Dialogamos con el escritor Federico Falco, que entre el 6 de agosto y el 22 de octubre dará un taller de producción de cuentos en Fundación Tomás Eloy Martínez. Para nosotros es un lujo poder contar con un joven docente con una trayectoria tan sólida, y que en fue elegido por Granta como uno de los mejores narradores en lengua española.
¿Cuál es el cuento que has releído más veces? ¿Y por qué lo has leído tantas veces?
Uno de estos dos: “Colinas como elefantes blancos”, de Hemingway o “La dama del perrito”, de Chejov. A los dos los leí por primera vez cuando era adolescente y son clásicos difíciles de eludir cuando se coordina talleres, así que desde el 2003 hasta ahora los debo haber releído por lo menos una vez al año.
¿Por qué suele fracasar un cuento que fracasa?
Los problemas de redacción, de estructura, de punto de vista, las conjugaciones de tiempos verbales, siempre se pueden solucionar, corregir, reescribir. Pero si el autor no se detuvo a escuchar la historia que tenía entre manos, si no se abandonó a ella, creo que el cuento es insalvable. Si en lugar de dejar que el cuento leude por sí mismo, lo arrebató imponiéndole una dirección, lo obligó a decir algo “importante”, le quiso dar una utilidad, el cuento puede ser “correcto”, pero estoy casi seguro de que no va a latir.
¿Cuáles son las reflexiones más interesantes que has leído sobre el género?
Hay un montón de excelentes textos sobre el cuento, lo que un cuento es y no es, el escribir cuentos, y el escribir en general. Desde las “Tesis sobre el cuento”, de Piglia, a los ensayos de Flannery O’Connor en “Mystery and Manners”, desde la correspondecia de Calvino en “Los libros de los otros” hasta la “Explicación falsa de mis cuentos” de Felisberto Hernández, todos están llenos de frases jugosas, de esas que da gusto subrayar. Me parece que es necesario leer todo lo que uno encuentre al respecto, aún a riesgo de abrumarse. Y también me parece necesario tomar distancia y reflexionar por uno mismo.
Una cosa que desde hace un tiempo propongo al comienzo de cada taller, y que de hecho hicimos este año en abril, cuando empezamos, es repartir copias con decálogos. El decálogo del perfecto cuentista de Quiroga, decálogos de Augusto Monterroso, de Onetti, de Julio Ramón Ribeyro, decálogos más documentados y ensayísticos, como el de Andrés Neuman, y decálogos más juguetones y que exceden los diez puntos, como el de Bolaño.
Puestos todos sobre la mesa y leídos uno detrás de otro, lo primero que surgen son las diferencias, las contradicciones. Lo que para un escritor es una regla de oro, para otro es algo que hay que evitar a toda costa. La definición que para un autor funciona, a otro le parece una pavada. Los maestros que uno alaba, otro los desprecia. Lo importante es ver que no hay un único camino ni una única verdad. Cada uno, si quiere escribir cuentos, debe pensar por sí mismo y llegar a sus propias conclusiones sobre el género, sobre lo que está escribiendo, sobre por qué lo hace, qué es lo que lo empuja, a qué tradiciones adhiere y a cuáles no.
Cada uno debe escribir su propio decálogo, plantear su propia poética. La idea es que el taller sea el espacio que propicie esa reflexión, que de herramientas para pensar, que incite a tomar postura.
¿Qué es lo que más disfrutás y lo que menos disfrutás de dar talleres?
Disfruto el compartir, poner un texto en medio y de a poco ir viendo cómo las diferentes lecturas lo van iluminando, generan contrastes, resaltan defectos, indagan, elogian los méritos. Disfruto el momento en que el grupo se une para estar a la altura de cada texto y pensarlo en común, el espacio de diálogo y también de discusión. Disfruto ver cómo los textos crecen, la mano se suelta, la gente va ganando confianza, las lecturas se vuelven cada más francas.
Un taller es un espacio de intimidad expuesta, de mucha vulnerabilidad, de franqueza descarnada pero también de mucha generosidad con los compañeros, con el coordinador. Hay egos, aunque en general prevalece la camaradería, incluso la amistad. De tanto en tanto aparecen personajes que desconocen las reglas o que rompen el pacto y eso obliga a poner límites. Es algo necesario, pero no por eso lo hago con agrado.
Una de las propuestas del taller es que quienes asistan se planteen desde un inicio un proyecto de libro. ¿Podrías explicar la sensación de “unicidad” y redondez placentera que produce un buen libro de relatos?
Yo creo que hay libros de cuentos y libros con cuentos. Ninguno es mejor que otro, pero usualmente los libros con cuentos tienen más de un centro de gravedad, o el centro de gravedad está más repartido, disgregado de texto en texto, mientras que en un libro de cuentos, es un conjunto pensado como un todo, cada texto de alguna manera flota y orbita alrededor de único centro.
Tal vez por eso, en los libros de cuentos sea más fácil percibir esa sensación de unicidad y redondez a la que aludís. En los libros con cuentos, esa sensación es más secreta o menos evidente, pero eso no significa que no exista. Los buenos libros con cuentos siempre tienen la capacidad de generarla.
Si el autor fue sincero consigo mismo, siguió sus impulsos, escribió sólo obedeciendo a su voz interior, cada cuento va a reflejar de una manera u otra los temas que en verdad le preocupan, esos que lo constituyen, que lo hacen único. En ese sentido, no importa si hay variedad de géneros, cuentos en primera persona y cuentos en tercera, cuentos que transcurren en la edad media y otros que acontecen en el siglo XXIV, el libro va a funcionar como un todo. Por eso, para mí, más allá de si es un libro de o con cuentos, un libro de cuentos “sólido” es uno donde podemos percibir a cada momento la sinceridad del autor. No me refiero a una sinceridad autobiográfica, sino a una sinceridad que evita las poses, que no obedece a ninguna agenda, que es original porque encontró sus propios temas y sus propias formas para contarlos y porque se animó a mostrarlos así, sin pretensiones y sin miedos.
Por supuesto, lo ideal es que el libro despliegue un muy buen dominio de la técnica e incluso cierta destreza, cierto virtuosismo. Pero si es sólo eso, va a ser un buen libro, un libro “correcto”, pero vacío. Cuando además de bien escrito un libro es sincero, tiene algo indefinible, único, propio, que lo hace resonar. Tiene buenos cimientos, es imposible de tirar abajo.