El tamaño de una mesa es el segundo cuento que publicamos de Mariana Skiadaressis en la página de la Fundación. Durante el 2012, la autora cursó el taller de novela de Carlos Busqued. También podés leer La felicidad, un cuento derivado del proyecto novelístico que trabajó en el taller.

MARIANA SKIADARESSIS / Foto: Archivo autora

Mi madre tiene un pinzamiento de los nervios lumbares hace diez años, más o menos desde que le vino la menopausia. Su movilidad empeora cada día y ya casi no puede caminar, no por una falla mecánica sino por el dolor que, al parecer, es insoportable. Mientras le hago la cama, ella se sienta en la mecedora que era de mi abuela y charlamos.

-¿Al final te vas a operar o no? ¿Pudiste averiguar algo más?

– Estuve hablando con un traumatólogo amigo y me dijo que ese tipo de operaciones duran alrededor de seis horas.

-Me habías dicho que te ponen una prótesis metálica para separar las vértebras…

-Sí, es como si me hicieran carpintería en los huesos. Agujerean los costados de la columna con un taladro, luego colocan la prótesis y la atornillan. Y en realidad, todavía no se sabe si mis huesos aguantan semejante trabajo porque después de los cincuenta la osteoporosis es galopante. Tengo que hacerme una densitometría para saber bien.

-No había relacionado lo de la densidad de los huesos, claro, terrible, es como atornillar en una madera apolillada –meto los faldones de la sábana debajo del colchón.

Por recomendación de un amigo, compré un libro sobre un método de ejercicio físico llamado “antigimnasia”. En el prólogo dice que es muy importante la conciencia muscular y ósea para la distensión de las contracturas que causan dolor. No sé qué va a pensar mamá de este tipo de ejercicios, pero quizás la puedan ayudar. Ya intentó varias terapias médicas y otras de tipo alternativo.

Busco en Internet dónde se dan clases y en qué horarios y la llamo con los datos en la pantalla. Le propongo que vayamos juntas.

-Es buenísimo para las personas con problemas de columna como vos y además surgió en el mismo momento en que salió la antipsiquiatría en Francia –digo para interesar a su yo científico.

-Hace siglos que no leo nada de antipsiquiatría, es una antigüedad. Leí unos autores ingleses cuando estaba haciendo el posgrado en psicoanálisis allá por los años setenta. A mis compañeros más hippies les parecía genial, a mí me pareció una obviedad.

-Bueno, la cuestión es que la mujer que inventó la antigimnasia era la esposa del francés que inventó la antipsiquiatría, al menos eso me dijeron.

-Yo estoy cada vez peor: hoy salí a la farmacia y no llegué. A la cuadra me tuve que volver porque veía las estrellas. Le di la receta al portero y él me fue a comprar los analgésicos. Los días de humedad me matan.

La primera clase la tenemos en días diferentes. La profesora dice que no hay que cruzar a la gente conocida para no condicionar el desenvolvimiento de los alumnos. En pocos minutos descubro un interés por mi cuerpo hasta ahora desconocido. Adquiero flexibilidad y voy reconociendo mis huesos, mis músculos y sus extrañas interrelaciones. Por ejemplo, trabajamos los pies y con el mismo ejercicio distendemos la nuca.

La profesora de antigimnasia nos alienta a racionalizar lo que pasa en nuestro cuerpo y nos cuenta, por ejemplo, que cuando una mujer se embaraza –en la clase hay dos embarazadas- se produce un desplazamiento en las vértebras lumbares para compensar el peso de la panza y darle lugar al útero ocupado por el feto en crecimiento.

Una vez mamá me dijo que ella hubiera querido tener muchos hijos y no a mí sola, pero que papá la dejó y a pesar de que todavía era joven, quedó tan perpleja que no se atrevió a formar una nueva familia. Me acuerdo el día que lo hablamos. Yo todavía estaba en el colegio secundario y solía estudiar en una de las cabeceras de la mesa del comedor que teníamos en aquella época. Desde la otra punta de la mesa, mamá me dijo:

-Viste qué grande es esta mesa.

-Sí, es hermosa –era de madera maciza, con vetas oscuras muy marcadas; la tabla tenía como ocho centímetros de espesor.

-Yo quería tener una familia enorme, por eso elegí esta mesa.

-Antes éramos unos cuantos con papá y mis hermanas.

-Pero la familia era de él y se la llevó.

En una de las siguientes clases de antigimnasia noto que una de las embarazadas faltó. Una vez que todos los alumnos nos disponemos en ronda, sentados en la alfombra con las piernas estiradas y paralelas, le profe nos dice que tiene una mala noticia para darnos.

-Se acuerdan de Emilse, ¿no? La rubiecita que se sienta siempre cerca de la ventana por acá –señala un espacio vacío- bueno, me llamó hoy y me contó que tuvo una hemorragia muy grande, la internaron y anoche perdió a su bebé.  Ella está triste pero de salud anda bien. Les cuento porque la clase que viene ella va a retomar. Yo dije que les iba a contar, así ella no habla del tema, pero bueno, hay que seguir adelante.

La antigimnasia no ayuda a mamá lo suficiente, sus progresos se estancan y de a poco vuelve al mismo estado –físico y metal- que antes de comenzar con las clases. Su problema está muy avanzado como para revertirlo con ejercicios. Al fin toma la decisión de operarse, tiene fecha para dentro de un mes.

El ring del teléfono que tengo sobre el escritorio de la oficina me sobresalta. Atiendo con torpeza y la secretaria me avisa que tengo un llamado externo.

-Falta menos para pasar por el cuchillo –dice la voz de mamá. Me cuenta que la van a operar dos cirujanos.

-Uno jovato y otro más joven, que es el aprendiz. Me dieron mucha confianza. El jovato es muy lindo tipo.

-En una de esas ligás un novio –le digo para distraerla.

-Estoy demasiado gorda.

-Va a salir todo bien, mami. Después de la operación vas a poder ir al gimnasio para ponerte linda, así que no bajés la persiana.

-Ojalá.

Corto y siento un mareo, un poco de asfixia y empiezo a llorar. Quizás sea preocupación por la salud de mamá, o el recuerdo enterrado del aborto que me hice a los dieciséis años. Trato de imaginar la cara de Emilse, pero no puedo. Entre sollozos, salgo hacia el baño para lavarme la cara. La secretaria me ve pasar y viene a golpear la puerta. Pregunta si puede ayudar en algo. Le digo que no, que no pasa nada, que está todo bien, y por un segundo hermoso me convenzo de que es cierto.

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*Mariana Skiadaressis nació en Buenos Aires. Es Profesora en Letras (UBA) y trabaja como redactora publicitaria. Publicó sus cuentos en antologías de jóvenes escritores. Actualmente administra #MadreFreelancer, blog del sitio Infobae.

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