En la biblioteca en la que Jorge Luis Borges trabajó durante los años ’30, hoy perviven los libros personales de Tomás Eloy Martínez. Un recorrido que va de Cortázar a Paul Auster, de Oscar Wilde a López Rega.

Cuando presintió que le quedaban pocos meses de vida, le pidió a su familia que reuniera su biblioteca personal, desperdigada por las ­mudanzas y el exilio, y la convirtiera en 
una herencia pública. Esa fue una de las últimas voluntades de Tomás Eloy Martínez, 
el periodista y escritor autor de Santa Evita y La novela de Perón, que murió hace casi cuatro años.

No es que el tucumano fuera una persona solemne. Al contrario, pidió por escrito que en su funeral se sirviera su aperitivo favorito: gin-tonic con papas fritas. Ahora, desde mayo de 2013, los 10 mil vo­lúmenes que le perte­necieron pueden ser revisados por investiga­dores y estudiantes en 
la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez, en Buenos Aires.

El “comité de honor” de esta ONG es un verdadero dream team de escritores que trataron a Martínez: entre otros, el Nobel de literatura Gabriel García Márquez, Paul Auster y el también fallecido Carlos Fuentes, el más cercano de todos.

Con una ayudita de mis amigos

El frente con molduras afrancesadas y balconcitos con rejas verdes de este edificio de principios del siglo pasado del barrio porteño de Boedo se parece bastante al de al lado, donde hay una verdulería. Pero tiene algo de lo aquél quizás carezca: atributos míticos que harían babear de placer a cualquier ávido lector. La Fundación está en el piso superior de la Biblioteca Pública Miguel Cané, en Carlos Calvo 4319, donde todos los días entre 1937 y 1946 Jorge Luis Borges clasificaba libros.

La leyenda bien podría asegurar que el Borges empleado municipal de fines de los 
’30 se convirtió en el “Borges personaje” por los relatos que quizás escribió en el cuartito del fondo, sobre este escritorio de madera oscura. En esa colección de perfectas maquinitas narrativas que tituló Ficciones (1944) está el cuento La biblioteca de Babel . Flechas circulares, que salen de Borges, alcanzan a Tomás Eloy Martínez, se disparan de nuevo y se clavan en esta historia sobre este “universo que otros llaman biblioteca” (Borges, una vez más).

En varias de las mismas estanterías que TEM tenía en su último departamento porteño, sus libros se alinean en el orden alfabético por apellido de autor.

“¿Cómo es posible que este tipo se haya leído todo esto en una sola vida?”, es la pregunta inevitable de quien se pasa un par de horas entre los lomos de los volúmenes en castellano, francés e inglés. La crítica acuerda en que la obra de Martínez, tanto periodística como literaria, responde por sí sola.

Los indispensables

En un ambiente del antiguo edificio se reprodujo (“Más con criterio documental que museístico”, aclaran en el Fundación) el escritorio de la casa en New Jersey (Estados Unidos) donde el que el escritor argentino tenía sus libros más imprescindibles. Martínez vivió allí entre 1995 y 2010, mientras dirigía el Programa de Estudios Latinoamericanos de la Rutgers University.

En ese sector se pueden tocar y oler desde las obras completas de Borges y las de Bioy Casares, pasando por muchos libros de Cortázar, y otros tantos de García Márquez, Sabato, Vargas Llosa, Piglia, Alejandra Pizarnik y el brasileño Rubem Fonseca, por nombrar sólo a algunos.

Una joya de ese sector es una primera edición (1948) de Adán Buenosayres , de Leopoldo Marechal, reencuadernada en tapa dura. Y lo son los tres volúmenes de bolsillo de En busca del tiempo perdido (Marcel Proust) en francés, con papelitos amarillos que marcan varias páginas.

De la amazónica amplitud de las lecturas de TEM hablan los estantes en los que se alinean libros de la brasileña Clarice Lispector, Beckett, Ítalo Calvino, Truman Capote (hay una edición del ’66 del tótem de la no ficción, A sangre fría), y Lewis Carroll, Dickens, Dostoievski y T.S. Elliot, Flaubert y Faulkner. Pero no todo es parte del “panteón” literario, como lo muestra el ejemplar de la colección de crónicas Frutos extraños (2009, Aguilar), de Leila Guerriero.

Al terminar la sección de la “U”, la clasificación cambia de paradigma. Allí se acomodan una decena de historias de la literatura argentina y latinoamericana, más libros sobre la Argentina en el siglo 20, entre los que abundan textos sobre (y de) Juan Domingo Perón, Montoneros, y la Triple A. Martínez ni adhería al peronismo ni se consideraba un opositor acérrimo, aunque sí parece haber deseado entenderlo a fondo.

En su biblioteca aparece Astrología esotérica. Secretos develados, un pastiche sobre ocultismo firmado por José López Rega, el fundador del grupo parapolicial que en 1975 amenazó de muerte a Tomás Eloy Martínez y forzó su exilio de ocho años en Venezuela.

En la misma sobria estantería hay cinco anaqueles con todas las primeras ediciones y las traducciones de los libros que escribió.

Hay equipo

Muchos de los libros denotan uso intenso, con párrafos subrayados o marcados con etiquetas de colores. En su ejemplar de Cien años de soledad , por ejemplo, marcó a lápiz una línea: “63 hombres habían pasado por el ­cuarto”. Al margen, anotó “Eréndira”, como ­su­giriendo que ese motivo se repite en el 
cuento de Gabo La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada .

En la otra larga y soleada habitación de la Fundación TEM se forma otro batallón de sus libros, que arranca con Apollinaire, Balzac y Baudelaire, y sigue por Camus, Chandler, Dos Passos, Doyle y Dumas (en francés), Eco y Fitzgerald, continúa con Goethe, Gogol y Greene, Handke, Highsmith y Hugo, Joyce y Lautreamont… (tomamos aliento). Más Lessing, London, Melville, Oates, Oé, Pessoa, Plath, Pynchon…

De repente, igual que con sus libros más cercanos, el orden alfabético se interrumpe para dar lugar a un par de largos estantes 
con volúmenes sobre religión (aunque Martínez era agnóstico), y libros sobre Cuba y el comunismo; uno es La Fede (Abel Gilbert). A lo que se le suma un surtido de biografías, desde el Che Guevara de Jon Lee Anderson, hasta una de Nixon.

Más allá, impone su centimetraje una Enciclopedia Britannica en 28 tomos, vecina de libros de crítica literaria y de cine, diccionarios, catálogos de pájaros y ár­boles y hasta manuales de medicina.

Y los casi 190 volúmenes de la Biblioteca Ayacucho, una colección venezolana de pensadores latinoamericanos. También hay colecciones encuadernadas de las revistas Sur y Primera Plana , de la que TEM fue jefe de redacción en los ’60.

Como en toda biblioteca que se precie, en la de Tomás Eloy Martínez resalta el volumen que podría ser robado: El antojo de la patrona , de Benito Lynch. Con una etiqueta con el número 174 en el lomo, en la primera página un sello lo delata: “Comisión promotora de bibliotecas populares – República Argentina. Este libro no se puede vender”.

De entre todos los libros de la universal biblioteca de TEM, en uno hay una marca 
que podría ser el resumen de su dueño. En Noticia de un secuestro , de García Márquez, la dedicatoria de puño y letra del colombiano nos salta a la cara como un arlequín: “Para Tomás Eloy, del que no escribió Santa ­Evita”.

* Especial desde Buenos Aires

Por: Ricardo Mosso

Medio: La Voz

Fecha: 02 de diciembre de 2013

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