Javier Sinay, quien coordina el taller Escribir perfiles, escribió este texto sobre Fernando Esteche, líder del movimiento Quebracho. Así muestra cómo un perfil se construye con varias voces y hasta dónde puede evidenciar tramas políticas complejas. Se publicó originalmente en la revista Rolling Stone, en abril de 2015.

Fernando Esteche estaba disfrutando de sus primeras vacaciones en mucho tiempo cuando su teléfono vibró con una noticia que le cambiaría la vida. Era miércoles, 14 de enero de 2015, y hacía un mes que Esteche había recuperado la libertad. Fundador del Movimiento Patriótico Revolucionario Quebracho (una de las organizaciones más famosas de la extrema izquierda en Argentina, asociada públicamente a desmanes, aunque sus dirigentes se definen como “no violentos”), Esteche venía de pasar un año en la cárcel. Su tercera temporada tras las rejas se debía a los disturbios en la manifestación del 5 de abril de 2007, que había acabado con bombas molotov ardiendo adentro de un local porteño del ex gobernador neuquino Jorge Sobisch (que por entonces se candidateaba a presidente), tras el homicidio del maestro Carlos Fuentealba, en manos de la policía de Neuquén.

Cuando Esteche logró salir de la cárcel, el 15 de diciembre de 2014, alzó él mismo las banderas de la campaña que se había propagado en 2012 y 2013 con el lema “Si condenan a Quebracho, nos condenan a todos” (la condena en sí fue tan polémica que generó la solidaridad de todo el arco de izquierda) y montó un pequeño acto frente a la casa de Raúl “Boli” Lescano, otro dirigente de Quebracho, encarcelado con prisión domiciliaria luego de sufrir un derrame cerebral en el penal. En verdad, Esteche estaba cansado: después de un año a la sombra podría haber iniciado una gira nacional para capitalizar su regreso, pero prefirió viajar a Viedma, junto a su familia, para descansar en la casa de su suegra.

Fernanda Torre, una socióloga de 37 años que es su mujer desde hace más de una década y la madre de sus dos hijos más pequeños (una nena de 10 años y uno de 2), se había criado en esa ciudad que se alza silenciosa y fría contra las aguas del Río Negro, donde nace la Patagonia. El dúplex de su madre fue el refugio por quince días donde el líder de Quebracho durmió la siesta con sus hijos, leyó algunos libros sobre Latinoamérica, preparó ensaladas y tortillas, y reflexionó sobre su futuro, que parecía traer nuevas alianzas políticas y que quizás, por primera vez, lo llevara a buscar un espacio institucional (¿una candidatura?) después de años de eso que él llama “política testimonial”. Pero fue en esa casa donde Esteche recibió el mensaje del 14 de enero. “Me acaban de decir que Nisman presentó una denuncia contra Cristina, Timerman, D’Elía y yo, sobre el atentado a la AMIA”, le dijo a su mujer. Y fue a buscar algo de información en Internet. Su apellido, ese tren de letras “e” que algunos pronunciaban como un estandarte, estaba ahí, de nuevo empantanado en las noticias judiciales.

En la denuncia, el fiscal Alberto Nisman lo había incorporado en un diagrama que buscaba encubrir a los acusados iraníes por el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Nisman planteaba que había existido una negociación secreta para firmar, el 27 de enero de 2013 en Adis Abeba, Etiopía, el “Memorándum de Entendimiento entre el Gobierno de la República Argentina y el Gobierno de la República Islámica de Irán sobre los temas vinculados al ataque terrorista a la sede de la AMIA en Buenos Aires el 18 de julio de 1994”. Pero, según Nisman, el Memorándum era “una pieza central del plan criminal”: estaba destinado a introducir una nueva hipótesis sobre la autoría del atentado, armada con pistas falsas, para quitar el ojo de Hezbollah e Irán. A cambio, Argentina -jaqueada por la crisis energética- compraría petróleo al gobierno de Mahmud Ahmadineyad y le vendería granos y armas.

Esteche era uno de los protagonistas de la denuncia, pero había otros: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner aparecía como la responsable de ordenar el plan; el ministro de Relaciones Exteriores y Culto Héctor Timerman, como operador y redactor final del Memorándum; el dirigente piquetero Luis D’Elía, como facilitador de las negociaciones con Irán; el diputado Andrés Larroque, como nexo entre la Presidenta y el ministro con D’Elía; el ex juez de instrucción Luis Yrimia, como ideólogo de la nueva hipótesis falsa; el supuesto espía Ramón Allan Bogado, como representante del gobierno nacional; y el dirigente de la comunidad islámica argentina Jorge “Yussuf” Khalil, como enlace de los iraníes y especialmente del ex agregado cultural en la embajada en 1994, Mohsen Rabbani, que todavía hoy está acusado por el atentado.

En el diagrama de Nisman, Esteche ocupaba un lugar estratégico: su tarea era “encaminar las negociaciones en los canales paralelos”, “acercar a ‘Yussuf’ Khalil a funcionarios de inteligencia argentinos” y “aportar ideas concretas para redireccionar la investigación”. De repente, alguien que siempre había permanecido en el margen difuso de la política nacional, asociado mediáticamente a los cócteles molotov y los palos, saltaba al centro de la escena y dictaba la geopolítica argentina. “Fernando Esteche es una persona a la que yo, con mi desconocimiento, tenía como un piquetero, pero debo reconocer que por su nivel intelectual es un hombre bastante pensante”, dijo el propio Nisman en A dos voces, el programa de TN al que fue a presentar su acusación cuatro días antes de su muerte. La denuncia se basaba en escuchas telefónicas: en una, “Yussuf” y D’Elía se refieren al jefe de Quebracho y a la redacción de un borrador del Memorándum: “Ese plan lo hicimos con Fernando Esteche hace seis años”, dice “Yussuf”.

En Viedma, en la casa de su suegra, a punto de volver a la rutina para iniciar un año de retorno político, Esteche comprendió que esta denuncia no era como las anteriores que lo habían marcado a lo largo de una vida llena de política de choque y causas penales. Esta era realmente grave, y sus implicancias eran incalculables.

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De vuelta en la ciudad de la Plata (donde se crió y vive), Esteche suspendió sus planes y se preparó para dar la batalla judicial. Hacía menos de un mes que había salido de la cárcel y estaba bajo un régimen de libertad condicional: ante cualquier fallo, podía volver a prisión; y todavía puede. “En esta coyuntura en particular, soy un perseguido”, dice, un día de principios de febrero, en una mesa del Centro Cultural Islas Malvinas -adaptado sobre el viejo regimiento de infantería desde el que salieron los soldados platenses hacia la guerra, y no muy lejos de su casa-. Cada vez que habla, Esteche funde su identidad con la de su organización política, como si fueran un solo ser. “La política que hace Quebracho ha sido proscripta, deslegitimada, estigmatizada.”

Hace poco recuperó su libertad y Los proscriptos es justamente el título de la tesis doctoral que acaba de terminar, escribiéndola a mano en la cárcel de Ezeiza. Un jurado compuesto por tres doctores la aprobó con sobresaliente, 10, y gracias a eso recibió una reducción en su condena y la libertad. Ahora Esteche es Doctor en Comunicación.

En el año que pasó en la cárcel, fue visitado por dirigentes sociales e intelectuales, y la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires sesionó un día en el pabellón, en solidaridad con él. Cada uno que lo visitaba le dejaba un libro: Esteche armó una biblioteca con títulos de historia (las ediciones venezolanas y las de Waldo Ansaldi, sobre Latinoamérica, eran sus preferidas), una sección de literatura bien poblada por los rusos (Dostoyevski, Tolstoi, Gorki), una de psicología (Freud) y una de poesía (Esteche le pidió a su suegra, que estaba de viaje en España, un ejemplar de Antología rota, de Raúl González Tuñón). Como referencia para su tesis tenía varios libros de Michel Foucault, el filósofo de la vigilancia y del castigo. “Leer a Foucault en la cárcel es terrible”, dice. “Es un espejo.”

Esteche es un personaje conocido desde hace tiempo en la política de izquierda argentina y, después de tres décadas de militancia, su figura suele leerse de manera simplista, reducida a sus rasgos más llamativos: la violencia en las manifestaciones y el apoyo a la causa islámica antiestadounidense. Pero es un personaje lleno de claroscuros: una dura huelga de hambre en su pasado carcelario convive con Fernando Burlando, el abogado de elite que hoy lo representa. De Esteche (y de Quebracho) se dijo: “Es un hombre con una pasión muy especial, quemado por un ideal, por una utopía” (Padre Luis Farinello); “Lo que exhibe [Quebracho] es cierta vocación de confrontar contra el régimen democrático, y deberá dar cuenta ante los jueces de sus actitudes” (Aníbal Fernández, en 2004); “Siempre ha sido detenido por sus ideas” (Graciela Rosenblum, dirigente de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre); “A los de Quebracho me gustaría agarrarlos a trompadas” (César Melazo, juez de Garantías de La Plata); “Aun con diferencias profundas que tenemos sobre distintos ejes, siempre hemos tenido una discusión edificante” (Gabriel Mariotto, vicegobernador de la provincia de Buenos Aires); “A @Luis_Delia y a Esteche (servicio) los denuncié x instigación, intimidación pública y apología del crimen” (Elisa Carrió, en Twitter). En la cárcel, Esteche escribió varias cartas. En una le contaba al Papa Francisco cuál era su situación como “preso político”. A través del legislador Gustavo Vera, el Papa respondió por escrito: “La carta de Fernando Esteche es conmovedora. Hay cosas que no tienen explicación racional, pero no debemos resignarnos”.

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Quebracho es una organización dividida en varios frentes: estudiantil, territorial, antirrepresivo, cultural-comunicacional y de trabajadores. Actúa en sintonía con la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, uno de los grupos más fuertes surgidos con el auge piquetero, y está en 17 provincias y en más de 30 localidades de la provincia de Buenos Aires. Pero Fernando Esteche no puede asegurar cuántos militantes maneja: “No tenemos un número fijo, la pertenencia es fluctuante y en una marcha podemos meter entre 500 y 4.000 tipos”. El único local partidario de Quebracho, en la esquina de Santiago del Estero y Chile, en la ciudad de Buenos Aires, tiene un gran ventanal a la calle, decorado con los rostros de Eva Perón y del Che Guevara, al lado de un mapa de las Islas Malvinas.

Ahora, adentro, cuatro personas rodean a Esteche. Es febrero, acaba de terminar una reunión en la que se discutió cómo responder a la denuncia de Nisman y en la mesa roja y larga (el único mueble que hay aquí, junto a unas cuantas sillas) sólo queda un mate y un termo con un sticker del Che Guevara.

A lo largo de una de las charlas para esta entrevista con Rolling Stone, durante unas dos horas, Esteche no pierde de vista lo que está pasando a su alrededor, incluso en la calle, incluso a sus espaldas. En un momento, un grandote se acerca lentamente al local, cruzando de vereda. Esteche no deja de hablar, pero de repente mira a uno de sus compañeros. “¿Ese está con vos?”, le dice, un poco tenso. Finalmente aparecen unos niños, el extraño los abraza y el tiempo, que se había detenido, vuelve a correr.

En estos días calurosos el jefe de Quebracho vive en medio de un clima enrarecido. La denuncia de Nisman comienza a recorrer su camino: la feria judicial acaba de concluir y, en breve, el fiscal federal Gerardo Pollicita imputará a Esteche por encubrimiento, junto a todos los que fueron acusados por Nisman. Mientras tanto, los intereses cruzados sacuden la escena nacional: de repente la palabra “operación” se pone de moda en Argentina. Espías y actores de varias caras brotan como bacterias desde las entrañas de la política.

Pero Esteche no es el único que padece este nuevo ambiente de paranoia y manipulación. Muchas de las fuentes consultadas en esta nota prefieren un encuentro cara a cara. Tienen miedo de usar un teléfono que puede llegar a estar intervenido, o al menos quieren saber con quién están hablando realmente. Y todas coinciden, cuando se apaga el grabador, en que la bizarría que ensombrece a la política nacional es tan extraña como peligrosa.

El asunto de las operaciones siempre perturbó a Esteche, que considera que Quebracho fue atacado a lo largo de los años por este tipo de maniobras políticas y de propaganda. En estos días en los que nadie sabe qué motivos esconde la muerte del fiscal Nisman, y con su denuncia todavía caliente, el asunto perturba a Esteche más que nunca. Y en este contexto, la filtración de las escuchas (como ésa en la que “Yussuf” Khalil asegura, en una charla con D’Elía, que él había escrito con el líder de Quebracho un borrador del Memorándum de Entendimiento con Irán) aparece cargada de sospechas.

¿Sos uno de los ideólogos del acuerdo con Irán?

¡Pero de ninguna manera! Esas son jactancias de “Yussuf” enmarcadas en provocar a su interlocutor, que no era yo. Yo no tengo nada que ver con eso ni con la política exterior argentina. No tengo capacidad de despliegue, ni capital político, ni delegaciones al interior del Gobierno que puedan ponerme en esa posición. Además me parece una pregunta poco feliz.

En lo que respecta a tu rol, es la gran pregunta detrás de la acusación de Nisman.

Yo creo que en la pregunta hay una operación de construcción, voluntaria o involuntaria, de estigmas o sospechas, por más que te den la chance de dar una respuesta. Hay veces en que no importa la respuesta.

Pero a lo largo de tu vida has hecho uso de los medios varias veces, entonces sabés que la respuesta sí importa.

Desde los griegos, la política es escena pública. Antes era en la plaza; ahora, en los medios: yo no los deploro, pero te digo que lo puedo distinguir a esta altura, más teniendo en cuenta que yo soy un tipo que fue cambiando, porque estoy en permanente revisión de mi propio corpus filosófico. Claro, preguntar se puede preguntar todo. Pero si un periodista se quiere construir desde la honestidad intelectual, yo solamente le advierto (porque a esta altura la pregunta ya está hecha) que la pregunta construye y condiciona. No son opciones intelectuales, sino políticas.

Esteche no quiere hablar demasiado sobre la denuncia (teme que cualquier cosa que diga pueda ser utilizada en su contra y su libertad condicional es frágil), pero hoy algunas paredes del centro de la ciudad de Buenos Aires aparecieron cubiertas por un cartel de Quebracho que dice: “Estos son la antipatria encubridora – Nosotros siempre estaremos del lado del pueblo” y muestra las fotos del juez Juan José Galeano (el primero de la causa AMIA), el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri, el ex presidente Carlos Menem, la diputada Patricia Bullrich, el ex presidente de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) Rubén Beraja, la diputada Laura Alonso, el ex ministro del Interior Carlos Corach, el candidato a presidente Sergio Massa, la CIA, la SIDE y. el ya muerto fiscal Nisman. En un comunicado sobre la denuncia, publicado por Quebracho, se lee: “Estamos frente a una maniobra de características mafiosas que pretende condicionar la vida política de los argentinos y los tiempos venideros”.

“Si Nisman quiere creerle a ‘Yussuf’, ahí está la operación”, dice ahora Esteche, volviendo a la charla de Khalil con D’Elía. “Cualquiera que escucha esas grabaciones sabe que está escuchando a dos fanfarrones. Hay suficiente luz para el que quiere ver y cuestionar todo lo que está planteado.”

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En 1982, Fernando Esteche estaba en 3º año del Normal número 2 de La Plata cuando los padres socialistas de un compañero lo despabilaron sobre la carga propagandística de la Guerra de Malvinas. En su primera formación política, ése fue un momento de los que no se olvidan. Después, cuando en 1983 la democracia dio aire a las aulas de la ciudad, ese chico participó de la creación de un centro de estudiantes. “Empecé en el Movimiento Yrigoyenista de colegios secundarios”, dice, “que era de Franja Morada”.

En realidad, para él la vocación política era como una memoria de origen. Su padre, Juan Angel Esteche, había sido concejal por Ensenada -en la periferia de La Plata- y estaba a punto de asumir como legislador provincial por la Alianza Popular Revolucionaria (un partido cuyo nombre era más resonante que sus ideas) cuando su auto se dio vuelta en la ruta 2, cerca de Dolores, y él murió. Era 6 de enero de 1974 y Juan Angel Esteche, que había dejado a su familia (mujer y cuatro hijos) de vacaciones en Mar del Plata, volvía para atender su negocio de ortopedia y pedicuría. Fernando, su hijo, tenía 5 años. “Me quedan pocos recuerdos”, dice ahora. De ese padre, que Esteche adivina “un poco gorila”, le quedaron algunos libros: una colección sobre el movimiento obrero argentino, editada por el Partido Comunista, y los clásicos de Hegel, Marx, Kant y Krause. “No sé si mi viejo influyó en mi formación, pero sí en mis inquietudes, en mi vocación y en mis decisiones.”

Esteche habla con voz cascada; mueve rápido las palabras y a veces usa términos complejos, tomados del léxico del análisis político, mientras se acomoda en una silla en la oficina del Centro Internacional de Información Estratégica y Prospectiva, un núcleo de investigaciones ligado con la cátedra de Relaciones Internacionales y Comunicación que él mismo encabeza en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). La oficina está al fondo de un pasillo, en el viejo edificio de la facultad, de la calle 44: en un espacio mínimo hay un escritorio con una computadora, una mesa redonda, una biblioteca y una maqueta de la Kaaba, el monumento islámico sagrado del centro de La Meca (regalo de una comitiva universitaria iraní que visitó la facultad). La pared está decorada con los retratos enmarcados del Ayatolá Ruhollah Jomeini, Hugo Chávez, Evo Morales y Fidel Castro.

Hoy Esteche no trae su típica boina (tiene varias y las usa desde que era muy joven, imitando a su abuelo materno, un cuidador de caballos en el Hipódromo de La Plata), pero sí lleva esos lentes que no se quita nunca. Algo de barriga por debajo de su chomba señala el paso del tiempo, pero su cabello completamente azabache no se condice con sus 47 años.

El romance con el alfonsinismo y con Franja Morada duró poco y en 1985, apenas ingresado a la Escuela Superior de Periodismo y Comunicación, que dependía de la UNLP, se acercó al centro de estudiantes. Las asambleas eran multitudinarias. Esteche leía, mientras tanto, con la avidez y la responsabilidad del autodidacta: los diarios Sur y Tiempo Argentino, la revista El Porteño, los fascículos de la colección Los hombres de la Historia (del Centro Editor de América Latina, que marcó a varias generaciones), Lenin, Gramsci, Mao (le faltó El capital, de Marx, que nunca leyó entero), y las noticias sobre Nicaragua y El Salvador, esa Centroamérica que en los 80 era la continuación de las guerrillas setentistas de Sudamérica. El folclore contestatario de Mercedes Sosa y de Horacio Guaraní acompañaba sus lecturas.

Militó en la Juventud del Partido Intransigente -un bloque socialdemócrata de los 80- y ahí creció como dirigente estudiantil. Además de estudiar Periodismo, se anotó en Historia, Antropología y Trabajo Social. Fue unos de los referentes de la Federación Universitaria de La Plata y encabezó un grupo de unos 150 estudiantes de la Juventud Intransigente que peleaban por el control de los centros de estudiantes. Ya con su boina, se convirtió en un personaje conocido en los claustros. “Tenía muchos amigos y siempre estaba en las guitarreadas, peñas y fiestas de fin de año; no porque fuera un fiestero, sino porque sabía pasarla bien”, dice Florencia Saintout, la actual decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, que por entonces miraba a Esteche desde la Rodolfo Walsh, una agrupación peronista.

Mientras tanto, trabajaba en un kiosco, una casa de fotocopias y un pub irlandés. Y vivía con Silvia Valdez, una morocha flaca a la que había conocido a los 17 años en un boliche llamado Chatarra y con quien terminaría casándose. (Valdez es hoy la madre de las dos hijas mayores de Esteche -de 20 y 18 años- y una militante de Quebracho.)

Después de desilusionarse del PI (“No pudo superar la trampa de su propio gorilismo”, dice) en 1991, pasó unos años sin activar orgánicamente. Hasta que, en 1993, el neoliberalismo del gobierno de Carlos Menem lo impulsó al combate: en un aula de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP, Esteche participó con un centenar de militantes escindidos de la Juventud Intransigente de una asamblea de cinco horas con la que formó su propia organización. Todos estaban de acuerdo en adoptar los vectores de socialismo, revolución, estatización, patria, soberanía y Malvinas; pero no todos estaban de acuerdo en adoptar el mismo nombre.

Un militante sindical dijo, primero: “Menta y Cedrón” (y hoy Esteche lo recuerda con una sonrisa). Luego, el mismo tipo dijo: “Quebracho”. A Esteche le resonaban en la cabeza los nombres de las guerrillas clásicas (Tupamaros, Montoneros, Sandinistas) y por eso necesitaba uno que lo legitimara desde una identidad histórica y telúrica. El nombre final fue: Movimiento Popular de Unidad (MPU) Quebracho. Tres años después, con el ingreso de otras seis agrupaciones, eso de MPU cambió a MPR: Movimiento Patriótico Revolucionario. “‘Quebracho’ es una genialidad”, dice Esteche ahora.

Con esa identidad, Esteche y otros tres se subieron a un Ford Taunus 78 y salieron de gira por todo el país en busca de aliados. Cuando llegaban a cada lugar, averiguaban quiénes estaban activando: en el norte conocieron a Carlos “Perro” Santillán y Milagro Sala, dos dirigentes de la era pre-piquetera; en Ramallo y San Nicolás, a los obreros desocupados; en Santiago del Estero, a los empleados estatales rebeldes. Viajaban de noche para no pagar hotel y cebaban mate con largas conversaciones al volante.

A lo largo de la década del 90, Quebracho acompañó los reclamos de Norma Plá (la marcha número 100 de los jubilados, del 2 de marzo de 1994, terminó con represión y detenidos); organizó el masivo abrazo al Congreso de la Nación del 31 de mayo de 1995 para evitar que se legislara sobre la Ley de Educación Superior; reivindicó en 1996 a Mario Santucho (el jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP) con un acto en el lugar donde fue asesinado; y Esteche cerró la saga con una detención de seis meses en la cárcel de Caseros, a la que llegó acusado por disturbios y portación ilegal de arma el 16 de agosto de 1996, junto a otros tres compañeros.

“En la vida de Fernando son más raros los años tranquilos que los intensos”, dice Fernanda Torre, su segunda esposa, mientras toma una gaseosa en el bar del Centro Cultural Islas Malvinas. Cuando no está en problemas judiciales o en la adrenalina de la actividad política, Esteche prefiere quedarse en su casa. Le gusta tirarse en la cama con sus hijos a ver películas como Kamchatka o El padrino. Se entretiene haciendo zapping entre Showmatch, Intratables, Duro de domar, 6-7-8 y los noticieros. Consume grandes cantidades de literatura política sobre Latinoamérica. Y se conmueve con la poesía de César Vallejo y de Nazim Hikmet, y también con la música de Palito Ortega, Sandro, Valeria Lynch, Facundo Cabral y Los Nocheros. “Es bien grasa”, dice ella. “Pero lo hace de terco, para sentar posición ante los demás.”

Torre es profesora en la Universidad de La Plata, donde da clases en la materia de Sociología Política, y es también investigadora del CONICET: su tema, la territorialidad de los movimientos sociales, ya le interesaba cuando conoció a Esteche en el ámbito de la militancia estudiantil, en la Facultad de Humanidades de la UNLP, a mediados de los 90. El ya había regresado de la larga gira en Taunus -que se repitió otras dos veces a lo largo de dos años- y ella, que recién llegaba desde Viedma para estudiar Sociología, hacía trabajo barrial. “Fernando era un tipo distinto a todos”, dice Torre. “Parecía hosco y malhumorado, pero en la intimidad era diferente: muy contenedor y muy inteligente, y tenía una sensibilidad muy particular para comprender a la gente.”

En aquellos tiempos, era imposible imaginar la dimensión que cobraría la figura de su pareja. “Con la denuncia de Nisman, estuvimos muchos días consternados, preocupados, podridos”, sigue Torre. Y asegura que nunca dudó de su marido: “Fernando es transparente”.

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Hoy, 3 de febrero de 2015, las cosas se han complicado un poco más para Esteche: una denuncia firmada por nueve fiscales federales busca que se lo investigue por tráfico de influencias junto a funcionarios del Gobierno y al supuesto espía Ramón Allan Bogado. En base a una transcripción de declaraciones radiales del líder de Quebracho (“apócrifas”, según él), los fiscales quieren saber si Bogado se reunió con él y de qué hablaron. “¿Qué tráfico de influencias puedo hacer yo?”, se defiende Esteche, en la mesa roja del local de Quebracho. Pero, como ocurre a lo largo de la entrevista, evita los detalles. “Las cuestiones de la causa las vamos a discutir de cara al pueblo y de cara a lo judicial”, dice.

Al día siguiente, al fondo del bar del Centro Cultural Islas Malvinas, le pregunto si se siente solo ante esta nueva denuncia. “No me siento solo porque hay un acompañamiento desde otro lado, que algunos desprecian: date una vuelta por las barriadas y vas a ver.” Quizás busque esquivar el verdadero objeto de la pregunta; quizás no quiera abrir esta puerta a su intimidad. “Para mí la nutriente son los compañeros, la militancia, los sectores populares. Ahora, más que nunca, mis compañeros sienten que se los señala a ellos. Yo soy ellos. Y bancarla es bien de pueblo.”

Aun cuando algunos de sus aliados políticos de hoy son ultrakirchneristas (D’Elía, Emilio Pérsico), Esteche dice varias veces que él no es oficialista, y que no olvida que este gobierno lo encarceló. “Uno de los dolores que tenemos, estando yo hoy en libertad condicional, es que con la inmensa solidaridad que construimos, no tuvimos el poder para condicionar la voluntad política y lograr el indulto.” Señalado por Nisman como un traficante de información a las órdenes de la Casa Rosada, el jefe de Quebracho explica que acompaña al Gobierno en algunas medidas y lo critica “en la concepción del modelo económico extractivista”. “Hay gobiernos que surgen con buena voluntad”, dice, “pero quedan cautivos de las alianzas de clases de dominación.”

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La de los 90 fue una época de luchas importantes, y Esteche y sus compañeros tenían mucha incidencia en el movimiento estudiantil”, dice Christian “Chipi” Castillo, diputado de la provincia de Buenos Aires por el Frente de Izquierda de los Trabajadores (FIT) y fundador del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), de raíz trotskista. Castillo daba clases de Sociología en la Escuela Superior de Comunicación y Periodismo de la UNLP a principios de la década. En esos años en los que la Escuela se vio sacudida además por la desaparición de Miguel Bru (en 1993), Castillo y Esteche fundaron una camaradería política que continúa hasta hoy. “Teníamos muchos debates sobre la estrategia”, dice Castillo. “Ellos sostenían una línea de acciones espectaculares para contagiar; y nosotros, una de acciones de masas y organización. No pudimos coincidir.”

En la manifestación del 16 de octubre de 1997 contra la visita del presidente Bill Clinton, hubo corridas, quema de bancos e infantería policial en la calle. “Los desmanes se produjeron como consecuencia de la represión y el avance de las fuerzas policiales sobre una columna que lo único que pretendía era manifestarse”, explicaron desde la mesa directiva de Quebracho. “Ellos opinaban que ésa era la forma de enfrentar y de demostrar voluntad”, dice Castillo. “Pero fueron estigmatizados y su nombre quedó como símbolo de la acción violenta. Tirar las vallas o tirar una bomba de humo no es nada del otro mundo, pero la verdad es que se lo han cobrado con persecución judicial y cárcel.”

Esteche parece ofenderse cuando se le pregunta por la violencia. “Treinta años después de una Argentina con 30 mil desaparecidos, 10 mil presos políticos, más de 20 mil exiliados externos y otro tanto interno, con patotas policiales y parapoliciales, con guerrilla en operaciones; y sumando a eso operaciones como las que hay hoy, con los bombardeadores del mundo que vienen a decirle a un fiscal: ‘Hacé esta denuncia’, el que sostiene que Quebracho es violento está haciendo una operación política”, dice.

Sin embargo, la violencia repetida de varios años les trajo a Esteche y a Quebracho un segundo estigma: la sospecha de trabajar para los servicios de inteligencia. El propio D’Elía -hoy un aliado político y otro implicado en la acusación de Nisman- apoyó la versión: “Esteche trabajó hace algunos años en la SIDE”, dijo en televisión, hace diez años. “Su misión era ilegitimar con posturas petardistas el conflicto social.” Después se retractó y Esteche lo perdonó. En octubre de 2007, en una entrevista publicada en Perfil, Esteche negó su condición de empleado de la SIDE: “Es una maniobra de deslegitimación de la identidad política que tiene patas cortas”.

Ahora no quiere hablar del asunto. No en este momento, cuando la sospecha cobra otro peso y cuando los servicios de inteligencia ganaron el primer plano político. “Es llamativo que él ha tenido conflictos con todos los gobiernos y con todos ha sido señalado como servicio de inteligencia. ¡¿Los Quebracho son los únicos pelotudos que son servicios y que caen presos siempre por causas armadas?!”, dice, en cambio, su mujer, Fernanda Torre. “Yo creo que se debe a un problema comunicacional: Quebracho no ha sabido quebrar el estigma que sostiene que son unos locos tirapiedras o servicios.”

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Fue quizás en las manifestaciones a favor de la lucha de los palestinos, en los 90, cuando Quebracho comenzó a relacionarse con los referentes de la comunidad islámica. Nadie puede decir que entonces Esteche era un recién llegado: el esquema de poder de Oriente Medio le interesaba desde que en 1979 había descubierto, en la revista Gente, la revolución iraní del Ayatolá Jomeini. A Esteche, que entonces era un chico que cursaba séptimo grado, esa revolución lo marcó tanto como la sandinista, que estalló en Nicaragua también en 1979. “Tengo una mirada de la política que distingue a los pueblos que cuestionan el orden hegemónico mundial”, dice ahora.

Hoy su cargo en la UNLP como titular de una cátedra de Relaciones Internacionales y Comunicación da cuenta de eso. Desde ese lugar, Esteche colaboró en las visitas de Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa a la universidad. “La política es lo internacional”, dice. “Lo otro es orden doméstico: es policía.” En 2009 presentó su tesis de licenciatura, La construcción del enemigo: El terrorismo islámico. Un análisis del discurso informativo hegemónico, editada por la UNLP y dirigida por Florencia Saintout, que todavía no era decana de la facultad. En 2013 publicó la antología Breve historia de la lucha revolucionaria nuestroamericana contemporánea. Un año después, publicó otra: La sobrecolonización de Africa.

Pero hoy Esteche se agazapa como un animal acechado a la hora de hablar sobre Irán. Elige sus palabras con precaución, las escatima, aunque está claro que no sólo admira la política antiestadounidense del gobierno de Teherán, sino que también está convencido de que Irán no estuvo por detrás del atentado a la AMIA. “No tengo pruebas, pero tengo una valoración política: del mismo modo que pienso que China no fue, pienso que Irán no fue”, dice. “No sé quién fue. Fue algún hijo de puta.” Su apoyo hacia ese país, que solía ser abierto y orgulloso, es ahora un asunto delicado.

“Que la acusación a Irán es un invento no es algo que se me ocurrió a mí: lo dicen [Jorge] Lanata, [Gabriel] Levinas, [Juan Gabriel] Labaké y [Juan José] Salinas; y [Santiago] O’Donnell dice que el fiscal [Nisman] reportaba a la embajada norteamericana porque hay una inteligencia internacional que nos dice qué se tiene que investigar y qué no”, se queja Esteche, haciendo referencia también a la filtración de cables publicada en WikiLeaks, que dio cuenta de la relación fluida entre Nisman y Washington.

“Si la pista fuese siria en lugar de iraní, o si fuese de Hezbollah, igual confluiría en Irán”, dice ahora Gabriel Levinas, que en los 80 dirigió las revistas El Porteño y Cerdos y Peces y que hoy integra el equipo periodístico de Jorge Lanata. Levinas es autor del libro La ley bajo los escombros, una investigación sobre el atentado a la AMIA. “Pero la posibilidad de demostrar la participación de Irán es muy baja”, sigue. “Si no tenés el revólver de un tipo que mató a otro, difícilmente puedas meter a quien le dio la orden. Aquí el delito todavía no ha sido demostrado, entonces lo de Irán es una entelequia. Nisman le otorgó un valor inusitado a los gossip de los servicios de inteligencia, que siempre son relativos.”

Para Levinas, los testigos iraníes de la investigación no son confiables y los rastreos locales tienen tantos agujeros como un queso gruyère. En cambio, para el vicepresidente de la DAIA, Waldo Wolff, la pista iraní es sólida. “Está apoyada en serios indicios: por algo Interpol le dio curso”, dice. Y el Memorándum con el que, según la denuncia de Nisman, Esteche podría haber estado relacionado, es para Wolff un texto inexplicable. “Lleva al absurdo de nombrar co-investigador del atentado al acusado de ser el autor: Irán. No es que nosotros queremos que sean los iraníes por capricho, pero si hay pista siria, en todo caso, es complementaria a la iraní”.

En febrero de 2010, gracias a un acuerdo universitario, Esteche viajó a Qom, una ciudad de un millón de habitantes situada a unos 150 kilómetros de Teherán. “Armé un convenio marco de cooperación, de intercambio de docentes; ellos querían enseñar persa y cultura islámica”, dice, sin entrar en detalles, “pero después dejé de seguir el tema”. Esteche se alojaba en un hotel sencillo en Teherán y todos los días viajaba a la universidad. “Teherán es una ciudad cosmopolita”, dice. “Si alguna vez vas a Irán, te vas a llevar una sorpresa: están todas las marcas de Europa y es un país que negocia con todo el mundo.”

En la universidad de Qom conoció a Mohsen Rabbani -por entonces, el acusado de orquestar el atentado contra la AMIA era uno de los directivos de la casa de estudios- y ahí fue donde alguien les sacó una foto que cada tanto es publicada y que hoy tiene un peso político mucho mayor. Hay también otra foto, frente a la fachada de la universidad, donde Esteche aparece con el Sheij Abdul Karim Paz (referente de la mezquita porteña At-Tauhid, del barrio de Flores), D’Elía y otras cinco personas. “Mirá”, apoya Esteche un dedo en esa foto, impresa en un diario: “Este es un traductor, éste es un docente, éste es un ayudante de cátedra.”. Y no agrega más. “No me acuerdo tanto del viaje, aunque muchos le dan demasiada importancia. Fue una semana, apenas.”

Después, en 2013, Esteche concedió una entrevista al programa de televisión Hola Sheij, conducido por el Sheij Mohsen Ali (uno de los dirigentes de la comunidad islámica argentina) en Annur TV, un canal árabe e islámico para Latinoamérica. Ahí Esteche recordó su acercamiento a la comunidad, que se dio en la mezquita At-Tauhid, una de las tres que hay en Buenos Aires. “Un compañero militante nuestro era islámico y él fue quien nos propuso que vengamos a la mezquita”, dijo, en una charla más distendida, en tiempos menos peligrosos.

“Tanto para los musulmanes como para nosotros”, continuó, “juntarnos era un cóctel explosivo por las narrativas mediáticas, que iban a construir de esto una idea demoníaca. Eso lo sabíamos desde el vamos: es el sionismo operando contra nosotros. A partir de la amistad con los musulmanes, aparece un cerco mediático y la imposibilidad de volver a salir en los medios de comunicación. Pero el problema es del sionismo, no de nuestra relación con los musulmanes”. Después agregó: “[El primer encuentro] fue complejo. [Los anfitriones] le dieron una impronta ceremoniosa. Eso nos movilizó. Nosotros veníamos fundamentalmente como organización política a relacionarnos con la revolución islámica, a aprender y a ser solidarios. Veníamos desinteresados en términos materiales. A los compañeros musulmanes les resultó raro. ‘Algo están buscando, éstos’ [pensarían], porque muchas de las formas de hacer política en Argentina son así: se juntan en función de hacer negocios. Pero acá no había negocios”.

Levinas, que en Twitter intercambió varios dardos envenenados con Esteche por temas nacionales, desconfía. “Un piquetero importante me contó que Irán bancaba hace algunos años a otros movimientos sociales, como el de D’Elía”, dice. “Son los tipos que se han encargado de armar [revueltas] en contra de la embajada de Israel o [han estado] jodiendo con la causa AMIA, a su manera. No sería extraño que Esteche también tuviera esa función.” Sin dudar, el fiscal Nisman anotó en su denuncia que hay “elementos que convalidan la vinculación de Esteche con los iraníes al comprobarse que ha recibido recursos económicos procedentes de Irán” (aunque no los describió).

¿Irán financia a Quebracho?

No. No existe el financiamiento de un país a una organización política de otro país, salvo lo que hacía Moscú con el Partido Comunista de varios países. Irán, menos que menos. ¿Qué le importa a Irán una marcha contra quién en Argentina? No tiene sentido. ¿Quebracho? Ya te digo: no tenemos un mango.

¿Pero de dónde viene la financiación de Quebracho?

Son aportes de compañeros que tienen trabajo y emprendimientos en función de Quebracho, como por ejemplo una imprenta. La mayoría de los recursos surgieron de la indemnización de algunos compañeros que son hijos de desaparecidos. Quebracho tiene una diferencia abismal con respecto a otras organizaciones en manejo de aparato: a las marchas, nuestros compañeros no van en micros pagos, sino en tren.

Más allá de su posible participación en la maniobra que denunció Nisman, la opinión pública le pregunta a Esteche por su vínculo con Irán una y otra vez; desde hace años y ahora más que nunca. La coyuntura actual muestra una novedad: Teherán y Washington acercan posiciones por un acuerdo nuclear e ISIS irrumpe salvajemente en Medio Oriente. “Son mercenarios funcionales a Estados Unidos”, dice Esteche sobre Estado Islámico. “En mis publicaciones académicas, yo ya planteé que el Memorándum no podría haber existido sin un acuerdo con Estados Unidos. No de Argentina con Estados Unidos, sino de Argentina y de Irán con Estados Unidos.” Pero en el ajedrez de estrategias de la política, Quebracho parece haber errado la movida cuando acercó su reina a Persia, en una jugada con la que recolectó más problemas que conquistas. Esteche se queda pensando. “Capaz que sí”, concede. “Pero si pensáramos la política en términos de cálculo, seríamos hipócritas. Sería para nosotros más cómodo no opinar sobre el mundo, pero no hacemos política para eso. Y también te digo, citando a Rodolfo Kusch, que esta civilización es una ficción, es caretaje, imposición, mentira, opresión, opresión, opresión, ¡opresión!”, se entusiasma, como si declamara un manifiesto. “La única civilización posible es la que realiza la barbarie. Yo creo eso, para espanto de los pacatos.”

***

El lider palestino Yasser Arafat recibió a los jefes guerrilleros Mario Firmenich y Fernando Vaca Narvaja cuando Montoneros y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) gozaban de un buen diálogo. La leyenda cuenta que los grupos cooperaron (o estuvieron a punto de hacerlo) en instrucción militar y en armamento, y una foto en la que Firmenich viste de saco y corbata, Arafat de fajina y Vaca Narvaja, con chaqueta de cuero, congeló para siempre aquella cumbre. Sonreían. Era Beirut. Era 1977.

“Es archievidente que hay un diálogo posible con los islámicos”, dice ahora el célebre jefe montonero Roberto Perdía. “Este diálogo posible tiene que ver con la relación con el imperio, que es el enemigo de la humanidad: en definitiva, los islámicos son hoy el punto de confrontación más alto con ese enemigo. Y básicamente, lo es el pueblo iraní.”

En su despacho, una habitación angosta y caliente cargada de libros, en la zona de Tribunales, Perdía recuerda que conoció a Esteche cuando el gobierno de Menem estaba llegando a su fin, pero que fue en la calle, en el mediodía del 20 de diciembre de 2001, cuando se hicieron amigos. “¡Tené cuidado, Pelado, que te van a pegar un tiro!”, le dijo Esteche entre el humo y los gases.

En los meses siguientes, Perdía y Esteche se conocieron mejor como aliados políticos. La admiración de Esteche por Montoneros estaba clara. Y a Perdía parecía caerle bien ese muchacho de 34 años que ya cargaba con más de quince de política combativa. “Después fui varias veces a su casa”, dice Perdía. “Tuvimos charlas bastante profundas y vi tres características en Esteche: lo impulsivo, lo racional y la identidad de lo plebeyo.”

Perdía no apareció en la foto de Beirut con Yasser Arafat, pero sí en una con el Sheij Abdul Karim Paz, D’Elía y el periodista Rafael Araya Masry (miembro del partido MILES y ex asesor de la embajada de Palestina en Argentina). Y con Esteche, que también estaba ahí. La foto fue tomada en la mezquita At-Tauhid, el 2 de agosto de 2013, en la conmemoración del Día de Al Quds (una fecha incorporada por el Ayatolá Jomeini en solidaridad con el pueblo palestino). Todos están sentados en la mesa, salvo D’Elía, que está de pie y le dice algo al oído a Paz. A la derecha del Sheij, Perdía sonríe. A su izquierda, Esteche se acomoda la camisa.

“La pasamos absolutamente bien”, dice Perdía. “Después al fiscal Nisman le llegó una denuncia: nos acusaron de hablar de la liquidación del Estado de Israel y de hacer una apología del delito.” Fue la diputada Elisa Carrió quien presentó esa denuncia, con apoyo del Centro Simon Wiesenthal y ante la fiscalía de Nisman. Perdía no le da demasiada importancia a la acusación: “Se habló en términos generales acerca de la resistencia de los pueblos islámicos contra el imperialismo”, explica.

El diputado Fernando Sánchez, del ARI (el partido de Carrió), dice que la demanda también tiene que ver con la forma de hacer política de Quebracho: “Esteche ejerce las acciones y los métodos políticos más reprochables que existen. El y D’Elía son violentos, reivindican la violencia, no la condenan ni siquiera en el caso de los actos terroristas”.

Perdía tampoco se alarma por la denuncia, mucho más grave, que el fiscal Nisman hizo sobre Esteche. “No me llamó la atención que él estuviera mencionado”, dice. “Pero. ¿Fernando Esteche, redactando un memorándum por el cual Argentina e Irán resuelven algo? Eso se corresponde con la opinión de servicios de inteligencia extranjeros y encierra símbolos del futuro, que tienen que ver con la idea de que todo aquel que tenga una voz antiimperialista está ubicado en un camino en el que puede ser pasible de represión.”

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Hace mucho tiempo, en algún momento de 2004, Fernando Esteche aprendió a fumar pipa. En una novela de Patricia Highsmith había leído que un personaje tardaba tres horas en armar, cargar, fumar y limpiar la pipa. Era un pasaje algo anodino, pero a Esteche le llamó la atención. Para alguien a quien el paso del tiempo se le transformó en una pesadilla, perder tres horas puede ser una bendición. Y al jefe de Quebracho el paso del tiempo, en septiembre o quizás octubre de 2004, lo estaba volviendo loco.

Algunos días atrás se había hecho invisible: el juez federal Juan José Galeano (que estaba a punto de caer en desgracia por sus manejos de la investigación del atentado a la AMIA) lo había acusado de liderar en Plaza de Mayo una protesta violenta contra el FMI, y Esteche había decidido huir y emular a sus héroes guerrilleros de los 70 pasando a la clandestinidad.

Los días se convirtieron en semanas. Luego en meses. Considerando que no había garantías procesales, decidió no volver e inició un viaje largo, permanente. Parando en casas de compañeros, y de compañeros de compañeros, Esteche descubrió que había una red de solidaridad amplia pero también un seguimiento policial intenso que terminó sumando cuatro allanamientos y 82 intervenciones telefónicas. En algún momento del viaje, Esteche le dio una entrevista a Luis Majul para el programa La cornisa. En un ambiente oscuro y despojado donde apenas había una bandera argentina, dijo: “Si gobiernan contra nosotros, no hay que dejarlos gobernar”.

Cada dos o tres noches cambiaba de casa. Estuvo en Santa Fe, La Pampa, Tucumán y la Patagonia. “Fue el momento más complicado de nuestra historia juntos”, dice Fernanda Torre, su mujer. “Yo ni siquiera sabía a dónde estaba él, pero teníamos algunos contactos por cartas que se pasaban de mano en mano.”

Después de cuatro meses y 16 días, cuando se aseguró de que el juez había decidido no meterlo preso, Esteche apareció en los tribunales de Comodoro Py.

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Ahora, en los primeros días de marzo de 2015, Esteche parece un poco más liviano. El juez federal Daniel Rafecas desestimó la denuncia del fiscal Nisman y, aunque el fiscal Pollicita apela, la situación parece haberse acomodado un poco. “La resolución de Rafecas me pareció ajustada a derecho, pero no veo que esté exenta de algún tipo de presión política”, dice Esteche, coqueteando con el sincericidio, o tal vez cuidando su reputación de renegado. “Hay cosas que me sorprenden, como el deslinde de algunos de los imputados. Y además, [Rafecas] se toma la triste atribución de hacer algunas calificaciones sobre mí.” Se refiere a esta descripción: “Militante de extrema izquierda y a la vez empresario [.]; contestatario y a la vez oficialista; perseguido político pero con pretensiones -fallidas- de estar cerca de sectores de ‘inteligencia’; anarquista y a la vez islamista”. “Me parece muy poco feliz ese tipo de pesquisa ideológica”, dice Esteche.

Pero mientras algunos incendios se apagan, otros empiezan a arder: el sitio de noticias Infobae publicó en estos días las 40 mil escuchas telefónicas que ordenó Nisman. En una de ellas, el 25 de julio de 2014, Esteche habla con Khalil luego de una batalla callejera en una marcha por Palestina, en la que participaron militantes de Quebracho y del grupo de Khalil. Es una charla típicamente opaca entre personas acostumbradas a tener el teléfono intervenido, pero Esteche reclama el pago de una suma de dinero (dice que tiene la casa hipotecada) y “Yussuf” le responde: “Quedate tranquilo, que yo lo voy a apurar; igualmente, yo me comprometí con la plata [.] Lo vamos a resolver, dame un tiempo, nada más”.

“Publicar esas escuchas me parece no sólo de mal gusto, sino de cínico hijo de puta”, dijo Esteche por radio, al día siguiente de la liberación de los audios. “Yo creo que el objetivo era de múltiple impacto: golpear a los dirigentes populares, como el caso que nos toca; condicionar el fallo de la Cámara de Apelaciones; y cambiar el eje de lo que se tiene que discutir en Argentina”, agrega ahora.

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Después de su aventura clandestina, pasaron algunos años. Y pasaron algunas cosas. Hasta que un día, Esteche decidió dejar de comer.

Fue el 21 de agosto de 2007: llevaba más de seis meses recluido en la cárcel de Ezeiza junto a su amigo, compañero y maestro Raúl “Boli” Lescano. Ocupaban dos celdas en el pabellón de máxima seguridad. Sobre los dos pesaba la acusación de intimidación pública, incendio, daño, atentado, violación de domicilio y lesiones, luego de que el 5 de abril de 2007 Quebracho atacara el local del Partido Popular Neuquino en protesta por el asesinato de Carlos Fuentealba durante una huelga, el día anterior.

Con una larga y polémica prisión preventiva y una causa dormida en los cajones, Lescano y Esteche decidieron iniciar una medida drástica: “Hoy empezamos una Huelga de Hambre hasta que se nos libere”, anotaron en una carta pública. “Cada uno de nosotros sabe a qué situaciones se va a exponer”, dice ahora Esteche, que evoca la huelga sin orgullo. “En nuestra vida política, sabemos que nos va la vida.”

Para Esteche, la rutina del hambre pasó a ser una carrera por la vida y por la justicia. “Fue una etapa de pensarse cada día.” En el pabellón de máxima seguridad (que tenía dos alas de dos plantas de celdas, unidas por una garita; un pequeño patio y un comedor con un televisor), los dos huelguistas convivían con otros tres presos políticos: uno provenía de un movimiento de desocupados; otro, de una organización guevarista; el tercero, de Quebracho. Se llamaba Facundo Escobar y era un antropólogo santafesino que había estudiado en La Plata y que tocaba la percusión en un grupo llamado El Insostenible. Su crimen, según les contó él, había sido cargar una bandera de Quebracho en una manifestación.

Para mantener el ánimo, los presos sostenían una disciplina militante. Se despertaban a las 9 de la mañana y hojeaban los diarios en el desayuno. Después llegaba la hora de la formación política: leían clásicos de la historia latinoamericana y discutían guiados por Esteche y Lescano. Tenían los Cuadernos para la otra historia, donde Norberto Galasso escribía sobre Perón, Rosas, Artigas y Moreno; y también el cuadernillo de formación política de Quebracho dedicado a los procesos revolucionarios de Latinoamérica. Almuerzo, descanso, lectura, cena. “Nosotros teníamos que comer escondidos en la celda porque ellos dos no podían y no queríamos que el olor a comida les activara la digestión”, dice Escobar, que es hoy la mano derecha de Esteche en Quebracho y en la cátedra de la UNLP, donde es jefe de trabajos prácticos. De hecho, Escobar fue un eslabón importante en la gestión de esta nota y parece conocer mejor que el propio Esteche las denuncias que cayeron sobre él y su estado actual. “En la cancha se ven los pingos”, dice, sobre aquella huelga de hambre. “Esteche es un chabón muy íntegro. No se resigna y a veces eso le juega en contra.”

Cuando Escobar dejó la celda, Esteche y Lescano llevaban dos semanas sin probar bocado. Entonces se encontraron solos. Cada tanto, recibían visitas. Osvaldo Bayer, que los fue a ver, escribió después un artículo en Página 12 titulado “Presos políticos, no”. Pero tarde o temprano las visitas se iban. “Leíamos, escuchábamos radio, hablábamos mucho”, dice Esteche, escueto. “Yo soy amigo de no andar describiendo lo doloroso”, se disculpa.

Después de 43 días de huelga de hambre, les concedieron la libertad.

Esteche había perdido 19 kilos. Pero la causa judicial no se había terminado.

En abril de 2010 hubo un juicio fugaz en los tribunales federales de Comodoro Py. Una noche, en esos pocos días de proceso, frustrado y enfurecido, Esteche escribió un poema confesional que envió por mail a un pequeño grupo de amigos. “No sé cómo es que se puede combatir la tristeza/cómo es que se puede cambiar el mundo”, anotó. “Hay unos que lo soñaron y lo intentaron con desigual suerte/por ahí estaría bueno que uno no abrigue estos sueños/que uno/con todas las herramientas que tiene a mano/pueda convencerse de que NO SE PUEDE…/eso poblaría de una paz profiláctica al mundo/por lo menos a mi pequeño mundo.”

Esteche fue condenado a 3 años y 8 meses de prisión, pero apeló. Lescano también fue condenado, a 3 años y 6 meses. La Cámara Federal de Casación confirmó la condena. Esteche y Lescano apelaron entonces ante la Corte Suprema de Justicia: el tribunal se tomó un año largo en el que Esteche eligió quedarse en la ciudad, entregarse a las manos del Poder Judicial, aceptar el destino. Finalmente, el 3 de diciembre de 2013 la Corte decidió no aceptar la apelación y fue detenido. No hubo violencia, pero sí protesta: el jefe de Quebracho esperó a los agentes penitenciarios con una conferencia en la Facultad de Periodismo de la UNLP, su antigua casa de estudios, rodeado de un arco de cuadros políticos que incluía a gente como Gabriel Mariotto, Florencia Saintout, Luis D’Elía, Christian “Chipi” Castillo, Roberto Perdía, Itaí Hagman, Jorge “Yussuf” Khalil, Mohsen Ali, Rosa Bru y Luis Zamora, entre otros. “Yo no me entrego; me vienen a buscar”, desafió.

Estuvo preso un año. Esteche salió el 15 de diciembre de 2014 y quiso recuperar todo el tiempo perdido, pero supo que era imposible. Había pasado doce meses de frustración: un año más en su batalla personal contra el imperio de la realidad. Fue entonces cuando decidió que lo mejor iba a ser escapar con su mujer y sus hijos, pero ya no hacia el vértigo. Simplemente tomarse unas vacaciones. Se fue bien lejos, a una posta segura en la vida de este cuarentón que ahora era. Viedma, donde nunca pasa nada.

(Para leer entrevista a Javier Sinay hecha por Fundación TEM, aquí).

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