Esteban Feune de Colombi nació en 1980 en Buenos Aires. Es poeta, actor y fotógrafo. Estudió Ciencias Políticas y Letras. Trabajó como jefe de redacción de la revista G7 durante cuatro años. Publicó Pasante (edición de autor, 2000) y Lugares que no (Huesos de Jibia, 2010). Protagonizó la película Por el camino, premiada en distintos festivales internacionales. En 2011 presentó Americanizado, su primera muestra de fotos, en Brasil. Desde 2008 es el director editorial de Galera Intelectual & Frívola, una publicación mensual que escribe, corrige y edita. Todos sus trabajos pueden verse en su sitio web.
Actor de la obra Entrevistas breves con escritores repulsivos que se presenta en la Fundación Tomás Eloy Martínez, Feune de Colombi acaba de publicar No Recuerdo, un libro que retoma en clave de homenaje a Me acuerdo, del escritor francés Georges Perec. Inclasificable, de difícil catalogación, No Recuerdo enumera 481 sentencias (una más que el de Perec) que entretejen un correlato de vivencias. “Es algo tal vez sin género, equívoco y amorfo, un engendro como esos intentos de omelette que no son huevos revueltos ni estrellados. En el fondo, es lo que quieras que sea, asumiendo que tengas ganas de que sea algo y no nada porque, en ese caso, puede tranquilamente ser nada, una exhalación o una fanfarronada”, dice Colombi a la Fundación TEM sobre su reciente libro.
1- Antes de que fuese libro, usted ya realizaba lecturas de No Recuerdo en público. ¿Cómo se gestó?
Todo empezó porque me gustan mucho algunos escritores que orbitaron alrededor de la OULIPO, tales como Queneau, Calvino o Perec. Cuando vivía en Francia, leí de este último Je me souviens, un libro en el que recopila 480 pequeños recuerdos, tanto públicos como privados, que, fruto de la repetición –cada texto tiene poquísimas líneas y empieza siempre con “yo recuerdo…”–, terminan configurando una muy curiosa forma de autobiografía. Perec había contado que la frontera de los recuerdos recordados de ese libro llegaban hasta sus 25 años, edad que yo, estando en París, venía de cumplir. Inmediatamente, no sé cómo ni porqué, tuve la idea de plagiar o de continuar el proyecto de Perec, pero a la inversa: es decir, olvidando en vez de recordar, y atándome, así como los oulipianos, a una restricción bien clara. Para molestarlo, decidí que escribiría 481 textitos. Luego de varios años –ahora cumplí 31–, el libro vio la luz. Mientas lo paría, también pensé en que si bien me gusta leer memorias de escritores, lo que nos suele llegar a los lectores son miradas demasiado piadosas, editadas a lo largo del tiempo. En este caso, No recuerdo vendría a ser, entre otras cosas, una suerte de recopilación obsesiva de memorias impiadosas y frescas.
2- ¿Su libro es un intento por documentar la importancia de la memoria?
Apenas empecé a coleccionar un “no recuerdo” encima de otro, me di cuenta de que estaba “recordando”; entendí, entonces, que para pescar siquiera un cornalito del olvido en la ciénaga de la memoria, uno está obligado a recordar, a cerrar los ojos y lanzar al vacío un anzuelo encarnado. En algún punto, uno no olvida sino que archiva… Sin embargo, no hubo intento de documentación sino más bien de divertimento. Acabo de buscar la palabra “divertimento” en el diccionario de la Real Academia Española. En su segunda acepción, se trata de una “obra artística o literaria de carácter ligero, cuyo fin es sólo divertir”.
3- Escribe al comienzo: “No recuerdo a Georges Perec”. Sin embargo, el homenaje es evidente. ¿Qué importancia hay en su prosa de él? ¿Qué lugar cree que ocupa en el marco de la literatura universal?
El homenaje a Perec es tan evidente que lo niego al comienzo sólo para “épater le bourgeois”. Él y sus colegas de la OULIPO surgieron tal vez como reacción alérgica a los métodos de escritura que usaban los surrealistas y acercaron la literatura a la matemática, por ejemplo, sin dejar de lado lo lúdico. De movida, las infinitas restricciones formales a las que adscriben los oulipianos me vinieron al pelo para encontrar las mías y “encauzar” o “enjaular” un poco mi sempiterna distracción. A su vez, creo que Perec, con La vie, mode d’emploi, produjo una de las más grandes novelas en la historia de la novela. No sólo eso: el tipo tiene como mínimo una decena de libritos deliciosos que se leen y releen con fruición. Libritos alegres y melancólicos escritos en francés por un huérfano hijo de polacos que murió con menos de 50 años. Además de eso, co-dirigió una película genial basada en su novela Un homme qui dort, escribió obras de radioteatro, fabricó crucigramas…
4- ¿Qué son para usted esos “No recuerdo”? Para Perec esos recuerdos son pequeños pedazos de cotidianidad que fueron olvidados y que regresan provocados por la nostalgia. ¿Hay algo de eso en su libro?
Debe haber, seguramente. Aun así, no soy para nada nostálgico ni me entristecí escribiéndolos, recordándolos u olvidándolos. Suelo mirar para adelante y contar las historias del pasado como si todavía no hubieran ocurrido. Recuerdo ahora que, cuando vislumbré que el proyecto podía convertirse en un libro, me interesaba que mis amigos y mis familiares, que no se dedican a la literatura, pudieran leerme en un formato más “accesible” que el de la poesía. A su vez, me pareció que el texto los interpelaba. Un amigo terminó de leer el manuscrito hace unos años y, en respuesta a “no recuerdo haber perdido muchos partidos de ping-pong”, por ejemplo, me dijo que él los recordaba muy bien pues me tuvo de hijo durante todo un verano. Cosas así. Fragmentos de cotidianeidad. Retazos de retazos de cosas que parecen esfumadas, pero que están ahí, durmiendo la siesta en una vieja carpeta. Me gusta la idea de lo inacabado. Creo que mis intenciones estaban más cerca de eso que de la nostalgia, que me parece una palabra muy pesada.
5- A juzgar por el índice onomástico, se podría asegurar que No Recuerdo es una novela autobiográfica: su padre y su madre; sus hermanos y sus abuelos, son los que más veces aparecen. ¿Por qué?
El índice onomástico resulta clave para “entrar” en el texto. Me encantan los libros que ofrecen varios puertos de entrada y que resisten lecturas intermitentes, que uno los abra en cualquier página, lea dos líneas y los cierre. Eso estoy haciendo hace cuatro años con el magnánimo Borges, de Bioy, y me apena que no tenga un índice onomástico: se trata de algo similar a viajar por Rusia, con los ojos vendados y sin un mapa. Ahora bien, es cierto que en muchos “no recuerdo” los protagonistas son personas que quiero y que están cerca de mí. Eso puede, en efecto, acentuar la idea de autobiografía.
6- Cenotafio -que es una palabra que aparece dos veces en el libro- es una tumba vacía que se erige con el motivo de guardar un recuerdo especial de alguien, una edificación simbólica. ¿Podría decirse que No Recuerdo es un cenotafio para Georges Perec?
No lo había pensado de ese modo, pero confieso que me gusta la idea. Incluso suena lindo para un título de un disco o de una canción: “Un cenotafio para Georges Perec”. Lo del cenotafio es porque, cuando vivía en Ginebra, iba muy seguido a visitar la tumba de Borges. Ojalá a Perec se lo leyera en todos lados, sin descanso, así como a otros oulipianos que aún viven y escriben, como Jacques Roubaud o Marcel Bénabou, y que se siguen juntando un jueves por mes en la Biblioteca Nacional de Francia a reírse un poco de todo, empezando por ellos.