En una ya famosa exposición que tenía como tema la pobreza mundial, Banksy metió un elefante en un habitación pintado del mismo color del empapelado: el problema está y es evidente, aunque no lo queramos ver. Así podrían pensarse los cuentos de Entrevistas breves con escritores repulsivos, de David Foster Wallace. A lo largo de 23 relatos, los elefantes son las perversiones y las disfuncionalidades en las relaciones personales. Lo que mata no es la humedad, sino la asimetría en la pareja, en la familia.

A partir de seis relatos del libro que “reflejan bastante bien lo que piensa el autor sobre las relaciones hombre-mujer en nuestra época”, el director español Marc Caellas realizó una adaptación teatral que desde este viernes y hasta el 16 de diciembre se podrá ver en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Si ya de por sí es interesante la propuesta de ver una obra basada en textos de DFW, hay que sumar un nuevo ingrediente: en lugar de actores, Caellas decidió trabajar con escritores para interpretar los papeles.

—Me interesa la visión del mundo de los escritores —explica—, su manera de enfrentarse a la vida cotidiana, sus delirios. Creo que para este tipo de teatro, de dimensiones reducidas y alejado de las salas convencionales, son más efectivas personas que no basen su habilidad en el atractivo físico o en la representación de ciertas emociones sino más bien personas que comprendan realmente el texto y puedan trasmitir esa comprensión a los espectadores. Los escritores suplen su falta de técnica actoral con cierta honestidad emocional que creo muy valiosa en propuestas así.

La obra se dirige a un público que no supera las 40 personas. Son cinco escenas en las que participan Roni Bandini, Lucas Oliveira, Martín Seijo, Esteban Feune de Colombi, Guillermo Piro e Ivana Romero. La participación de los escritores convocados no se reduce a la actuación. Ellos hicieron sus propias anotaciones en el guión. Se trata de mantener el espíritu del libro de David Foster Wallace, pero alumbrarlo con una acción propia:

—La intervención en el texto es continua, permanente —dice Guillermo Piro—. Con Roni Bandini no sólo retradujimos la pésima traducción de Javier Calvo, sino que, puesta a puesta, la vamos cambiando, dependiendo del humor y de la sobriedad del día. Mejor dicho: de la noche.

La puesta comienza con un diálogo entre Bandini y Romero: una vez que ella ha dejado todo —hasta ha regalado al gato—, él la abandona. No será la única vez en la noche que alguien la deje. Y uno sospecha —uno sabe— que tampoco es la primera vez que él ha dicho ese discurso.

Desde entonces seguimos a Ivana Romero —convertida en diferentes Ivanas Romeros— por diferentes lugares de la casa: en una biblioteca se entrevistará con un Martín Seijo sadomasoquista, en la terraza fumará marihuana con Lucas Olivera, que dice conocer el secreto para ser un buen amante, más tarde en el hall central Esteban Feune de Colombi la hará culpable de ser insegura y cuando ella ya no pueda escuchar nada más, el público será testigo de una historia narrada por Guillermo Piro que comprueba que el deseo es más fuerte que el sentimiento de compasión hacia la mujer abandonada.

El errar por la casa acentúa el efecto episódico de cada escena:

—Por un lado —explica Caellas— intento trasladar a la escena la estrategia fragmentaria del relato escrito. Por otro, quiero que el espectador se sumerja en la intensidad de cada entrevista, en la atmósfera específica que se genera en cada espacio del edificio. El movimiento permite tanto descansar como digerir la experiencia y pensarla desde fuera después de haberla vivido desde dentro. Quiero saber qué le pasa al espectador en cada lugar, si le afecta el cambio del punto de vista. Soy consciente que unos lugares funcionan mejor que otros y estoy expectante de ver qué sucede en cada uno de ellos.

Ivana Romero tiene una participación más bien compleja. Aunque está siempre en escena —salvo en el diálogo final de Piro y Bandini— no tiene una línea de texto. Sus intervenciones se reducen a expresiones o movimientos sutiles con las manos. No se permite ni siquiera las risas o comentarios que descargan al público. Sin embargo, para ella, el silencio está lejos de ser una muestra de debilidad femenina:

—Que las mujeres de esta obra no hablen no significa que sean menos poderosas que los varones. En cierto aspecto, ellos pueden existir sólo porque ellas, las mujeres que busco componer, están ahí. Los escritores repulsivos, en verdad, no pueden escuchar a las mujeres a las que les hablan. Pero es un problema grave de ellos, no de ellas. Justamente DFW se metió con un tema tan explorado como el del vínculo entre varones y mujeres, pero lo hizo a su modo; es decir, devolviendo una mirada cáustica sobre el mundo, incómoda. Estos varones están demasiado apresados por sus miedos, sus prejuicios, sus mitos, como para compartir su mirada con alguien más. Pero no pueden admitirlo. Las mujeres, históricamente, nos hemos tenido que abrir camino en un mundo regido por lógicas masculinas. Así que sé de lo que hablo (y de lo que callo) cuando construyo personajes femeninos desde el silencio. Es un silencio cargado de significado. Sería como el negativo de una foto de esas que se tomaban con película. Es decir, en un mundo donde prolifera el ruido, la palabra porque sí, está bueno devolver silencios significativos. No tiene nada que ver con silenciar a las mujeres, o algo así. Por el contrario, las mujeres como colectivo político y las mujeres de las que aprendí cosas en términos personales, han hecho oír su voz con firmeza. Si yo y muchas podemos estar ahora tomando la palabra o construyendo discursos distintos a los hegemónicos es porque desde hace siglos otras tantas han venido abriendo caminos. Así que cuando decís que no tengo una línea de texto estás diciendo algo cierto, pero eso no significa que no esté en las escenas construyendo un discurso con un peso propio, distintivo, con silencios habitados de muchas palabras.

Los aplausos no sólo ponen fin a la obra, sino que también liberan la tensión que se fue sumando en cada escena. Es el momento en que uno se permite la complicidad y la sensación de que nunca llegará a ser uno de esos escritores repulsivos. Pero se sabe: detrás de las risas, las felicitaciones, las copas de vino, esperan los elefantes.

Por: Patricio Zunini

Medio: Blog Eterna Cadencia

Fecha: 01 de noviembre de 2011

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