Se cumplen diez años de su muerte y lo seguimos extrañando. Es que todos los periodistas argentinos le debemos mucho a Tomás Eloy Martínez. Somos los salieris de Tomás. Es como nuestro santo protector de la búsqueda de la verdad con rigurosidad, independencia y belleza. Por Alfredo Leuco

Tomás fue uno de los más grandes periodistas argentinos y uno de los escritores más potentes y extraordinarios que dio esta tierra. Me gusta recordarlo como alguien para el que nada que tuviera que ver con la palabra le era ajeno. Y como el tucumano que empezó en La Gaceta y consumó el maravilloso casamiento entre el periodismo y la literatura. Los unió hasta que la muerte los separe. Bendijo con su talento la crónica pura y dura, y la ficción. Utilizó como nadie los instrumentos más poéticos para contar las verdades más profundas. No debería permitirse ejercer el periodismo a quien no haya leído Lugar común la muerte. Ese texto es un ejemplo emblemático del “nuevo periodismo” argentino. Escrito con precisión de cirujano en la información y con la magia de un novelista en el relato. Noticias certeras e imaginación como dos caras de la misma moneda del talento.

Comparto con Jorge Fernández Díaz, con quien Tomás conversó hasta sus últimas horas, que La novela de Perón y Santa Evita conforman la mejor historia mítica del peronismo jamás escrita. El texto sobre el General, cumple 35 años y primero, apareció como folletín en El Periodista de Buenos Aires, de Andrés Cascioli, que dirigía Carlos Gabetta y en donde pude trabajar e intercambiar algunas pocas charlas con Tomás. Y Santa Evita cumple 25 y además, es la novela argentina más traducida de todos los tiempos. Tomás, que nunca fue peronista, entrevistó por primera vez a Perón en 1966. Confesó que afrontó esa charla “con el desasosiego y el entusiasmo de quien advierte por primera vez que el secreto viento de la historia está pasando ante sus ojos”.

Tomás Eloy fue el que le dio el primer empujón a la gloriosa literatura de Gabriel García Márquez. El propio Gabo, su amigo de siempre, lo reconoció muchas veces. Hoy seguramente estarán hablando de literatura y política en alguna nube del paraíso con forma de biblioteca, tomando un café entre dos periodistas. Gabo en su momento dijo que Tomás Eloy tuvo el coraje y la visión de ponerlo en la tapa de Primera Plana y elogiar a Cien años de soledad pese a que nadie lo conocía. Cuando García Márquez ganó el Premio Nobel dijo que ese dinero lo iba a invertir para sacar un nuevo tipo de diario latinoamericano que se iba a llamar El Otro. Y llamó a Tomás para que lo dirigiera. Lo consideraba un ebanista del abecedario.

Pocos saben que a los 14 años, ganó un concurso de poesía y que empezó escribiendo noticias con letras móviles en un pizarrón que se colocaba en la puerta del diario. Eran los Twitter de aquella época. Pero solo los leía el que pasaba caminando por la vereda. Después ascendió y fue corrector de pruebas y eso lo entrenó para buscar la pureza del lenguaje. Con el tiempo, escribió hasta guiones para el cine.

Columnista de LA NACION hasta el final, también publicó sus destrezas luminosas en El País, en The New York Times, y fue el primer director de Telenoche. Tomás es mucho más que un orgullo ético de la creatividad para ejercer el oficio de las letras. Fue perseguido por ser un inclaudicable combatiente de la libertad. Tuvo que exiliarse porque la Triple A lo había amenazado de muerte. Una vez lo esperaban en la puerta de un bar para acribillarlo. Tomás llamó a varios cronistas amigos para que cubrieran su propio crimen. La presencia de los colegas hizo que los asesinos enviados por José López Rega huyeran espantados.

Su relato periodístico La pasión según Trelew, al más puro estilo nazi fue quemado durante la dictadura en una plaza de Córdoba por aquel Fürher criollo, Luciano Benjamín Menéndez. Después el libro fue incorporado como prueba al expediente de la causa que investiga la masacre. Hasta avanzada la democracia, Tomás tuvo que enfrentar un juicio por calumnias e injurias que le hizo el Mussolini tucumano, Antonio Domingo Bussi. Finalmente, la justicia le dio la razón al escritor, como correspondía.

En el discurso de apertura de la Feria del Libro del 2006, Tomás Eloy fue muy duro e irónico con el presidente Néstor Kirchner: “La presencia de un jefe de Estado en un acto como éste es insustituible”, dijo desde el escenario. Y después propuso crear otra vez el país, pero a partir de los libros. Sarmientinamente sugirió apagar con civilización los fuegos de la barbarie pasada. Y dijo que con el poder iletrado es imposible dialogar. Solo hay órdenes, subordinación y monosílabos.

Estamos transitando momentos difíciles para ejercer el periodismo independiente. Las profundas convicciones de Tomás Eloy Martinez nos pueden servir como estandarte. Él escribió que “el periodismo, no tiene por qué conciliar con nada ni con nadie. Su misión es, en ese sentido, idéntica a la del artista: revelar los abismos y las luces más secretas del hombre, agitar las aguas, estimular la imaginación, provocar el cambio, luchar sin sosiego para que las perezas y los conformismos que adormecen la inteligencia sean derribados con el mismo estrépito liberador que hace tres milenios hizo caer las murallas de Jericó. Si el periodista concilia, si transa con el poder, si se vuelve cómplice de la mentira y de la injusticia, no solo está traicionándose a sí mismo. Traiciona sobre todo la fe que el lector ha puesto en él y con eso destroza el mejor argumento de su legitimidad y el único escudo de su fortaleza.

En estos tiempos de cólera contra el periodismo vale la pena recordar lo que dijo, cuando agradeció el premio Ortega y Gasset en España: “Aunque a la palabra se le impongan cerrojos y diques, se seguirá abriendo paso como el agua, fortalecida por la adversidad”. Tomás Eloy Martínez no había cumplido 10 años cuando se escapó de su casa a ver un circo sin el permiso de sus padres. Como castigo lo encerraron en una habitación y él allí escribió su primer cuento. Se trataba de un chico que se metía en una estampilla para poder viajar. Así, con fantasía e imaginación, escapó de aquel encierro. Desde ese día empezó a viajar por países, ideas y mujeres y logró transformarse en un torrente cultural que se metió en el corazón y las mentes de sus lectores. Desde ese día se convirtió en estampilla para siempre y nunca más paró pese a que tres tipos distintos de cáncer intentaron borrarlo de la faz de las letras.

Tomás elevó la crónica a la categoría de bella arte. Instaló el concepto de “ficciones verdaderas” para hacer más cierto el periodismo y más hermosa y veraz la escritura. Era el mejor de todos nosotros, dijo García Márquez. Sergio Ramírez lo definió: “Escritor hasta el último aliento, siguió adelante tratando de terminar su última novela sobre el Olimpo, dictándola cuando ya no pudo con los dedos, sin dejarse nunca amedrentar por la muerte. A ese lugar común, la muerte, Tomás dijo que la iba a esperar con los ojos bien abiertos para saber qué hay del otro lado”. Fue fiel a una de sus grandes consejos para los colegas en ciernes: “Preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: verbos capitales” del periodismo.

El mexicano Carlos Fuentes lo despidió con una genialidad: “Tomás, como pocos, nos acercó a la verdad. Huidiza, interminable, como la libertad misma.” Tomás Eloy Martínez. A diez años de su muerte, cada día lo extrañamos más.

La Nación, 31 de enero de 2020 (El texto reproducido es el editorial del programa Le doy mi palabra / Radio Mitre)

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