Con motivo de la entrevista pública que realizará la periodista mexicana a los escritores Francisco Goldman y Martín Solares en la Fundación TEM el próximo viernes 23 de marzo, compartimos el primer capítulo de El arte del asesinato político, publicado originalmente en la revista española El Cultural.

Francisco Goldman


I. El asesinato
26 de abril de 1998

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La tarde de un domingo, pocas horas antes de ser asesinado a golpes en el garaje de la casa parroquial de la iglesia de San Sebastián, ubicada en el centro histórico de la ciudad de Guatemala, monseñor Juan Gerardi Conedera bebía whisky y contaba chistes en una pequeña reunión celebrada en el jardín de la casa de un amigo. Los chistes de monseñor Gerardi eran famosos por divertidos y, algunas veces, atrevidos. Tenía fama de chistoso. «En una reunión con él, se escuchaba todo un repertorio de chistes», le diría a los policías, dos días después, el padre Mario Orantes Nájera, auxiliar de la parroquia. «Ojalá lo hubieran conocido.» Los guatemaltecos admiran a alguien que puede contar chistes. Un buen chiste es, entre otras cosas, una defensa contra el miedo, la soledad y la desesperación de no poder hablar. En las situaciones más tensas, incómodas o tenebrosas, un guatemalteco siempre sale adelante con un chiste o dos, contado con un aire casi serio, a menudo con un recitativo torrente de palabras, con menos énfasis en la voz, raras veces alzada, que en los gestos de las manos. Hasta cuando la risa es forzada parece un alivio.

Los guatemaltecos han sido siempre conocidos por su reserva y secretismo e incluso su melancolía. «Hombres más remotos que las montañas» fue como Wallace Stevens los describió en un poema después de visitar la «Guatemala ajena, a quemarropa, verde y real». Dos culturas profundamente ceremoniosas y fantasmagóricas, la españolacatólica y la maya-pagana, dieron forma a la identidad nacional del país a lo largo de siglos de crueldad y aislamiento. (Los barcos del imperio español raramente anclaron en las costas guatemaltecas porque la tierra les ofrecía un botín poco atractivo, especialmente si se comparaba con el oro y la plata disponibles en México y Suramérica.) En 1885, el escritor y político exiliado Enrique Guzmán describió el país como un Estado corrupto y policial, lleno de tantos informantes del gobierno que «hasta los borrachos eran discretos» -una observación que nunca ha dejado de ser citada porque nunca, de un dictador o gobierno a otro, ha dejado de parecer cierta.

Monseñor Gerardi era un hombre grande y aún fuerte a pesar de sus setenta y cinco años. Medía cerca de un metro ochenta y pesaba alrededor de cien kilos. Era de pecho amplio y espalda ancha; nariz prominente y colorada; cabello crespo, grueso y canoso. Después del asesinato, sus amigos recordaban no sólo su sentido del humor y su afición por el alcohol, sino su voracidad para leer, su inteligencia realista y su casi clarividente entendimiento de la política guatemalteca, notoriamente enredada, corrupta y letal. Todo ello lo convirtió en el consejero más confiable de su superior, el arzobispo Próspero Penados del Barrio, una figura menos terrenal. Poco tiempo después de que Penados fue nombrado arzobispo, en 1983, hizo regresar a Gerardi del exilio político en Costa Rica. Como fundador de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, a la que usualmente llaman por su acrónimo ODHA, Gerardi se convirtió en uno de los líderes y voceros más importantes de la Iglesia católica.

La reunión en el jardín esa última tarde de la vida del obispo Gerardi celebraba la conclusión de Guatemala: Nunca Más, un informe de cuatro volúmenes, 1.400 páginas, sobre una investigación sin precedentes de las desapariciones, masacres, asesinatos, torturas y violencia sistemática que había padecido la población guatemalteca desde el comienzo de los años 60, décadas durante las cuales dictadores militares y gobiernos civiles de derecha bajo dominio militar emprendieron la guerra contra grupos guerrilleros de izquierda. Unos doscientos mil civiles fueron asesinados durante la guerra que había concluido formalmente en diciembre de 1996 con la firma de los Acuerdos de Paz supervisados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El ejército guatemalteco había vencido fácilmente en el campo de batalla, pero firmar la paz con la guerrilla se había convertido en una necesidad política y económica. Aun así, el ejército pudo dictar varios de los términos de los acuerdos y diseñar para sí mismo y para las organizaciones guerrilleras una amnistía que suprimió de raíz toda posibilidad de que alguien entablara juicios por crímenes relacionados con la guerra. Esta «piñata de autoperdón» fue el comienzo siniestro de una era supuestamente democrática basada en principios como el respeto por la ley, el acceso a la justicia y la desmilitarización.

Los Acuerdos de Paz promovieron la creación de una comisión de la verdad apoyada y financiada por la ONU -la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, CEH- que pretendía establecer el historial de los crímenes cometidos durante los años de guerra. Pero muchos activistas de derechos humanos, incluido monseñor Gerardi, quien había participado en las negociaciones de paz, dudaban que esa comisión pudiera proveer un informe completo de los hechos. La comisión no estaba autorizada a identificar con nombre y apellidos a violadores de derechos humanos y no podría responsabilizar a nadie por los crímenes. Los testimonios dados a la comisión tampoco podrían ser usados en futuros juicios. Como contrapartida, bajo la guía de Gerardi, la ODHA emprendió una investigación paralela de apoyo, el proyecto para la Recuperación de la Memoria Histórica, conocido como REMHI, la cual culminó con el informe Guatemala: Nunca Más. El obispo Gerardi escribió la introducción de ese informe.

El miércoles 22 de abril, monseñor Gerardi junto con Ronalth Ochaeta, un abogado de treinta y tres años, director ejecutivo de la ODHA, y Edgar Gutiérrez, de treinta y seis, coordinador de REMHI, ofreció una conferencia de prensa para informar a los reporteros sobre el contenido general de Guatemala: Nunca Más. Cuando un reportero preguntó si tomaban medidas de seguridad, Gerardi cedió el micrófono a Gutiérrez, al mismo tiempo que se volteó para murmurar al oído de Ochaeta: «Qué vaina.» Poco después del asesinato, Ochaeta vio en un periódico una fotografía que había captado justamente ese instante. El obispo, recostado en su silla, tenía una mirada de preocupación.

La siguiente noche, el jueves 23 de abril, monseñor Gerardi y su equipo habían invitado a periodistas y personajes influyentes a una cena en el Palacio Arzobispal, una extensión del complejo de la Catedral Metropolitana, cerca de la iglesia de San Sebastián. Esa noche se entregaron copias de los dos primeros volúmenes de Guatemala: Nunca Más -«El Impacto de la Violencia» y «Los Mecanismos del Horror»-. Mientras los invitados cenaban, el obispo Gerardi explicó la metodología del REMHI, y minutos después respondió preguntas de los asistentes. Durante un período de dos años, explicó, alrededor de ochocientas personas se habían sometido a un entrenamiento intensivo para recopilar los testimonios de la investigación. Operando desde trece centros regionales, los «animadores a la reconciliación » habían recorrido y atravesado todo el país. La población de Guatemala es sesenta por ciento maya-indígena, y los mayas, los campesinos rurales especialmente, habían sido las víctimas más afectadas de la carnicería de esa guerra. Más de la mitad de las entrevistas de Guatemala: Nunca Más se habían realizado en quince idiomas mayas y el resto en español.

El viernes 24 de abril, Guatemala: Nunca Más fue formalmente presentado en la catedral. La grande y tenebrosa casa del Señor -un austero y firme edificio neoclásico de ciento cincuenta años cuyas paredes aún muestran las marcas provocadas por el terremoto de 1976- estaba abarrotada de diplomáticos, políticos, miembros de organizaciones no gubernamentales, antiguos guerrilleros, periodistas, activistas de derechos humanos y otras personas. El único organismo no representado, a pesar de la invitación, fue el gobierno del presidente de Guatemala, álvaro Arzú Irigoyen.

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