Editorial Planeta acaba de publicar Lo que no aprendí, último libro de la escritora colombiana Margarita García Robayo, autora también de Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (Planeta, 2009), Las personas normales son muy raras (Arlequín, 2011), Orquídeas (Nudista, 2012) y Hasta que pase un huracán (Tamarisco, 2012). Compartimos un fragmento de la novela, que será presentada en Fundación Tomás Eloy Martínez el jueves 24 de octubre a las 19.30 por Cristian Alarcón, Mariana Enriquez y Carlos Busqued.
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El día que murió mi papá pensé que quería escribir una novela. No se lo dije a nadie. Cada vez que me preguntaban qué estaba escribiendo yo meneaba la cabeza: nada. Entonces me lanzaban esas miradas cómplices seguidas por preguntas sobre mi infancia o mi familia tan lejana. Venir de otro lado me garantizaba la conmiseración ajena. Estar sola en una ciudad como Buenos Aires, donde la idea de familia iba de la mano del asado o los ravioles de domingos –o sea los lapsos de vida que verdaderamente importaban– me hacía una auténtica pobrecita. Quizá por eso me gustaba estar con Bruno, porque él tampoco tenía su familia en Buenos Aires, aunque daba igual porque hablaba demasiado de ella. Sobre todo de la madre. Cuando recién nos estábamos conociendo me preguntó cómo era mi madre, yo le di una descripción bastante escueta a la que él contestó con un suspiro largo y la confesión disparatada de que le habría encantado que mi madre fuera la suya.
–…es que esa madre que yo tuve, pobre mujer, tan limpita y modosa; todo lo que hacía era remendarme los calzoncillos y hasta ahí le llegaba el amor. Nunca una fiesta de cumpleaños, nunca una celebración por mi existencia.
–Yo odiaba los cumpleaños –le dije, pero no me escuchó.
–…mi mamá no invitaba a nadie a casa por vergüenza, porque para qué exponerse al ridículo, decía. Y todo lo hablaba bajito, para que mi papá no oyera. Y se vestía insípida de pies a cabeza, como si fuera un pecado notarse. Todo en mi familia se hablaba y se pensaba en chiquito, por eso me fui, para salvarme de ser como ellos –Bruno hablaba sin parar, porque lo necesitaba. Aunque nadie lo oyera, él necesitaba contarlo.
Había leído una entrevista a un escritor famoso que decía: hay que decir cosas necesarias. Y después, más adelante, repetía: hay que decir lo que uno necesita decir cuando necesita decirlo, y el resto es bullshit. Cuando mi papá se murió me acordé de eso, que entonces me había parecido un verso lamentable. Me acordé porque yo necesité decir que era huérfana. Que hacía mucho que era huérfana, aunque hubiese pasado poco tiempo de su muerte. Debía ser de los temas menos originales de la literatura. Había tanta gente diciendo lo mismo, amparada en esa necesidad: haciendo un coro para nadie.
O para pocos, da igual.
Cuando uno necesita decir algo necesita decírselo a alguien, no al mundo. Y ese es el problema de los escritores, que confundimos al mundo con alguien.
Tiempo después de escribir esto, me encontré con un poema de Natalia Ginzburg que, por supuesto, lo decía tanto mejor:
Yo junto estas palabras para cuatro personas / Algunos más pueden oírlas / Oh mundo, lo siento por ti / Tú no conoces a esas cuatro personas.