En el primer aniversario de su muerte, el periodista y escritor Enzo Maqueira recuerda a Tomás Eloy Martínez. La nota fue publicada originalmente en el sitio Librusa, agencia internacional de noticias literarias, en marzo de 2011.

TEM / Foto: Gonzalo Martínez

La amistad que hoy recuerda Washington Cucurto (largas conversaciones sobre literatura, las rondas de caipirinha con gin tonic, los e-mails de Tomás que Cucurto vuelve a leer cada vez que está triste) define parte de lo que representaba este hombre para muchos de quienes hacen la cultura argentina. Como dice Cucu, uno de los más originales autores de la nueva generación, Tomás “cachaba la onda”, eso significa que comprendía todo lo que pasaba a su alrededor y, por sobre todas las cosas, tenía la generosidad para aportar su experiencia y su apoyo más allá de las diferencias.

Hay una tapa de la revista ADN donde aparece ese Tomás que hoy todos recuerdan: el escritor consagrado cumple una vez más su rol de prestigioso periodista y presenta a las nuevas promesas de la literatura nacional. Uno de ellos es Diego Grillo Trubba, que por entonces había publicado una novela y seleccionaba textos de menores de 40 años para apuntalar al movimiento que hoy se conoce como la Joven Guardia. Eloy “cachaba la onda” de ese movimiento, y se puso al hombro el reportaje. “Recuerdo de aquella tarde lluviosa: Tomás llegó con un impermeable y un paraguas. Al verlo, me impresionó que parecía frágil. Sabíamos, por rumores, de la enfermedad que había padecido. Nos miramos entre nosotros, todos jóvenes saludables, como quien percibe que el tiempo pasará para todos. Sin embargo, esa fragilidad era sólo una apariencia. Tras ubicarnos en unos sillones, extrajo una serie de hojas con las preguntas. Había leído, había pensado en la nota; no era un compromiso”. Para Florencia Abbate, autora de las novelas El grito y Magic Resort, aquella convocatoria fue una sorpresa. “No entendía muy bien por qué se le había ocurrido hacernos una larga entrevista a un grupo de jóvenes escritores, para un suplemento en el cual ya había publicado entrevistas a figuras como Paul Auster. Sin dudas era un gesto generoso de su parte. Y algo de eso pensé cuando, meses después, nos invitó a tomar el té a tu casa, y nos recibió, al igual que la vez anterior, con la actitud de alguien genuinamente interesado en escucharnos y compartir un rato con nosotros”.

Según Daniel Divinsky, director de la mítica editorial De la Flor (Quino, Fontanarrosa y Rodolfo Walsh, entre tantos otros, forman parte de un catálogo identificado con al humor y el compromiso político), la generosidad parece ser un rasgo propio de su doble actividad como literato y periodista: “Como él no se identificaba solo con un aspecto, su vertiente periodística lo llevaba a querer ‘descubrir’ a los nuevos escritores”. Sin embargo, Divinsky pone en evidencia el primer vacío tras la muerte: “Tomás no fue un formador. Extrañamente, no parece haber dejado discípulos, aunque tuvo mucha gente a su cargo que espero que haya asimilado su estilo y sus enseñanzas”.

La relación entre el periodista y el escritor es una de sus marcas distintivas y, al mismo tiempo, un punto de conflicto. Su hijo Ezequiel, albacea de su obra y editor general de la revista cultural Ñ, recuerda que su padre sentía que su imagen de periodista opacaba la de escritor. Para Divinsky, esta distinción no parece ser ningún problema: “Tomás era un periodista con pluma de escritor. Y uno de los vacíos que quedan tras su muerte es que en la Argentina no hay nadie que escriba con esa precisión y belleza. La elección de temas de sus notas, que era arbitraria, era enaltecida por la forma en que escribía. A veces era más interesante el lenguaje que el tema”. Ezequiel también remarca esa característica como una de las ausencias más notorias desde la muerte de su padre: “Papá representaba a un tipo de escritor que va desapareciendo, que pertenece a la raza de García Márquez, de Rodolfo Walsh, de Martín Caparrós… Esos periodistas-escritores que están al servicio de la palabra, sin importar las formas y desempeñándose en las dos áreas con igual talento”.

Periodista o escritor, a Tomás lo movilizaba la acción. Para Florencia Abbate, “Tomás era un agitador cultural, un escritor preocupado por la realidad inmediata. Hay que recordarlo por su gran preocupación por promover el diálogo sobre literatura a escalas más amplias que las de las estrechas fronteras nacionales, su apertura a una realidad continental, y su claramente sostenida vocación de difundir la voz de la literatura en nuestras sociedades, que se plasmaba, entre otras cosas, en su constante interés de lector por los nuevos autores de cada época. Hay que recordarlo, en suma, por su generosidad”.

La generosidad de Tomás era mucho más que una postura. Cucurto recuerda cuando fue invitado a vender los libros de su editorial independiente en la presentación de las obras completas. También su hijo destaca su buena predisposición para responder consultas, leer manuscritos y ayudar en todo lo que fuera necesario. Es un rasgo que parece trascenderlo más allá de la muerte: hoy, Ezequiel Martínez está al frente de una fundación cuyo objetivo es retomar la generosidad y la cercanía con los más jóvenes. “Papá sabía que los escritores noveles tenían pocas oportunidades y quería remediar eso. Por eso en su fundación estamos organizando concursos y becas, para que esa predisposición no se pierda con su muerte”. Desde una página en Internet (fundaciontem.org), la imagen de Tomás Eloy Martínez –reflexivo, paciente, amable- sigue de cerca las huellas que su obra y su carácter dejaron en la Argentina. Es la manera que encontraron los suyos para tomar la posta de lo que fue en vida; aunque, como dice Cucurto, “cuando se va la gente querida, siempre queda un mega vacío que nada puede llenar”.

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