16660El 10 de diciembre se cumplió el aniversario del nacimiento de la extraordinaria escritora brasilera Clarice Lispector. En momentos en que se la homenajea en todo el mundo, y se instala “La hora de Clarice”, en consonancia al famoso “Bloomsday” en homenaje a James Joyce, compartimos un artículo que Tomás Eloy Martínez escribió para diario La Nación en el año 2009.

Hace poco más de medio siglo, la fuerza de transformación de la literatura de América latina asombraba a los países centrales, que habían alcanzado la modernidad gracias al desarrollo de sus industrias, a sus hallazgos tecnológicos, sus redes de comunicación, sus trenes y sus aviones. Pero su lenguaje y su capacidad de narrar la sociedad estaban apergaminados, cansados, y suplían la falta de sangre e ideas nuevas con juegos teóricos que no llevaban a ninguna parte. En América latina, el afán de crear ese mundo nuevo que expresaba la revolución cubana parecía haberse concentrado en la literatura.

Mientras México, los países del Río de La Plata y Colombia respiraban a pleno pulmón los nuevos aires, Brasil, el gigante, se mantenía impermeable a todo lo que no viniera de sí mismo. Brasil cambiaba de piel, pero se alimentaba de su propia música y de su propia herencia literaria. Cierta vez le preguntaron a João Gilberto por qué daba tan pocos recitales en el extranjero, donde su música tenía un éxito clamoroso. “Para qué”, respondió. “En Brasil mi público es tanto como en el resto del mundo y además me escuchan con mayor felicidad.”

A mediados del siglo XX, el gran nombre de la literatura brasileña seguía siendo el de Joaquim Maria Machado de Assis (1839-1908), quien escribió una sucesión de obras maestras mediante el simple recurso de observar atentamente el paisaje interior de los pensamientos y los sentimientos para contarlos de una manera inusual, inesperada. Uno de sus mayores herederos es João Guimarães Rosa, quien impresiona más que nada por su virtuosismo verbal y el oído finísimo con que capta la música de las voces del sertón, en el nordeste profundo de su gigantesco país.

Sin embargo, la única hija directa y legítima de Machado de Assis es Clarice Lispector, cuya obra misteriosa empieza a difundirse en los Estados Unidos con tanto ímpetu como la de Roberto Bolaño. Al chileno lo consagró el semanario The New Yorker ; a Lispector le rinde tributo el influyente The New York Review of Books con un ensayo extenso de Lorrie Moore, la joven diosa del minimalismo. Moore advierte que la magnética fama de Lispector se debe, en parte, a los estudios sobre su obra reunidos por Hélène Cixous, a quien las universidades francesas deben el apogeo de los estudios sobre la mujer. En Francia, recuerda Cixous, la exquisita abstracción de la prosa de Clarice hacía que la vieran como a una filósofa. Cuando asistió a un encuentro de teóricos sobre su obra, abandonó la sala en la mitad del homenaje diciendo que no entendía una sola palabra de esa jerga.

Una de las primeras veces que se oyó hablar en Buenos Aires de Clarice Lispector, a fines de los años sesenta, fue cuando circuló la leyenda de que se había quemado viva en su casa de Río de Janeiro. En 1969, ya el mítico editor Francisco Porrúa había publicado en la editorial Sudamericana algunos de sus libros: las novelas La manzana en la oscuridad , La pasión según GH y Un aprendizaje o el libro de los placeres , así como los admirables cuentos de Lazos de familia . Lispector rompía con todas las convenciones del arte de narrar y arrancaba de cada palabra un temblor secreto, enigmático. Sus revelaciones eran como las de un teólogo oriental bailando una danza ritual africana.

Cuando la leímos, deslumbrados, en el semanario Primera Plana , pensamos que era imperioso viajar a Río de Janeiro para descifrar sus secretos. Sara Porrúa, quien entonces era la mujer de Paco, quiso ser la adelantada en esa búsqueda. Las primeras noticias que envió disipaban la fábula de Clarice quemada viva. Su cama se había incendiado accidentalmente cuando se quedó dormida con un cigarrillo encendido. Pero la habían rescatado a tiempo. Su extraña belleza tártara (los ojos almendrados y rasgados, los pómulos salientes, la constante expresión de angustia de su cara) se le había marchitado cuando ardió el lado derecho del cuerpo, lo que le inmovilizó el brazo.

Dar una idea de su imaginación sólo es posible a través de un par de citas. Sara Porrúa trajo de Río el borrador de un relato que no he visto publicado ni siquiera en la muy completa colección de Cuentos reunidos , que Alfaguara publicó en 2001 al cuidado de Miguel Cossío Woodward. Se llama Viúva-Negra y narra una historia breve y cruel. “No hay araña tan hacendosa como Viuda Negra. Pasa la vida estudiando las telas que se tejen en los nidos de la oscuridad y reparando éste o aquel error. A veces trata de copiar los diseños que admira pero los resultados de su trabajo son insignificantes, apenas torpes correcciones del arte ajeno. Aracne, su amiga, le ha recomendado que observe los dibujos de su propio cuerpo y trate de reproducirlos. Sobre el abdomen de Viuda Negra hay una fosforescencia roja en forma de reloj de arena, pero sólo la naturaleza podría tejer algo así. Una noche Viuda Negra conoce a Araño, y queda deslumbrada por la rapidez con que arma sus telas maravillosas y la felicidad sencilla con que las imagina. Piensa que tal vez Araño pueda tejer un reloj de arena que brille en la noche. Le ofrece que compartan el nido y examinen juntos las imperfecciones de las telas ajenas. Cuando encuentra manchas marrones en uno de los tejidos más luminosos, se obstina en corregirlas y limpiarlas. Araño se niega, porque aduce que el arte es lo que es. Viuda Negra se indigna y en el frenesí de la pelea están a punto de devorarse. Viuda Negra es astuta, teme la fuerza de Araño y resuelve vencerlo con una treta humillante. Le pide que despliegue por última vez una de sus telas inverosímiles. Araño es vanidoso y no se puede negar. Suelta con fuerza sus hilos como si fueran las plumas de un pavo real y cuando lo ve bien hinchado por la belleza de su soberbia, Viuda Negra, que ha calculado cada movimiento, le clava un aguijón fatal en la cabeza. Araño cae fulminado y ni siquiera advierte las feroces mordeduras con las que Viuda Negra lo desgarra para alimentarse. Ha tomado ya todo lo que se podía tomar de él.Vacío y moribundo, Araño no le sirve más.

Viuda Negra sufre un desencanto final: nadie conoce su triunfo. Se ha quedado con el nido y con las telas, pero nadie desciende a su oscuridad, donde ya no brilla la luz de Araño. Fue tan bueno lo que pasó. Fue tan bueno que ahora Viuda Negra quiere inventar a Dios. Pero mientras sea ella la que lo invente, Dios no tiene ganas de existir.”

Sara Porrúa no trajo de Río sino ese papel doblado en cuatro, escrito con las grandes letras aladas de Clarice. Durante días, en la redacción de Primera Plana no se habló de otra cosa. Sara se perdió en las selvas de Guatemala y se convirtió en personaje de Cortázar.

Otro ejemplo valioso de la escritura de Lispector es el comienzo de Un aprendizaje , novela cuya primera frase viene de la nada. La puerta de entrada es una coma: “, estando tan ocupada, había venido de las compras de casa que la sirvienta hiciera a las corridas porque cada vez trabajaba menos aunque sólo viniera para dejar almuerzo y cena listos…”. Un aprendizaje lleva también la siguiente advertencia inicial: “Este libro se pidió una libertad mayor que tuve miedo de dar. Está muy por encima de mí. Humildemente intenté escribirlo. Yo soy más fuerte que yo. C.L.”. Y hacia el final de Agua Viva escribe: “No voy a morir, ¿escuchaste, Dios? No tengo coraje, ¿oíste? No me mates, ¿oíste? Porque es una infamia nacer para morir no se sabe cuándo ni dónde. Voy a ponerme muy alegre, ¿escuchaste? Como respuesta, como insulto”.

Su desmesurado desafío a la muerte impregna muchas de las crónicas reunidas en Revelación del mundo , que incluye todas las que escribió para el Jornal do Brasil entre 1967 y 1973. Otras, inéditas, se publicarán el año próximo en la Argentina bajo el título de Descubrimientos .

Clarice, sin embargo, continúa siendo un enigma sin descubrir que asombra en cada frase, en cada desvío de su vida. Murió a los 57 años de un cáncer de ovario, después de haber pasado los últimos años encerrada en la soledad de su casa de Leme, cerca de las arenas de Copacabana. Su autorretrato cabe en una frase: “Mirarse en el espejo y decirse deslumbrada: qué misteriosa soy”.

Deja una respuesta