Patricio Fernández es el fundador y director de The Clinic, la revista más leída de Chile. A principios de noviembre, la editorial Random House Mondadori publicó La calle me distrajo. Diarios 2009 -2012, el nuevo libro del editor y cronista trasandino. Compartimos con nuestros lectores un fragmento del libro.

Lunes 22 de marzo de 2010

Ayer entrevisté a Michelle Bachelet, la expresidenta de Chile. Estaba pronta a dejar la casa de la calle Burgos, arrendada por el Estado mientras ejerció la primera magistratura, para cambiarse a otra propia, más pequeña, en la comuna de La Reina. Es una tipa simpática. Cuando se está con ella, se está con ella. Nada más lejos de esos personajes estudiados, que a los periodistas les dictan las frases por miedo a que, descontroladas, cumplan una función delatora, o de esos para quienes la ropa es un escudo y la postura un gesto teatral. No significa esto que no piense lo que habla y salgan las palabras de su boca como huyen los pájaros al primer disparo. Nada de eso, sólo que a veces dice una cosa y todo en ella denota lo que calla. Le importa el tema de la autenticidad, que considera un talento político fundamental. Cree, en el fondo, que la nueva manera de hacer política pasa por producir ese reconocimiento del pueblo en sus representantes. Un reconocimiento que va más allá de lo ideológico y lo programático, que pasa porque en el encuentro de dos ciudadanos de muy distinto rango, el uno pueda ver en el otro a quien verdaderamente es. Cuando la Presidenta habla, sólo puede creérsele, porque la alternativa contraria implicaría que toda ella es una máscara, o sea, una probable Quintrala, y no ha dado nunca un motivo para sospechar semejante desbarajuste. Le cuesta todavía llamar «dictadura» a la dictadura cubana, aunque no ahorra condenas para cualquiera que atente contra los derechos humanos. No parece cargar arrepentimientos mayores. Es evidente que consiguió empatizar con los chilenos. Lo dicen las encuestas, pero también el modo en que ella expresa algo semejante al gusto de habernos conocido a todos. Entre las cosas que dice agradecer, está haber recorrido lo que Lagos llamaría «el Chile profundo», pero que ella prefiere denominar tentativamente «las casas por dentro». En su discurso apenas aparecen las imponentes cordilleras, los ríos torrentosos, las grandes obras de ingeniería… Dice haber conocido la intimidad de las casas a lo largo y ancho de Chile, y es desde ahí que valora el rol del Estado. Su Estado se parece más a un gran hogar seguro que a una industria muy eficiente. No es raro que su pasión por la seguridad social haya primado por sobre el crecimiento económico. Fue una Presidenta mujer, que admiró a las mismas mujeres que la admiraron a ella, y en quienes encontró a sus principales cómplices. Muchas le regalaron los pañuelos con que secaron sus lágrimas el día del cambio de mando. Cuando se refiere al terremoto, manifiesta particular preocupación por la reconstrucción anímica de la población. Intuye que hay gran cantidad de gente aterrada, algunos de manera evidente y otros que aún no se dan cuenta, pero que la doctora sabe que tarde o temprano se deprimirán. Vio lo distinta que fue la reacción en los pequeños pueblos que en las grandes ciudades. Le fascina la palabra resiliencia y está convencida de que para levantar sanamente ese ánimo desmoronado cada persona debe participar en la reconstrucción de su casa y de su vida. No le gusta la idea de una solución caída desde el cielo, sin la participación de sus habitantes. Para nada se considera responsable de la derrota de la Concertación en las elecciones. Si su enorme popularidad no pudo traspasarse —esto no lo dice, más bien calla ante la pregunta—, será acaso porque el candidato fue malo, porque la Concertación no entendió el país que había creado, porque los partidos se miraron demasiado el ombligo, y porque algún gato negro habrá pasado de largo. Lo mejor que ella podía hacer, asegura al retomar la palabra, era llevar a cabo un buen gobierno. No le gusta la derecha, y se nota. Tiene respeto por varios de sus personeros, pero no le parece que los nominados para el gabinete y otros cargos sean social y culturalmente muy representativos de Chile; creo que lo expresó más o menos así: «Demasiado pijerío en el poder». Es obvio que seguirá políticamente muy activa. Si alguien imaginó un día que la Presidenta se iría a criar pollos, erró el tiro. Tiendo a creer que no le parecería tan terrible volver a La Moneda. En lo inmediato, está preocupada de montar la nueva casa donde vivirá. Le gustaría recuperar al menos una porción de anonimato. Pago por ver si lo consigue.

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*Patricio Fernández estudió Literatura y Filosofía en la Universidad Católica de Chile, y posteriormente Historia del Arte Renacentista en Florencia. En 1998 fundó el semanario The Clinic, de carácter satírico y el de mayor lectura en su país. Conocido fundamentalmente por su tarea periodística, ha escrito recopilaciones de sus publicaciones y novelas, en las que se narran episodios de la vida cotidiana.

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