Con motivo del nuevo aniversario del nacimiento de Tomás Eloy Martínez, el escritor nicaragüense Sergio Ramirez escribió este texto conmemorativo en memoria de TEM.

Sergio Ramírez

Decía Tomás Eloy que Argentina quiso siempre ser un país europeo, y es algo que está a la vista, sobre todo en estos tiempos de catástrofe. “Un país europeo, racional, civilizado”, agrega Carlos Fuentes. Semejante visión, que nace de ese manual de filosofía de nuestras ambiciones de identidad cultural que es Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, se extendió por todo el continente, y los latinoamericanos empezamos a soñar, a la vez, que muchas de nuestras llamadas repúblicas bananeras debían ser como Argentina: fragua de razas, granero del mundo, cuna de la nueva civilización, según Rubén Darío en su sonoro Canto a la Argentina, y tal como aprendí más tarde yo en Nicaragua, porque los libros de lectura de la escuela primaria, bajo el sello de la editorial Kapelusz, venían de la Argentina.

Pero luego aprendimos también, y Tomás Eloy ha sabido mostrarlo muy bien en sus novelas, que gracias a nuestro juego letal de correspondencias Argentina era también una república bananera. Si no, nunca se pudo haber dado allá una historia como la de Isabel Martínez, una bailarina de bataclán recogida por el General Perón en un sórdido cabaret de Panamá durante las vueltas de su exilio, para encumbrarla más tarde como su sucesora en la Casa Rosada, donde contó, para mejor gobernar, con el auxilio de López Rega, un oscuro burócrata que se convirtió en el poder detrás del trono gracias a su prestigio en las artes de la brujería, a la compra de políticos, y a que jefeaba una banda de asesinos para eliminar a sus enemigos. En estos términos, Buenos Aires venía a ser desde entonces como Managua.

La metáfora más espléndida de todo esto es Santa Evita. La Historia pública nunca tuvo tanto relieve de mito como en esta mujer en la que todo el mundo ha visto el personaje incomparable para una novela, una ópera, un musical, una película. Pero la Eva Perón que Tomás Eloy consigue en Santa Evita es la que quedará para la historia como la verdadera, como la que realmente existió. Y este es el gran poder que la novela sigue teniendo en América Latina, el de sustituir con creces a la realidad, y volverse ella misma la realidad.

La historia de Eva Perón es la que siempre querremos oír, o ver, representada a domicilio. La humilde muchacha provinciana que arriesga todo por llegar a la capital para conquistar fama como artista, termina casada con el poder, y muere en la cúspide de ese poder, una telenovela sin final feliz, más que el de la adoración popular al recuerdo de sus bondades, y las intrigas, novelescas en la novela y en la vida real, que rodean su cadáver embalsamado. Eva Perón y el destino de su cadáver, o de sus múltiples cadáveres. Tomás Eloy sublima la obsesión por ese mito.

En El vuelo de la reina, Tomás Eloy regresa de nuevo a la Historia pública, según su propio recuento. Se trata de una historia de amor. Pero detrás está el peso de la corrupción de quienes mandan, las traiciones del poder. Buenos Aires otra vez como Managua. Los múltiples contagios de las enfermedades vergonzosas que han puesto en cuarentena los palacios presidenciales. Otra vez la Historia pública en mezcla con las historias privadas. Por tanto, sepamos que la novela capaz de contarlo todo, siempre estará allí, y que los novelistas seguirán haciendo el papel de los historiadores, como es el caso de Tomás Eloy Martínez.

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