos pudimos concretar y lo logramos. Escribí un libro contándole al mundo quién fue ella y jamás nadie la olvidará. Cumplí. Say her name está escrita desde la locura, en esas páginas palpita la locura. Todos mis traumas están muy vivos. Nunca pensé en escribir unas memorias, siempre supe que la novela era la forma de comunicarme con Aura. Ella era una persona muy talentosa, muy conectada con la literatura. Yo quería escribir un libro que le gustara a ella. Say her name es una manera de mantenerla viva y no soltarla.