Sebastián Robles nació en 1979 en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires. Es guionista y productor de radio. Co-conduce el programa radial La Reina de Marte, junto a Ariel Idez, Matías Pailos y Facundo García Valverde.

Enmarcada dentro de la nueva colección que lanza la editorial Pánico el pánico, Los años felices, de Sebastián Robles, tuvo su primera versión en el blog Los noventa, entre agosto y noviembre de 2009.

“Yo me preguntaba cómo narrar una época sin olvidar que la odié profundamente, pero también la amé en secreto. ¿Cómo fue crecer mientras el mundo alrededor entraba en disolución? Necesitaba volver por última vez a mis tardes del conurbano bonaerense, a las playas estridentes del verano, a las noches y a los amigos y mujeres de mi adolescencia. Pero a veces la memoria es insuficiente”, escribe Sebastián Robles en la contratapa de su libro. El autor de Los años felices habló con la Fundación Tomás Eloy Martínez a propósito del lanzamiento de su primera novela.

Sebastián Robles / Foto: Archivo autor


1- ¿Cómo surge la idea de escribir Los años felices?

La adolescencia en los noventa me parecía un territorio poco explorado en la narrativa. En la blogósfera de 2006, 2007, se veían algunos intentos. También estaba la revista El Interpretador, que publicó textos muy interesantes, como las “Postales de la resistencia”, de Diego Vecino. Era algo incipiente que necesariamente iba a madurar en algún momento. Y en 2008, unos meses antes de que yo empezara el blog, Juan Terranova publicó “Mi nombre es Rufus”, que cuenta parte de la década desde el punk. Ese libro me gustó mucho y me hizo pensar que yo tal vez también tenía algo que decir sobre el tema. Pero no me sentía capaz de escribir una novela, ese esfuerzo me resultaba demasiado arduo, así que abrí un blog. Al principio reseñaba series, películas o discos de la época, pero me pasé a la narrativa bastante rápido. Como me resultaba más fácil y atractivo escribir una historia larga que muchas historias breves, que empezaran y terminaran el mismo día, los posts empezaron a tener continuidad y así, de a poco, fue saliendo la novela.

2- La novela tuvo su primera versión en su blog personal. Sin embargo, a la hora de la publicación, usted escribió que tuvo que mejorar ciertos pasajes y corregir otros. ¿Cuáles fueron los cambios en la obra para que se edite en formato libro? ¿Cuestiones que tienen que ver con el código que se maneja en un blog y no en un libro?

Cuando empezaron a llegar los lectores al blog, me impuse la norma de publicar un capítulo por día y una vez que entré en ese ritmo, no podía –y no quería– pararlo. Dejar la historia sin continuación me parecía una falta de compromiso con ellos y, en el fondo, conmigo mismo. Así y todo, tuve algunos períodos en blanco en que no escribía nada. Pero en general, la historia avanzaba y en un año y dos meses terminó.
Ese ritmo intenso de escritura y publicación provocó que la versión final quedara un poco desprolija, con muchos ripios y personajes intrascendentes o historias secundarias que no iban a ningún lado. De hecho hay una parte bastante larga del blog en que los personajes viajan a Europa, que no está en el libro. Las correcciones vinieron por ese lado: quitar lo que sobraba. En cuanto al código que se maneja en un blog, la única modificación relevante fue la de haber cambiado los títulos de los posts, que casi siempre se referían a un tópico que me resultaba característico de los noventa, por el número de cada capítulo.

3- Los años felices forma parte de la nueva colección Potlach, una colección que albergará novelas que narren los noventa. ¿Cree que había una necesidad muy fuerte de contar esa década y que gran parte de los escritores había ignorado? Pareciera ser una tarea de los más jóvenes.

Es una tarea de los más jóvenes. No es que se haya ignorado a los noventa en la literatura, de hecho hay cosas muy interesantes ya escritas, pero me parece que es necesaria cierta decantación y en ese sentido es lógico que recién en los últimos años hayamos empezado a leer escritores jóvenes escribiendo sobre los noventa desde otros puntos de vista, alejados de los lugares comunes en el discurso sobre la década: la pizza con champán, el uno a uno, las privatizaciones. Esa historia ya fue contada muchas veces y hay un consenso en torno a ella que me parece saludable. Pero hoy en día me resulta más interesante narrar desde otros puntos de vista que, lejos de debilitar ese relato, lo enriquecen, lo llenan de matices. Archivar a los noventa bajo la etiqueta de “década infame” nos vuelve más vulnerables, porque también hay otros relatos: la adolescencia, la crisis de la clase media, las diversas formas de resistencia, entre muchos otros.
La idea de la colección Potlach apunta a rescatar la literatura que creció a la sombra de los noventa. “Cómo no pensar en mí”, de Matías Pailos, trabaja en un registro completamente diferente del mío. Igual que “La última de César Aira”, de Ariel Idez, y “Literatura Argentina”, de Pablo Farrés, que son los títulos que siguen. El criterio de los editores de Pánico el Pánico, Marina Gersberg y Luciano Lutereau, es precisamente ese: voces distintas y complementarias entre sí, que enriquezcan el discurso sobre los noventa. Potlach es una respuesta al Bicentenario, más allá de la académica frase “civilizacion y barbarie”. Las lecturas actuales del Martín Fierro no son interpretaciones sino reescrituras, lo que demuestra que ese texto ya no nos habla como les habló a otras generaciones que pudieron interpretar el ser nacional a través de ese poema. Una lectura de los noventa, para buscar sus fantasmas, sus presencias más allá de los estereotipos, es un modo de responder por qué estamos donde estamos.

4- Su libro es una novela de capas, por momentos cinematográfica. En un primer plano está el relato de iniciación, el de la adolescencia. En un segundo plano, como telón de fondo, el derrumbe de un país. ¿Fue una intención desde el principio dejar en segundo plano el derrumbe de la argentina, el menemismo?

Más bien fue al revés: yo quería contar el derrumbe de un país, pero me salió un relato de iniciación. Me propuse hablar solamente de lo que veía o sentía en esa época, con el lenguaje y los recursos que me parecían más honestos y que muchas veces estaban más relacionados con el cine y la televisión que con la literatura.

5- En los capítulos de Los años felices van apareciendo la música (el grunge), la tragedia (El caso María Soledad) y los lugares (Pumper Nic, Pinamar) relacionados muy fuertemente con la década del noventa. Esas señales, que aparecen sutilmente, funcionan como mojones dentro del relato ¿Esas señales son para anclar la historia en un tiempo determinado? ¿Cuál es la necesidad de escribir sobre los noventa y particularmente sobre la adolescencia?

Ese anclaje en determinados lugares, objetos, películas y discos tiene que ver en principio con el lenguaje propio del blog. Pero al mismo tiempo, sobre todo en los primeros meses, funcionaron como algo más que disparadores. Me resultaba imposible elaborar una historia sin todo ese material. No podía hablar de mí mismo si no era a través de un disco o una serie de televisión. Tenía la sensación de que en los noventa, que fueron mi adolescencia, no había pasado absolutamente nada digno de ser contado.
Los primeros posts, que finalmente quedaron fuera del libro, eran mucho más cínicos, como si las historias que contaba me provocaran algún tipo de desprecio. Y eran, al menos en teoría, autobiográficas. Esa era la herida que me habían dejado de los noventa, que fue desapareciendo a medida que me iba dejando llevar por los personajes y las situaciones. Siempre me gustaron los relatos de iniciación, pero escribir uno en el contexto de la disolución de un país me parecía un gesto irónico, cuando al final terminó siendo todo lo contrario: ser adolescente, equivocarse, cambiar de idea a cada rato (en definitiva: crecer), ya son, en sí mismos, actos de resistencia. Sólo que yo no me había dado cuenta.

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