Josefina Licitra es, junto con Martín Caparrós, Leila Guerriero y Cristian Alarcón, uno de los nombres ineludibles de la crónica periodística en la Argentina. Desde 1994 escribe para los medios nacionales (entre ellos el diario La Nación y las revistas Rolling Stone, Newsweek, Veintitrés, Dulce Equis Negra y Lamujerdemivida) y para revistas extranjeras como Gatopardo (Colombia), El País Semanal (España), Etiqueta Negra (Perú). Además, integra la nómina de autores de En celo (Sudamericana), una antología de cuentos sobre sexo. En 2004, su crónica Pollita en fuga (publicada en Rolling Stone) ganó el premio a mejor texto otorgado por la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, dirigida por Gabriel García Márquez. Actualmente dicta el taller de crónica periodística en la Fundación Tomás Eloy Martínez.

El Conurbano Bonaerense pedía a gritos ser contado. Y así fue: la novela Kryptonita, de Leonardo Oyola; y las crónicas sobre La Salada de Sebastián Hacher y Nacho Girón dieron cuenta de ese territorio que venía mostrando una riqueza que antes (salvo casos esporádicos) muy pocos prestaron atención. Hace unos días llegó a las librerías Los Otros. Una historia del conurbano bonaerense, el libro de la periodista Josefina Licitra que va detrás de una historia de antagonismo entre dos barrios que sintetiza la naturaleza de una geografía signada por el abandono de años, la ausencia del Estado y el conflicto permanente.

Josefina Licitra / Foto: Alejandra López

1- ¿Cómo surgió Los Otros?

La idea inicial fue de Glenda Vieites, editora de Random House Mondadori. Hacía varios años habíamos acordado hacer un libro propuesto por mí, sobre Susana Trimarco y la trata de personas en Argentina, pero en el curso de la investigación Trimarco empezó a salir en todos lados, incluso salió una serie de televisión inspirada en su historia, y el tema se saturó tanto que me desanimé y propuse dejar el libro. Ahí fue cuando Glenda, después de un tiempo de pensar en algún proyecto alternativo, me sugirió hacer un libro que contara el conurbano bonaerense. Acepté de inmediato porque ese territorio me interesaba, pero después vi que era tan grande que no había forma de abarcarlo. ¿Cómo se contaba el Conurbano? Había que hacer un recorte y encontrar las historias que encarnaran ese recorte que yo quería contar. Como no tenía dinero para dar mil vueltas a ciegas por la zona y ver qué podía contar, pedí ayuda a los productores del programa Policías en Acción, que conocen muchísimo todo ese territorio. Y una vez que ellos entendieron mi búsqueda me señalaron unas posibles historias. Fui haciendo una por una, y la última a la que llegué fue la de Acuba y Villa Giardino, que terminó teniendo una fuerza que anulaba a todas las otras. Supe que ahí había un libro cuando encontré dos personajes muy fuertes, un punto de tensión claro, que es la pelea entre barrios coronada por la muerte de un adolescente, y un problema de fractura social que no afectaba sólo a Lanús, que es donde sucede todo, sino a buena parte del Conurbano. Ahí surgió Los Otros.

2- En el libro son muy importantes las descripciones de los lazos familiares de las víctimas.

Cuando querés profundizar en la vida de una persona, es inevitable ahondar en sus lazos sociales, y la familia es quizás el principal. Acá las personas tenían dos capas familiares: una era la familia y otra era el barrio, y ambas debían ser contadas para entender mejor la forma en que se movían los personajes (que a la vez son personas) dentro del libro. No podía contar a Blanca, la mamá del chico muerto, sin contar a su hija, sin tratar de reconstruir su escenario familiar. Lo mismo pasaba con Marcelo y con Baldassarre. Las familias son información.

3- Además de los lazos familiares de las victimas, aparecen los suyos, como su marido por ejemplo.

Sí, en algún momento menciono a mi marido porque él me lleva en auto a medianoche a La Salada, y La Salada es un punto de tensión narrativa muy importante dentro del libro. En La Salada es quizás donde más claramente se articula el relato “convencional” del conflicto entre los barrios con el otro relato, el personal, que está más vinculado a mi búsqueda de una verdad no sólo a partir de la información que voy encontrando sino también a partir de mis fallas y mis prejuicios de clase. Necesité contar desde dónde escribía, y ese “desde dónde” incluyó, en algún momento, hacer mención de mis lazos familiares. No quería presentarme como la periodista íntegra que naturaliza cualquier tipo de escenario. Principalmente porque tenía que ver con una honestidad hacia el lector: yo no soy eso. Y en segundo lugar, porque creo que funcionaba bien narrativamente la idea del periodista extranjero. Contar lo complicado que es ir a La Salada por los caminos convencionales, y no por los que habilitan la policía y los administradores de la Feria cuando el periodismo va a hacer notas, me parece que tenía que estar en el relato. A su vez, mi presencia en el libro se justificaba porque, como dije antes, encuentro en Los Otros dos relatos: el más evidente es la muerte de Héctor Daniel Contreras y las sucesivas peleas entre ambos barrios, y el otro es cómo hace un periodista para construir una verdad a partir de las verdades que le enuncian los otros. Me parece que ese tránsito habilitaba mi presencia. Yo, el narrador, era el periodista buscando consolidar una verdad propia.

4- En Sangre Salada, Sebastián Hacher también intenta sacar al cronista de ese lugar inmaculado. ¿Su libro va por el mismo camino?

Sí. No me interesa la figura del periodista que se las sabe todas. Creo que si uno trabaja a partir de las fisuras personales y hace explícitos los errores que cometió durante la investigación, eso ayuda a la honestidad y por ende a la solidez de la historia. Hay una idea que aparece en el libro que es la del periodista falible, el periodista que camina con su falla a cuestas, y eso hace que si bien es un libro en primera persona, no sea vanidoso. O al menos no más vanidoso que cualquier otro libro.

5- Hay momentos de mucha tensión, como el de La Salada, donde aparecen los insultos ya no en boca de los personajes sino en la del narrador. ¿Por qué?

Los insultos son puntos de violencia del lenguaje que trabajé en momentos muy precisos. Debe haber dos o tres en todo el libro, y están para reconstruir la subjetividad del narrador en momentos de tensión. En cuanto al capítulo de La Salada, hay una parte de monólogo, de desesperación y de angustia porque voy cruzando una vía de tren y estoy a punto de caerme al Riachuelo desde una altura de treinta metros. Ahí es lógico que diga: “¿qué hago acá? Quiero volver a mi comodidad de clase. Yo no soy parte de esto”. Porque el periodista nunca es uno más, y en ese caso yo necesitaba rubricar esa distancia. Ese lugar no era natural para mí. No debería ser natural para nadie.

6- Se lee en Los Otros, en boca de un entrevistado: “En Acuba se mezcla todo lo que quieras: la conflictividad social, la contaminación, la complicidad de los funcionarios, de los punteros…” ¿Cree que Acuba reúne los elementos que configuran gran parte del conurbano bonaerense?

Reúne muchos de los elementos propios de las zonas más apaleadas del Conurbano. El problema de Acuba incluye elementos como la desaparición del Estado, que se va y deja de seña a los punteros; la complicidad entre las empresas y el poder político de turno; el clientelismo, los horrores ambientales y la pobreza como herencia generacional. Y lo que se ve en esta historia es cómo todo ese entramado funciona de modo tal que si uno quisiera desarmarlo, no sabría por dónde empezar. Y ese problema no es sólo de Lanús. Sólo por dar un ejemplo, hay gente que sin el puntero no sabe cómo tramitar el DNI. Lo que el libro muestra es que hay ciertas zonas que parecen no tener retorno. Siempre tuve una mirada pesimista de casi todo, pero si me quedaba alguna duda sobre lo irreversible, ahora no la tengo más.

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