Alejandro Wall y Andrés Burgo están por arrancar con su taller Cómo transpirar una historia deportiva en Fundación Tomás Eloy Martínez. Nunca dudamos de que fueran unos apasionados en lo que hacen, pero esta entrevista es una materialización impecable del amor y la profundidad que ponen en su trabajo. Con dos periodistas de vocación que viven con entusiasmo goleador cada línea, estamos ante un taller de lujo al que todavía podés inscribirte.

¿Qué eventos deportivos recuerdan que hayan funcionado como un ejemplo flagrante de que el deporte es un reflejo de la sociedad?

AW: El deporte, más que un reflejo, funciona como un espejo de la sociedad. A veces como un espejo de agua, algo distorsionado. El descenso de River fue una expresión de nuestros dramas. Su caída tan sonora incluyó violencia y corrupción. Vemos nuestras miserias en la eliminación de un Mundial y nuestra desmesura en una victoria sobre la hora. En un estadio de fútbol hay muchas de esas representaciones a escala. Desde el capitalismo con sus marcas y patrocinadores en disputa, hasta ese instante en el que un jugador se para frente a la pelota y el arquero espera tenso el disparo, y la repetición, acaso como farsa de una ejecución.

AB: El deporte parece inventado para que el hombre junte en una sola disciplina todas sus capacidades de proezas, emociones, miserias, ídolos, antihéroes, épica, triunfos, fracasos, miedos, tragedias, violencia, negocios millonarios, casos de corrupción, apuestas clandestinas e ingenios tácticos. Y va más allá de un evento deportivo específico: puede suceder en la final de los 100 metros de los Juegos Olímpicos, cuando Usain Bolt rompe con las leyes de la biodinámica. O en un partido de fútbol de Primera División, cuando miles de personas se mimetizan a favor de los barras bravas; o en un partido de tenis de chicos de 8 o 10 años, cuando los padres se ubican al costado de una cancha y mediante gritos y gestos les transfieren a sus hijos una catarata de exigencia. Aclarado este punto, el triunfo de Jesse Owens enfrente de Adolf Hitler, en los Juegos Olímpicos de 1936 o, más en la actualidad, los permanentes triunfos de los fondistas keniatas en los maratones, presentan al deporte como una actividad que además reivindica a los desposeídos.

¿Qué crónicas deportivas los han inspirado a ser mejores cronistas deportivos?

Ali y Castro, La Habana, 1966. Foto: Emiliano Thibaut

AW: Alí en La Habana de Gay Talese, es la Maradona de la crónica deportiva. Lo curioso es que Talese cuenta que ninguna revista quería publicársela. Le rechazaban la genialidad. También El último hombre muere primero, de Juan Villoro, sobre el suicidio del alemán Robert Enke, un reportaje para Etiqueta Negra sobre la tragedia de ese arquero que vivía la soledad de los tres palos. La guerra del fútbol, de Ryzard Kapucinski, muestra, como pocas crónicas, ese hecho político que también puede resultar el fútbol. Fiebre en las gradas, el libro de Nick Hornby, también fue inspirador. Igual que Julio Villanueva Chang, que durante un taller en Medellín nos hizo sentir asco por lo que escribíamos mientras leíamos crónicas de Segurola, Fernández Moores, Caparrós, y Villoro.

Foto: Perenyi/Augenklick

AB: Hércules en bañador,  de Santiago Segurola, una presentación del nadador estadounidense Michael Phelps antes de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. También El Gol de Diego Torres, la reconstrucción del segundo gol de Diego Maradona a Inglaterra en 1986. Muestra cómo las entrevistas a los protagonistas, 20 años después, pueden servir para conseguir una mirada original sobre un tema muy trillado. Agrego Correr con los keniatas, un libro de un autor inglés, Adharanand Finn, que durante un año se instaló en el valle de Iten, en Kenia, para entender por qué los atletas locales son los mejores maratonistas del mundo. Y El oro y la oscuridad, de Alberto Salcedo Ramos. Una crónica de la vida del ex boxeador colombiano Kid Pambelé que implica una patada en el hígado a la comodidad del periodismo de escritorio. Lejos de quedarse en datos obtenidos por Internet, el autor estuvo dos años junto al ex deportista y logró un perfil íntimo.

¿Pueden compartir ejemplos de autores que no se han dedicado al deporte, y de los que, sin embargo, puede aprenderse mucho para narrar el deporte?

AB: Javier Cercas. Por cómo, en Anatomía de un instante, fue capaz de diseccionar un momento de la historia: el fallido golpe de Estado contra el presidente español Adolfo Suárez. Y Ryszard Kapuscinski. Porque nos demuestra que el mundo es muy  grande como para detenernos demasiado tiempo con lo que dijo Carlos Bianchi en una conferencia de prensa o lo que hizo Ramón Díaz en un banco de suplentes.

AW: La derrota es la expresión más humana del deporte. Y Cervantes con el Quijote nos enseñó a ser buenos perdedores. La literatura, en general, se ha encargado mucho de los derrotados. Talese dice que el deporte trata de gente que pierde, vuelve a perder y pierde una vez más. Eso es el Quijote, un delantero optimista que se enfrenta a las defensas más recias, imaginarias defensas, que dibuja grandes jugadas, pero que nunca encuentra el gol. Cervantes nos dio con el Quijote una gran lección deportiva porque no hay nada más deportivo que intentar todo, incluso cuando se tiene la certeza de la derrota. Es la expresión más noble y amateur del deportista.

 ¿Cuándo se nota que un autor no ha transpirado su historia deportiva?

AB: Cuando se queda en la comodidad de buscar toda la información en Google o YouTube, una práctica cada vez más habitual en las redacciones. Ninguna crónica nace terminada. Escribir es un oficio hermoso, pero a la vez incómodo, a veces incluso doloroso. Para encontrar la palabra adecuada se necesita paciencia de orfebre. Para que el texto quede terminado hay que leer, releer, corregir, volver a escribir y volver a releer todas las veces que sean necesarias. Uno de los grandes males de las redacciones en los últimos años ha sido la hibernación del cronista: creer que su única fuente es lo que puede conseguir a través de su computadora y del televisor. No salen a la calle. No caminan. No transpiran. Sólo opinan.

AW: Transpirar una historia es no quedarse sólo con el resultado, buscar más allá de lo que vemos frente a nuestras narices. Un partido de tenis no consiste sólo en dos hombres separados por una red con raquetas en la mano. Hay algo ahí atrás y ahí adentro. Encontrarlo es nuestro desafío. Un autor no ha transpirado su historia si al menos no lo intenta; si no se propone superar su propia ignorancia. La mejor historia, tal vez, nace de la pregunta más simple. Un autor que no transpira es el que no investiga. Le leí algo así a Salcedo Ramos: un reportero que no invierte tiempo en la investigación es como un atleta que no invierte tiempo en el entrenamiento previo.

 ¿Qué no debe faltar bajo ningún concepto en una historia deportiva inolvidable?

AW: A una crónica deportiva no le puede faltar humanidad. Me gustan las historias con contradicciones, que es la sal de la condición humana.  Una buena historia tiene que tener tensión y una entrada que impacte como una trompada. Tiene que tener subjetividad porque, al cabo, es la mirada del cronista la que manda. Una historia deportiva bien transpirada debe tener detalles observados con lupa, intimidad y contexto. Y, sobre todo, tiene que estar bien escrita.

AB: Esfuerzo en la búsqueda, honestidad en las palabras elegidas y una mirada ética en el foco. Trabajo. No debe faltar trabajo. Escribir una crónica no es exponer un tema superficialmente, sino inmiscuirse a fondo. Es casi como la labor de un actor que interpreta un papel: nosotros somos el texto. Una nota debe ser una extensión intelectual y humana de su autor. Escribir sobre las derrotas y los triunfos de los deportistas (o los dirigentes, o los hinchas) sin proyectar los valores propios es un trabajo a medias. Y si es posible, tampoco debe faltar tiempo. Un buen texto debe ser macerado, no escupido. Por supuesto hay casos en los que el tiempo es imposible, como una crónica para un diario del día siguiente: en ese caso, siempre es recomendable dejarse llevar por la emoción. Muchas veces, los deportistas son héroes que hacen por nosotros los que nosotros no podemos. Son nuestros ventrílocuos.

Última pregunta: ¿tres cronistas deportivos argentinos y tres del exterior, de todos los tiempos, a los que admiren?

AB: Del país, Ezequiel Fernández Moores, Dante Panzeri y Pablo Perantuono. Del exterior, Santiago Segurola, Gay Talese y Juan Villoro, aunque los dos últimos no sean cronistas deportivos.

AW: Desordenado y obviando las nacionalidades, leo con placer y admiración a Ezequiel Fernández Moores, Santiago Segurola, y Carlos Arribas; a Juan Villoro, Martín Caparrós, y Juan Becerra aunque no sean estrictamente cronistas deportivos.

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