Tomás no sólo era mi amigo, sino que trabajé con él en El Diario de Caracas y viví fascinado por su estilo envidiable, que siempre definí como alquitarado en tono de elogio, hasta que descubrí que el preciso sentido de esta palabra es alambicado, que no es lo que quería significar. Porque lo que admiré en su escritura es el burilado de cada frase, trabajada hasta no dejar ni una sola arista: lo más cercano al lenguaje de un poeta.
Y no reservaba eso para sus libros: sus artículos periodísticos y hasta sus cartas (y los e-mails más modernamente) ostentaban idéntica precisión.
Tuvo también, sin saberlo, un rol determinante para que la presencia de la Argentina como país invitado de honor en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt de 2010 fuera tan excelente como fue: un artículo de Tomás en “La Nación”, en el que resaltaba la importancia de esa presencia y del tiempo que otros países habían dedicado a prepararla, leído por nuestra Presidenta, motivó que se pusieran en marcha los mecanismos necesarios. Hasta eso le debemos a Tomás póstumamente…