Desde hoy, en el ciclo de textos de los lunes, compartiremos crónicas, fragmentos de novelas y piezas teatrales de los actores que forman parte de Entrevistas breves con escritores repulsivos. La obra estará en cartel desde el viernes 4 de noviembre hasta el 16 de diciembre a las 21 horas en la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez (Carlos Calvo 4319). Hoy es el turno de un capitulo de El sueño Colbert (Editorial Galerna), novela del escritor Roni Bandini.

Por Roni Bandini*
Le dije a Daiana que había un bar por Río De Janeiro y Rivadavia con un piano y que a veces los clientes tocaban y se ponía muy bueno. Lo del piano era verdad pero había inventado lo de la gente que se ponía a tocar. No era una mentira, era un poco de color y además tampoco era imposible, el piano estaba ahí, la gente estaba ahí…. Faltaba algo de sinergia. Nos sentamos. Yo quería pedir alcohol para los dos, Gancia o Martini, tres o cuatro tragos. Pensaba que de esa forma no tendría que ser muy ingenioso. Pero la moza no venía y cuando vino, Daiana se pidió un té con limón y yo me empecé a preocupar. Después de todo ella era linda y talentosa y tenía alumnos, muchos alumnos de allá y de acá, le había hecho coros a Calamaro una vez y yo quería decir grandes cosas, quería parecer un tipo agudo, sensible y como no se me ocurría nada estaba callado o decía boludeces: «te paso el azúcar… en esa mesa pidieron unas papas… es bueno que la cocina tenga ventana… así uno controla lo que hacen… una vez, así por la ventana de la cocina vi una rata…» y de repente me sonó una alarma en la cabeza, era un twin, twin, marcha atrás… Me di cuenta de que Daiana estaba tomando el té con preocupación y si no cambiaba rápido de estrategia se me iba a ir todo bien a la mierda.
Fui al baño, me mojé el pelo frente al espejo, respiré hondo y me propuse desarrollar rápido diez temas de conversación:
1. El piano y qué raro que los clientes no tocan.
2. Yo una vez vine y de hecho estaban tocando.
3. ¿Suena mejor un piano que un teclado?
4. Film And Arts, eso si que es un canal…
No se me ocurrían más temas. Salí. Me iba acercando a la mesa y tuve como un presentimiento, de que yendo de frente, con la verdad iba a funcionar. Me senté, la miré y estaba por hablar. No me animé pero ya había puesto esa cara, de que iba a decir algo, entonces me largué: «Eso que te había contado de la rata…ojo que no fue acá… es decir, puede que haya ratas acá pero yo no… Es decir, no la vi acá sino imaginate que no hubiera…»
Daiana ni me miraba, estaba con la vista clavada en la taza y yo no podía saber lo que estaba pensando, ni siquiera podía saber lo que yo estaba pensando, ya no pensaba. Empecé a hacer cuentas: un té y un Gancia, más la propina, siete pesos, taxi a su casa…colectivo a Lavalle y Florida…película de Bruce Lee… seis pesos.
En una de las mesas, al lado de la ventana había un pibe flaquito, con un jardinero y un sweater. Se paró, parecía que iba al baño pero dio la vuelta y caminó en dirección al piano. Yo empecé a repetir en mi cabeza «que toque, que toque, que toque…». En eso escuché una tecla aguda, después otra más grave. Y ahí, sin sentarse siquiera, el pibe largó con un tema, era una especie de rock and roll. La música inundó el lugar y fue un momento mágico, un guiño de Dios. Daiana se quedó con la taza suspendida en el aire, entonces sonrió como una nena, no le importaba mi charla de las ratas, ni nada, me miró y dijo: «Mustang Sally». Y ese momento, el flaquito del jardinero tocando el piano, era algo mágico pero no era suficiente para salvar la noche. Empecé a ponerle onda con las palmas al ritmo de la canción. Las palmas retumbaron en el bar, de todas las mesas se dieron vuelta para ver al boludo mal copado. Pero a Daiana no le molestó, al contrario, le gustó y se sumó y después el tipo de la barra y uno de los que me había mirado mal y en eso estábamos todos palmeando y cantando el estribillo. Yo cantaba por fonética, pero le ponía actitud y sonaba parecido, Daiana también cantaba y se reía. Y ahí supe, que no era una mina rebuscada, apenas quería pasarla bien conmigo y escuchar un poco de música. Daiana acercó su silla y me hablaba al oído, muy cerca y yo le contestaba al oído y me tenía que correr para que ella me dijera otra vez algo y ya casi le rozaba los labios, entonces no pude esperar más, le di un beso, suave, lindo, abrí un ojo mientras la besaba y vi que ella estaba sonriendo, que le gustaba. El piano seguía sonando y el lugar se llenaba de gente pero todo pasaba en nuestras dos sillas, en un rincón del bar. Era increíble porque un día cualquiera el pibe del enterito hubiera sido un Baglietto-oloroso-andá-a-bañarte pero esa noche me acerqué antes de salir y lo felicité y nos dimos un abrazo, el me dijo loco-no-se-que y yo le dije también loco-muy-bueno y Daiana después me cargaba loco-adónde-vamos.
Salimos por Río de Janeiro, un par de cuadras atrás había visto un hotel. Pedí la mejor habitación con la voz gruesa. Subimos por el ascensor y abrí la puerta de la 2207. Me pareció que me habían dado uno de esos cuartos temáticos tipo «Romance en Venecia», el mío era «Frío en el penal de Devoto», las paredes escritas, un frío de la puta madre. Además las luces, era imposible, había cinco interruptores, o se veía todo o no se veía nada. Traté de apagar las luces y poner la tele como iluminación pero cuando la encendí apareció una película porno mal, eran dos enanos garchándose a una vieja sobre un tractorcito verde. Me empecé a poner nervioso. Daiana me sacó el control, apagó la tele, encendió la luz del baño, buscó un tema lento en la radio y se sacó los zapatos.
Todavía estaba con ella cuando me puse a pensar, a hacer un inventario, de noches, de tardes, de momentos de la vida memorables, lo que fuera, no encontré nada igual y hasta cuando le dejé en la puerta de la casa y ya salía el sol y supuestamente todo se ve más feo y real, hasta en ese momento me pareció que era hermosa y que la iba a extrañar todo el domingo y todo el lunes y el martes y los días que pasaran hasta volverla a ver.
*Roni Bandini es un escritor argentino nacido en la Ciudad de Buenos Aires. Fue guitarrista de una banda de rock, trabajó como redactor tecnológico y escritor de viajes. Es autor de las novelas El Sueño Colbert (Editorial Galerna, 2009, Tercer Premio del Fondo Nacional De Las Artes), La Gran Monterrey (Secretaria de Cultura de General Pueyrredón, 2010, Primer Premio Osvaldo Soriano) y Paso a Nivel (inédita). Sus cuentos fueron publicados en antologías españolas y argentinas. Bandini ofrece sus crónicas a cambio de vodka e insultos en www.bandini.com.ar

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