“Llegué al periodismo con la idea de que estaba a préstamo mientras me crecían alas para volar hacia la literatura. Pero muy pronto descubrí que en el periodismo se podían contar historias que conmovieran, asombraran, que causaran interés, que ayudaran a entender lo que sucedía, que perduraran en la memoria de la gente”, dijo Alberto Salcedo Ramos. En un tramo de la entrevista pública que le hizo Luciana Mantero, el gran cronista colombiano aseguró que desde niño quiso contar historias. Y que, en definitiva, una crónica consiste en hacer visible lo invisible.

Esta conversación tuvo lugar en la nueva sede de Fundación TEM y contó con la participación de periodistas, estudiantes y un público ávido de escuchar a Salcedo, de paso por Buenos Aires para dar un taller en el marco de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). De hecho, durante la charla estuvo presente Jaime Abello, director general de la FNPI, acompañado por autoridades de Fundación TEM.

Salcedo nació en 1963 en Barranquilla pero se crió en un pueblo cercano, San Estanislao. “Allí había sólo una sala de cine, un servicio de agua por pocas horas en un pueblo caluroso y polvoriento. O sea que la vida se hacía al aire libre. Si cerrara los ojos y buscara la banda sonora de esos años, encontraría muchos cuentos, muchos chismes. Había un gran gusto por la palabra. Así que desde chico, quise contar historias”, relató. Un único periódico llegaba al pueblo, recién a las cuatro de la tarde, cuando ya las noticias eran viejas. El niño Alberto curioseaba los diarios pero no le parecían interesantes porque hablaban de gente que desconocía: “Era como un mundo de astronautas y marcianos porque nadie de los que aparecían en el periódico podía ser mi vecino”.

Pero cuando llegaba los músicos trashumantes, él sí sentía que esas historias lo convocaban, que el universo que mostraban esos juglares en sus canciones “eran versos que me pertenecían”. “De modo que las primeras crónicas a las que les presté atención es la de los juglares de la música del Caribe colombiano. Le cantaban a un matrimonio que se había desintegrado, a la hija de un rico que se había escapado con un pobre. Creo que me gustaba  porque se trataba de noticias que podía bailar y cantar”, observó.

En ese contexto, la música nunca fue para él un pasatiempo. De hecho, actualmente tiene un programa de radio. “Yo descubrí que era melómano en una época donde había que tener parafernalia: discos de vinilo, radiolas, y además había que ver cómo llegaba la música a un pueblo olvidado”, contó. Un día vio en una de las casas donde había equipo de música, una foto de Billie Holiday: “Estaba haciendo un gesto con el micrófono. No parecía el gesto de una persona que estuviese cantando sino de una persona que estaba sufriendo. Entonces me encantaba oírla y descubrí con los años que lo que me gustaba  es que ése era el rostro de alguien que se estaba jugando la vida, a quien le estaba sucediendo algo trascendental mientras cantaba”.

Tras el secundario, decidió estudiar literatura. “Ay, hijo, vas a pasar hambre. Estudia periodismo, que igual se mueren de hambre pero tienen sueldo”, aconsejó su madre.

El trabajo en diarios le sirvió a Salcedo para aprender los secretos del oficio: escribió pies de fotos, cubrió cumbres antidrogas; entrevistó a dirigentes sindicales, políticos, ministros. Así aprendió a interactuar con la gente, a afinar el oído, a saber dónde podía esconderse una buena historia. “Yo quería hacer crónica no porque sintiera que la noticia era poca cosa sino porque  la crónica es un género que me permite contar el cuento a mi manera”, dijo.

“Uno de los equívocos es si la crónica es periodismo o literatura. La crónica es periodismo y literatura. Se investiga, se reportea, acudís a la observación directa, a las entrevistas, al trabajo etnográfico, eso es periodismo. Pero todo eso está escrito con belleza estética o sea, el tratamiento formal es literario. El equívoco está en pensar que la literatura es sinónimo de ficción. Lo cierto es que no sólo los escritores de ficción los únicos autorizados para escribir literatura”, aclaró en otro tramo de la entrevista.

Así como reconoció que escribir es tortuoso (“he fantaseado con la idea de alguien caritativo que apareciera con una primera versión escrita de mis crónicas así yo sólo tenía que corregirlas”, comentó que disfruta mucho oyendo historias y estando con la gente. “A veces siento que no estoy escuchando el testimonio sino viendo esa realidad que me están contando como si fuera una película. Me siento espectador de esa película. Por eso voy a quedarme tanto tiempo como sea necesario. Me gusta propiciar encuentros en los cuales pueda ver a las personas tal como son en su vida cotidiana, no sólo hacerle unas cuantas preguntas”, dijo.

Sin embargo, eso no significa que una buena crónica se escribe sólo “si nos demoramos dos años investigando”. “Hubo una época donde había periodistas más humildes que nosotros, que eran capaces de hacer una crónica del día. No esperaban un Nobel, era su trabajo. Era un modo de decirles a los lectores ‘tú compras el diario todos los días, te mereces que yo me sacrifique para que tengas esta crónica mañana. No es la crónica con la que ganaré el Pulitzer pero es con la que te voy a pagar la fidelidad que tienes con el diario’. Eso se ha ido perdiendo”, puntualizó. Y agregó: “A mí me gustaría que se recuperara ese gusto por la crónica. Eso está siendo necesario en nuestra prensa, sobre todo en estos tiempos en los que es más difícil que un periódico se desmarque de lo que está pasando en las redes sociales. Martín Caparrós dice que los malos editores inventaron la especie más exótica de periódico que es la del periódico hecho para gente que no lee. Y entonces se fueron los que sí leen. Entonces él se pregunta si hay conciertos para melómanos que no oyen”.

Fue entonces cuando Mantero le preguntó cómo hace la prensa gráfica y la crónica para competir con las primicias en épocas de redes tecnológicas como Twitter. “En el periodismo existe felizmente una oportunidad para todos los géneros. Los periódicos tienen voz, los periódicos nos hablan de cómo se ven las sociedades a sí mismas y tienen una forma particular de hablar. Si se muere alguien importante, el periódico informará sobre eso. Aunque alguien lo haga con un tweet, apresurado, sin investigación, el periodista lo hará de otro modo, atendiendo la responsabilidad de dar la información en el momento. Pero luego vendrán las oportunidades para los otros géneros, para el comentarista, para el editorialista, para el cronista que tome un rasgo humano para ampliar la historia… Los periódicos hacen posible que todos esos géneros dialoguen entre sí y le proponen al lector mayores posibilidades de interactuar con la realidad para abarcarla y comprenderla mejor”, respondió.

¿Cómo es la voz de Salcedo?, preguntó Mantero. “Yo pongo el énfasis en sonar natural. El mayor esfuerzo que hago cuando escribo es que el texto suene como si hubiese brotado sin esfuerzo. Y para lograr eso tengo que hacer un gran esfuerzo. A veces en un renglón hay ocho palabras y encuentro que puedo sacar cuatro. Cuando las limpio, suena más natural”, dijo. “Me gusta escribir con las palabras que creo que me pertenecen, que son ésas que podría usar en una charla con mi abuela. El asunto no está en la grandilocuencia sino en la sencillez y la naturalidad”.

Se refirió lateralmente a algunos de sus trabajos como El Oro y la Oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé; La eterna parranda. Crónicas 1997-2011 o Viaje al Macondo real y otras crónicas. Pero sí fue enfático en textos que lo han emocionado, como ésa crónica de Osvaldo Soriano donde José “El Nene” Sanfilippo recrea un gol mítico entre las góndolas del supermercado Carrefour. Y es que alguna vez ese piso había sido la cancha de San Lorenzo, donde Sanfilippo marcó aquel gol.

También evocó a Tomás Eloy Martínez. “Siempre me gustó de su estilo una mezcla de inteligencia, gracia y perspicacia y agudeza, y al mismo tiempo su capacidad de crear belleza a través del lenguaje. Sus crónicas son narrativamente poderosas, artefactos sin fisura. Tienen una sencillez engañosa porque él era dueño de esa naturalidad que yo busco cuando escribo”, dijo.

“He leído muchas cosas de TEM que conservo y que llevo a los talleres. Por ejemplo, el texto “La espalda más hermosa del mundo”.  Es un texto bellísimo y a la vez, una reflexión sobre el azar, sobre lo desconocidos que somos, sobre lo importantes que podemos ser para alguien sin saber que estamos siendo observados en un momento donde nos alejamos. Esa forma de inmortalizar con palabras lo inasible, lo que no tiene rostro, es simplemente lo que usa un gran maestro”, dijo.

También recordó “El día que empezó todo”, un texto escritor por TEM cuando Gabo llegó a Buenos Aires apenas publicado Cien años de soledad. “Es una crónica que reflexiona sobre la fama, sobre los azares, sobre los caprichos de la diosa fortuna, sobre el oficio de escribir”, explicó Salcedo. Y contó esta anécdota: “Muchos años después, estaban Tomás, Gabo y su esposa almorzando en un restaurante y mucha gente interrumpe el encuentro para saludar a Gabo. Mercedes protesta y Tomás le dice ‘El problema no es el restaurante sino que tu marido es muy famoso’. Y Gabo le dice algo así como ‘Tú estás escribiendo sobre mi fama pero tú estás equivocado, mi fama no empezó cuando tú dijiste’. ‘¿No? ¿Cuándo empezó?, le preguntó Tomás. ‘Yo siempre fui famoso, lo que pasa es el único que lo sabía’, contestó Gabo”.

 

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