A 30 años de la muerte de Copi, en el Teatro Nacional Cervantes se pueden ver dos obras escritas por él. Una de ellas es “Eva Perón”, a la que se suma “El homosexual o la dificultad de expresarse”; ambas con dirección de Marcial Di Fonzo Bo. Dentro del mismo programa también se puede ver “El día de una soñadora (y otros momentos)”, con Marilú Marini y dirección de Pierre Maillet.

Tomás Eloy Martínez ya se había referido a Copi y a su obra. Los invitamos a leer este fragmento de Santa Evita, que en la edición conmemorativa publicada por Alfaguara en 2015, ocupa las páginas 212 y 213. 

Quienes mejor han entendido la yunta histórica de amor y muerte son los homosexuales. Todos se imaginan fornicando localmente con Evita. La chupan, la resucitan, la entierrran, la idolatran. Son Ella. Ella hasta la extenuación. Hace muchos años vi en París Eva Perón, una comedia -¿o drama?- de Copi. Ya no recuerdo quién hacía de Evita. Me parece que Facundo Bo, un travesti. Grabé durante uno de los ensayos o copié de Copi un monólogo en francés que luego él me tradujo con los residuos de la lengua que le quedaban: “Un texto mamarracho –me dijo-, pirujo y tierno como la Eva”. Algo en el límite del sonido puro, interjecciones que contenían el espectro completo de los sentimientos.

Era así, más o menos:

EVITA (al grupo de maricones que la rodean mientras abraza a una o uno, sexo indeciso): Che, me han dejado caer sola hasta el fondo del cáncer. Son unos turros. Me volví loca, estoy sola. Mírenme morir como la vaca en el matadero. Ya no soy la que fui. Hasta mi muerte tuve que hacerla sola. Todo me lo permitieron. Iba a las villas miseria repartía billetes y les dejaba todo a los grasitas: mis joyas, el auto, mis vestidos. Volvía como una loca, toda desnuda en el taxi, sacando el culo por la ventanilla. Como si ya estuviera muerta, como si sólo fuera el recuerdo de una muerta.

Sí, claro, es un retrato del derrumbe, pero imperfecto. Copi no tuvo la calle que había tenido Evita, y en ese texto se nota. El lenguaje tiende a la onomatopeya y a la histeria, remeda la desesperación y la insolencia con que Ella fue elaborando un estilo y un tono que no han vuelto a repetirse en la cultura argentina. Pero Copi escribía con buenos modales. No se puede quitar de encima la familia con poder ni la infancia rica (el abuelo de Copi fue, recuérdese, el Gran Gatsby del periodismo argentino), sus mierdas huelen a la place Vendôme y no a los albañales de Los Toldos: está lejos de la brutalidad analfa con la que hablaba Evita.

La quería, por supuesto. A la comedia -¿o drama?- Eva Perón se le derrama la compasión por los pespuntes del vestido; ningún espectador puede dudar de que para Copi la obra fue un paciente y no encubierto trabajo de identificación: Evita c’est moi. Eso no impidió que una recua de fanáticos peronistas quemaran el teatro L’Epée-de-Bois a la semana del estreno. La escenografía, los camarines, el vestuario, todo se incineró. Las llamas se veían desde la rue Claude Bernard, a doscientos metros.

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