Hace un año entrevistamos a Cristina Civale con motivo de la publicación de Las mil y una noches. Una historia de la noche porteña 1960 – 2010. Hoy compartimos Escaleras al cielo, el prólogo de este libro inquietante.

Atardece en Buenos Aires.

Está a punto de empezar el otoño de 2009, sin embargo la temperatura todavía no baja de los veintisiete grados. Camino, acalorada, a toda carrera por las calles del bajo. Estoy un poco demorada. El tráfico en Buenos Aires está cada vez más atascado. Me estoy acercando a la mítica Galería del Este que ya no es lo que era en sus años gloriosos, cuando se fundó, a mediados de los 60s. Ya no hay olor a pachuli y los negocios de cuero, ponchos y mates reemplazan las túnicas de bambula y estampadas en batik, y la bijouterie artesanal y exquisita. La fauna hippie no dejó rastros más que en el recuerdo de los memoriosos y ahora señores de portafolios y compradores de dólares y euros se asoman desde cualquier rincón tratando de captar a alguno de los numerosos turistas que desde hace ya unos años invaden la ciudad. Me  planto en una de las entradas de la galería. La que da sobre la calle Maipú. Justo arriba vive Mario Salcedo que pasó varios años entre las mesas del bar de la Galería, ese espacio exclusivo y superchic, urdiendo la vida, inventándola allí, cuando lo mejor estaba pasando, el fue su creador y también factotum de muchos espacios nocturnos de la ciudad a lo largo de las últimas décadas.  Ahora mismo voy a su encuentro. Me despisto en la entrada. Hay una escalerita que en dos tramos me lleva al edificio. Toco el timbre indicado y a los pocos segundos escucho la voz de Mario. Me indica, imperioso, que debo entrar por la galería, por los ascensores que se encuentran en el interior, a metros de la entrada. Debí haberlo imaginado. A pesar de que pasaron ya casi 40 años de los años gloriosos, el hombre sigue siendo, o al menos sintiéndose, dueño y señor de lo que fue su reinado. Una de las tribus nocturnas de los 60s empezaban la noche al caer la tarde, en su bar de la Galería del Este.

Se corre el velo, arranca la noche, con este encuentro clave comienzo a armar mi relato, una versión de la noche de Buenos Aires. ¿Verdad, mentira? Contar una historia siempre es asumir la cuota de ficción que traen los recuerdos mejorados o a veces inventados. A veces escribir es traicionar porque toda historia es una construcción inevitablemente ficcional. Esta historia es un relato, no aspira a ser LA HISTORIA de la noche porteña. Cómo podría serlo cuando suceden cosas como esta, hablando de un edificio que ya no existe:

-Sí, había una escalera que te llevaba a un sótano- me dice una de mis fuentes.

-Sí, había una escalera. Arriba había dos pistas- me dice otra sobre el mismo lugar.

¿Era arriba o abajo? Lo único seguro es la escalera.

La noche se mira bizca a la distancia, producto del cansancio, los tragos, los blackouts y otras sustancias.

Esa misma tarde de calor otoñal decido que empezará la fiesta y que me voy a meter en ella para averiguar realmente a donde llevaba esa escalera, por ejemplo.

Viajaré en el túnel del tiempo hasta cincuenta años atrás, exactamente en la década en la que nací, hasta que el tiempo me alcance y yo ya pueda ser también testigo, esos ojos que miraron y ahora tratan de recordar.

Mario, todos los entrevistados, los espacios visitados y recordados se van a hacer presentes, estaré ahí, junto a ellos para contar las más de mil una noches como una noche infinita, ese caleidoscopio oscuro que ahora me inquieta porque todavía no tengo mucha idea de cómo reconstruir. Me siento intimidada pero confío en que ganará mi curiosidad.

Como si se tratase de un mar y como si yo no supiese nadar, me sumerjo, que las olas me lleven y me indiquen el camino. Confío.

Así, atravieso la valla de los días pasados y me meto en esos espacios todavía desconocidos. Me voy a apropiar de ellos. Voy a conocer la textura de sus paredes, sus olores y sonidos. Y ya escucho lo mismo que ellos escuchan, soy testigo de sus discusiones, bailo con ellos, camino los sótanos, me entrometo en los vips, me mezclo, soy una más.

El mar me arrastra, por fin, y surfeo tranquila. Parece que elegí una tabla que va a ser una buena aliada.

Aquí y así empieza todo. Y habrá al menos dos historias, la que cuenta este libro y lo que no cuenta. Las otras mil y una noches que otros urdirán en sus propios relatos o recuerdos. Afuera y adentro: es este libro y sus hendijas secretas.

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