Informe central//TOMÁS ELOY MARTÍNEZ

El 16 de este mes, el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez cumpliría 80 años. A más de 4 de su muerte, recordamos su obra, conversamos con Ezequiel, su hijo periodista, nos adelantamos a la publicación de su primer libro de cuentos y caemos en la cuenta que, como el gran Tomás Eloy, no hay ni habrá.

“Mi desafío era revelar la verdad en la misma dirección con que Sarmiento escribió el Facundo. El Facundo que ahora conocemos es el de Sarmiento y no el Facundo real; yo quería que el Perón que conocieran las generaciones futuras fuera el de mi novela”.

Tomás Eloy Martínez, tucumano, nacido en 1930, accedió a Juan Domingo Perón en el exilio madrileño de Puerta de Hierro. Conversaron largas horas. Lograron un nivel de confianza tal que el líder expatriado vio en el periodista el vehículo para acercarse nuevamente a Argentina. Y también, seguir construyendo su figura mitificada.  De ese choque nació lo que en 1985 llevaría como nombre La Novela de Perón, traducida a más de 20 idiomas y con decenas de ediciones. De ese choque nació el Tomás Eloy Martínez que modificó para siempre la vinculación entre periodismo y literatura. Martínez exhibió como nadie al General en su propio laberinto de contradicciones. Y desde entonces, se ubicó en el doble estándar de aquellos que informan y ficcionan. Diez años después, de la mano del periodista que también era escritor, llegaría Santa Evita, el calvario del cadáver y el record de ser la novela argentina más traducida de la historia. La cabeza de cada lector explotó ante sus más de 400 páginas. ¿Pero esto qué es? Y Tomás Eloy Martínez, ¿quién es?

PERO QUIÉN ES
Tomás periodista. Profusa obra, vastísima y cuasi inabarcable. Hizo de todo en el oficio, de crítico de cine a fundador y director de periódicos e integrante de cooperativas que se ponían al hombro los proyectos, revistas y suplementos culturales. La Nación, Primera Plana, La Opinión, Telenoche, Panorama, Página 12, El Nacional y El Diario de Caracas –Venezuela-, Siglo 21 –México-, El Porteño, El País de Madrid, The New York Times. De todo.

Tomás cronista. Tucumano latinoamericano, fue uno de los continuadores del llamado Nuevo Periodismo, aquel en donde el narrador dejaba de ser el mero cronista de lo que veía para transformarse en parte de aquello que veía. De ahí sus crónicas reunidas en La pasión según Trelew y Lugar común la muerte.

Tomás escritor. Después de haber publicado ensayos sobre cine y literatura y una primera novela con éxito relativo –Sagrado, en 1969, que ya tuvo el visto bueno de quien sería uno de sus más cercanos, Gabriel García Marques-, en 1985 aparece la citada La Novela de Perón. Desde entonces, se produce un quiebre definitivo no sólo en la vida de Martínez: también en los modos de concebir una obra de ficción. Le seguirán otras novelas que, con en el mismo éxito y repercusión, entrecruzan la mirada del periodista riguroso y la licencia poética del que entiende a las palabras como componentes de una armonía que no se lee. Se siente.

Tomás académico. Licenciado en Literatura española y latinoamericana en la Universidad de Tucumán, fue uno de los pocos periodistas de su generación con formación académica. Formación que lo llevaría, años después, a ser profesor de la Universidad de Rutgers, Estados Unidos.

Ese Tomás Eloy Martínez múltiple, que no se limitó a la bella y narcisa tarea de escribir en su escritorio alejado del mundo sino que, por el contrario, puso cuerpo y cabeza a cada nuevo proyecto, ¿qué fue en definitiva? Alguna vez, él mismo reconoció que su amplia y variada obra en el periodismo, de alguna manera, había eclipsado su tarea como hombre de ficción. Para Ezequiel Martínez, uno de sus 7 hijos, el único que es periodista y que además preside la Fundación Tomás Eloy Martínez, la mirada de su padre “tiene que ver con esa frase que siempre menciono, que él repetía y escribía constantemente: ‘Nos pasamos la vida buscando aquello que ya hemos encontrado’. El buscaba siempre el reconocimiento como narrador más que como periodista. Era tal el peso de su trayectoria periodística, que a veces opacaba al narrador, y como si fuera  poco, escribió novelas, como La Novela de Perón y Santa Evita, que son novelas sobre personajes reales y sobre las cuales hizo una gran investigación. Todo eso confundía y se mezclaba”. No en vano, recuerda que en una columna que escribió en el diario madrileño El País, el periodista  Juan Cruz Ruiz decía que cuando estaba el narrador extrañaban al periodista, y viceversa. “Navegó siempre en esas dos aguas de la escritura”, dice Ezequiel.

_ ¿Y vos dónde lo ubicás?
_ Yo lo considero un narrador, un escritor, alguien que tenía la palabra como su herramienta de trabajo y a través de la palabra hacía tanto ensayos como narraciones y textos periodísticos, no hago una distinción entre si era más periodista o más escritor.

_ No obstante, al final de su obra se sentía más escritor.
_ En las fichas que tenés que llenar cuando viajás, él ponía escritor, lo suyo era escribir, el acto de escribir era su profesión. Por más que hizo periodismo hasta el último día, se volcaba más a la literatura, a la narrativa, y lo hubiera hecho con más énfasis si hubiera vivido unos años más.

EL PERONISMO COMO KARMA
Se ha dicho tantas veces. En cualquier lista de las 10 mejores obras de ficción argentina, no importa quien la elabore, siempre están Santa Evita y La Novela de Perón. E incluso, si el panorama se abre hacia el universo hispanoamericano, junto a los noveles Vargas Llosa y García Márquez, el chileno Roberto Bolaños y el trío local Borges/Sábato/Cortazar, siempre aparecen las dos de Tomás Eloy. ¿Hay en Argentina real dimensión de esas dos obras? Para Ezequiel, “como todos los libros que perduran y a la larga se transforman en clásicos, van a tener que pasar algunas décadas más, el año que viene se cumplen 30 de La Novela y 20 de Santa Evita, y son libros que todavía se citan, perduran. Encontrarán al canón en el futuro, a la distancia se va a valorar mucho más de lo que ya se valora”.

_ Para entender a la Argentina, hay que entender al peronismo. Para entender a éste, ¿hay que leer Santa Evita y La Novela de Perón?
_ Es que es tan difícil entender al peronismo, no creo que exista manual. Pero puede ayudar a entenderlo, es un fenómeno tan movedizo, tan extraño, pero podemos comprender cómo se originó, de dónde vienen Perón y Evita, eso ayuda para comprender el fenómeno.

_ ¿Y cómo se explica, en caso que se pueda, el contacto que tuvo tu padre con Perón, siendo que él no era peronista? Hubo otros intelectuales, como Pino Solanas, que accedieron a testimonios y documentos que muy pocos otros pudieron obtener, pero ellos compartían espacio con Perón, cosa que Tomás no.
_ Cayó en el momento justo. Y Perón, hábil y pícaro como era, lo utilizó. Él estaba prohibido, no tenía acceso a los medios de Argentina, y quería llegar, y Tomás cayó en un momento justo en el que Perón necesitaba esto,  mi papá lo cuenta en otro libro, Las Vidas del General, donde narra las anécdotas de cómo fueron esos encuentros. Las conversaciones para el retorno de Perón, con Lanusse, comienzan en el ’71, pero él antes necesitaba  un amplificador, un micrófono, alguien que le pudiera dar voz en Argentina. Y mi viejo cayó justo en el momento indicado como para que lo atendiera, en el momento en que le dictaba sus memorias a López Rega, y a partir de ahí se generó esa relación, si escuchás el audio de las cintas te das cuenta que se genera un clima de confianza, eran campechanos, mi papá de Tucumán, Perón de la provincia de Buenos Aires, había un clima de confianza. Y evidentemente, Perón también utilizó el tema de que hubiera un periodista para decir lo que quería decir en Argentina.

El peronismo fue, para Tomás Eloy, el martillo que ayudó a fijar su obra como un escritor consagrado. El movimiento político y sus fundadores le dejaron servido en bandeja los elementos para construir sus obras cumbres. Pero a su vez, ese mismo martillo le atormentó cada uno de sus dedos y sus días. De los estertores de La Novela… nació Santa Evita. “Muchos años después –relata Ezequiel-, Jorge Rojas Silveyra, el embajador en España durante el gobierno de Lanusse que le devuelve a Perón el pasaporte, el cadáver de Eva y las pensiones de General, tras haber leído La Novela de Perón, le dice a Tomás que  hay algunas cosas que no fueron así en realidad. ‘Y yo quisiera contarle una parte de la historia’, le dice. Este tipo que negocia todo con Perón, más el coronel Héctor Cabanillas, que se lleva el cadáver y lo devuelve 14 años después, le dan una enorme cantidad de documentación. Un poco al azar, más el sentido del periodista que tenía y logró lo que logró”.

_ ¿Fue un tema que lo siguió obsesionando hasta el final?
_ Después de Santa Evita dijo: paremos un poco, todo giraba alrededor del tema, era inevitable. El peronismo se transformó en una obsesión a partir de estos encuentros con Perón y cuando empezó a descubrir que las cosas que le contaba Perón no coincidían con lo que contaba la historia. Era una obsesión el peronismo, es tan fuerte el peso que tienen esas dos novelas, que es difícil que en el futuro se pueda separar de esas obras.

EL FUEGO CONSTANTE
Las travesuras de la infancia tucumana y la prohibición de sus deseos. Tomás Eloy Martínez, la marca registrada, nace cuando, a su década y metro de altura, padre y madre le prohíben leer. De esa prohibición, advierte el niño encorsetado que busca liberarse del castigo, la imaginación trae premio. Es el arma iniciática con la que enfrenta sus primeras batallas ante la hoja en blanco. Y será, también, su mirada de toda la vida. “Todo el tiempo”, dice Ezequiel sobre la utilización del componente imaginativo en la vida de Tomás. Y se ríe. Además de periodista y lector, Ezequiel es su hijo y convivió con esa cualidad y la capacidad de elaborar historias que no se correspondían con la realidad. O sí. Pero no se sabía. “Yo lo cargaba. Era un muy buen narrador oral, contaba historias de una manera que la gente se quedaba hipnotizada escuchándolo. Y así como introducía en las novelas cuestiones propias de su imaginación, cuando contaba algo también agregaba. Le decíamos que no podía ser, que eran mentiras, y el discutía que sí, que le preguntáramos a tal, que había testimonios, documentos, anda a saber si eran ciertas o no. Lo hacía de tal forma que quizás era verdad lo que te contaba, pero era como el cuento del Pedro y el lobo. Usaba mucho la imaginación, lo disfrutaba, se reía, era como un fuego constante”.

_ Es paradójico que junto a su capacidad de inventar, otra de sus obsesiones haya sido la rigurosidad.
_ Rigor con las palabras que usaba. Lo podías ver 15 minutos sentado esperando que le saliera la palabra exacta que tenía que encajar justo en la música de esa frase, en el párrafo, tenía mucho respeto hacia la palabra. En sus manuscritos, podes ver las correcciones, cómo va cambiando y tachando las palabras. Y después, el rigor del dato. En sus últimos meses, que estaba enfermo  y que escribía sus columnas quincenales para La Nación, El País y The New York Times, me pedía que le buscara tal dato, que me fijara en tal libro, que le preguntara a tal persona. Y yo le reunía toda la información. Y después me preguntaba de dónde lo había sacado, quién me lo había dicho. Y si era de Internet, que lo chequeara nuevamente. Era muy riguroso. Y si no estaba seguro, lo descartaba.

Pero  a estos perfiles, propios del escritor y el periodista, se le suma el académico. Pocos paralelismos se pueden encontrar en la historia argentina de hombres o mujeres que hayan podido pararse con tanta soltura en las tres patas de la creación intelectual. Quizás el único, junto a Tomás,  sea Sarmiento. Porque aquellos que descollaron en el periodismo y en la literatura pueden llegar a la decena –Rodolfo Walsh, Roberto Arlt-. Pero que sumen tarea docente como académicos en universidades extranjeros, difícil. Tomás Eloy Martínez, además de todo lo ya narrado, fue el director del Programa de Estudios Latinoamericanos en la Universidad  de Rutgers en Estados Unidos. “Yo nunca conviví con él  allá –cuenta su hijo-, es más lo que sé de haber visto sus archivos. Tenía cátedras con pequeños grupos de estudiantes muy avanzados, en etapas de doctorado. Sus cursos arrancaban desde los cronistas de Indias y terminaba con la literatura del Siglo XX. Y generaba con ellos una relación de pares, eso lo descubrí después que murió, porque mucha gente que fue su alumna lo contó, como las anécdotas y cuentos de primera mano que contaba y quedaban todos fascinados. Pero a la vez era súper estricto, lo ves en los exámenes, te hacía relacionar Hernán Cortez con una novela de Marechal”.

Pero aún  a la distancia y siendo parte del staff de una universidad extranjera, se las arregló para hacer periodismo en Argentina.  De allí su empeño en aclarar que trabajaba en Estados Unidos, pero vivía aquí. Y así dirigió el suplemento Primer Plano de Página 12, vía fax. Después pasaría a La Nación, editaría sus ensayos y sus crónicas y seguiría con la ficción. El vuelo de la reina –premio Alfaguara 2002-, El cantor de tango y su última obra, Purgatorio. Que, no obstante ser la última, continuó la línea de obsesiones del autor como desde el inicio. No el peronismo; sí la rigurosidad extrema. Pues Purgatorio fue la primera obra que le envió a Ezequiel para que éste le diera una leída previa a la publicación. Pero a las horas de enviarla desde Estados Unidos, ya Ezequiel con la obra en sus manos, pronto a leer, el llamado del padre, el padre consagrado, una obra más, está todo dicho: No la leas. Voy a cambiarlo todo. Y, efectivamente, Tomás la cambió toda. Tal práctica, obsesiva, rigurosa, única de un hombre con la capacidad para equilibrar entre el arte de la literatura, el oficio del periodista y la ciencia de la academia, era habitual.  “Cambiaba muchísimo, hay novelas que tiene 3 ó 4 versiones. Hay una versión de Santa Evita completa, terminada, que la descartó  entera, algo que le deprimía y angustiaba mucho, sentía que no le encontraba el tono, que no le encontraba la vuelta a las cosas, y antes de publicar lo que no lo dejaba convencido, prefería tirarlo y empezar de 0. Y con Purgatorio fue así, me lo mandó, todo anillado, y al día siguiente  me llama y me dice que no la lea, que va a cambiar todo. En sus archivos hay capítulos enteros de todos sus libros que fueron descartados completamente”.

El periodista formado en la bohemia de Buenos Aires se imponía disciplinas, elaboraba sus propios cuadros de rutina diaria para evitar la dispersión, revisaba continuamente cada palabra dicha. Dejó en sus archivos, custodiados en la Fundación que preside su hijo, cientos de papeles, sus columnas, anotaciones, cada trabajo en cada medio en toda América Latina, una novela inconclusa. Es posible que algún día vean la luz.

QUÉ DEJÓ
¿Es posible pensar en la principal herencia de Tomás? Ezequiel piensa. Después dice que cree que con La Novela de Perón y Santa Evita “logró dar vuelta esto que se llamó Nuevo Periodismo, esto de utilizar las herramientas de la narrativa  y de la literatura, para contar hechos reales. Dio vuelta la fórmula, hizo una novela con hechos reales, con herramientas del periodismo, con documentación, con entrevistas. Eso es lo digno que tienen estos libros, sabiendo que era periodista, con la rigurosidad con la que escribía, con toda la documentación que vuelca en esas novelas, con todo eso, inventó documentos y testimonios. Pero es tan verosímil lo que cuenta que no sabés en qué punto inventó y en qué punto se quedó con los hechos de la realidad. Y otro libro que va a perdurar, pese a que hoy no tiene la difusión de los otros dos, es Lugar común la muerte. Son crónicas periodísticas de personajes o hechos, narrados y contados de una manera que los transformó en literatura”.

Nunca dejó, Tomás, de pensar nuevos proyectos. El suplemento cultural de La Nación, ADN, lo tuvo atrás. Y adelante, siempre, los cursos y talleres que dictaba en la Fundación Nuevo Periodismo, de su par García Márquez. “Le encantaba dar los talleres en la Fundación, le daba energía, rodearse de gente joven, de nuevas generaciones, estar en contacto con nuevas ideas. Era lo que le gustaba en el último tiempo”.

Y más, en el último y en el primero, en el tiempo sin tiempo, su Decálogo del Periodista, que debiera ser materia obligatoria en cada carrera que forme hombres y mujeres para informar. El Decálogo, cuando dice que el único patrimonio del periodista es su buen nombre. El Decálogo, cuando avisa que hay que evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Tomás Eloy Martínez, cuando cierra: Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. Es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.

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FESTEJAR LOS 80

El 16 de este mes, Tomás Eloy cumpliría 80 años. Por ello, la Fundación que lleva su nombre inaugurará, ese mismo día, una muestra en donde una serie de paneles recorrerán su vida y su obra, desde los comienzos en Tucumán hasta el final de su vida, con fotografías históricas, recortes y objetos de su pertenencia. “Algo modesto, hecho desde la Fundación”, explica su hijo Ezequiel. La muestra será itinerante.

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UN NUEVO LIBRO PARA JULIO
Junto a las actividades que realizará la Fundación TEM para el aniversario de su nacimiento, se presentará el primer y único libro de cuentos de Tomás: Tinieblas para mirar. “Él estaba trabajando en eso, tenía una carpeta en su computadora que se llamaba cuentos, algunos que fueron publicados en distintos medios y otros que no. Se va llamar Tinieblas para mirar, que es el título de uno de los cuentos. En total son 14, y hay 4 inéditos. Tinieblas para mirar es su primera aproximación desde la narrativa al cadáver de Evita, que lo escribió en los ’70, hizo dos o tres versiones y después se embarcó en la novela, está en el archivo de la Fundación, con sus anotaciones y correcciones a mano”.

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ES TU VIEJO
Ezequiel integra el septeto de hijos de Tomás. Pero de los 7, es el único periodista –actualmente es editor de la revista Ñ, de Clarín.-. Como tal, le caben responsabilidades distintas. Además de presidir la Fundación que lleva el nombre de su padre, es el custodio de su obra. Pero, ¿qué se es antes? ¿Hijo o periodista? ¿Es posible ser algo y no lo otro?
_ Al día de hoy no logro separar. No puedo decir en dónde está mi viejo parado dentro del contexto de la literatura argentina. Del periodismo sí lo tengo más claro, pero dentro del panorama de la literatura no. Cuando empecé, no decía que era hijo de él, temía que me trataran bien o mejor por ser hijo de él y no porque lo que yo podía hacer. Y cuando más o menos me asenté y estuve seguro, no tuve problemas. Es difícil y me cuesta tener plena conciencia fuera del lugar de hijo. Trabajé mucho con él, lo acompañé mucho en sus últimos años, su última novela la revisamos juntos. Pero empecé a tomar más conciencia después que murió que mientras vivía. Mientras vivía era una cosa cotidiana, estás con tu viejo, es tu viejo.

Por: Juan Cruz Taborda Varela

Medio: Matices – La revista de Córdoba

Fecha: 07 de julio de 2014

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