17 grises editora acaba de publicar Can solar, el nuevo libro de relatos del escritor cordobés Carlos Godoy. El autor de la Escolástica Peronista Ilustrada nos cuenta cómo fue su experiencia de escribir cuentos después de cuatro libros de poemas y una novela epistolar.

Carlos Godoy / Foto: Virginia Ostinelli

Carlos Godoy nació en Córdoba en 1983. Es poeta y narrador. Ha publicado los poemarios Prendas (2005), Escolástica Peronista Ilustrada (2007), La temporada de vizcachas (2009), Paritarias + Soy la decepción (2011) y la novela Sugar Blueberry, sugar blueberry (2011). Actualmente colabora en la revista Crisis, Ñ, Brando y en el suplemento joven Ni a palos, del diario Miradas al sur. 

Como granadas a punto de estallar en la cabeza del lector, los 5 relatos que componen Can solar constituyen un corpus envolvente, donde se puede visualizar –si se bucea a lo largo de la obra completa de este jovencísimo escritor cordobés- señales que funcionan como obsesiones: el trabajo, el dinero, la paternidad y la familia.

Godoy atraviesa el derrotero del libro con una prosa minimalista, seca, despojada y de cierta crudeza. Ese grado cero de la escritura es tierra fértil para que florezcan historias contundentes e incómodas durante las poquísimas 60 páginas de un libro inquietante. “Lo ideal es que la lectura te demande el esfuerzo de una sentada. No me interesa escribir un relato largo. En Can solar traté de contemplar al lector de hoy”, dice el autor a la Fundación TEM.

1- En una entrevista aseguró que escribe rápido y de “una patada”. ¿Cuánto tiempo trabajó los cinco relatos que componen Can solar?

De una patada escribí la Escolástica Peronista Ilustrada. En ese libro se puede encontrar cierta espontaneidad que cuando creces, perdés. Después, con el paso del tiempo, te transformás en un obsesivo. En el caso de Can Solar los cuentos tienen un año de trabajo. Primero los pienso mucho, uso una pizarra donde hago un esquema y después me siento a escribir mucho. Si no sé para dónde voy, me frustro. A todos los cuentos los corregí bastante, pero creo que al que más lo retoqué fue a Erasto. Fue un cuento que me costó mucho porque la historia es una vivencia personal muy fuerte. Final de anatomía es el que más disfruté y menos corregí. Por momentos pensé que ese era el mejor cuento, pero lo leyeron varias personas y me dijeron que había otros más importantes. La gente que leyó el libro me dice que el mejor es Erasto. Yo pensé que era el primero, por ese le di ese lugar, pero nadie le dio bola.

2- ¿Qué elementos le hacen sentir que un cuento no funciona?

Cosas que nadie se da cuenta. Soy muy obsesivo con ciertas desprolijidades y algunas repeticiones. Hay otras que fui descubriendo a medida que leí el libro impreso. Igual estoy muy conforme con el resultado final. Lo que me deja conforme es que en el momento que lo entregué era el nivel máximo al que podía llegar mi escritura. Igualmente creo que los relatos de Can Solar tienen una búsqueda mayor: darle entidad a la novela que estoy trabajando. Estos cuentos me sirvieron para ejercitar toda una zona que le falta a la novela que es la de la calibración. El relato, a diferencia de la novela, no es un género tan plástico. Tiene que estar todo muy bien calibrado para que no se desbalancee el resultado final.

3- El crítico Omar Genovese asegura que en Final de anatomía asoma una idea de protonovela. ¿Está de acuerdo con esa afirmación?

Tanto Genovese como Federico Falco me advirtieron que a los cuentos les faltaban páginas, pero a mi entender estaban bien así. Quería un libro corto, que un lector lo lea en una hora y media. Esa es una de las ideas que atraviesa el libro. Lo ideal es que la lectura te demande el esfuerzo de una sentada. Si hay algo que no te termina de atrapar y te falta una página, lo terminás. En cambio si estás leyendo y no te atrapa, y encima te faltan 20 páginas, tirás el libro a la basura. No me interesa escribir un relato largo. En Can solar traté de contemplar al lector de hoy.

4- Su libro anterior, Sugar blueberry, sugar blueberry, se puede leer como un ejercicio novelístico. Ahora bien, ¿cómo hace para que no se entrecrucen la poesía, la novela, el periodismo y el ensayo en sus textos? Se nota una gran autonomía entre ellos.

Maximiliano Crespi, editor de 17 grises, asegura que mi voz está presente en el libro. Mis ojos siempre estuvieron puestos en la narrativa, me la pasé escribiendo cuentos toda la vida. El camino que transité por la poesía no fue un error, pero sí una buena forma de ir construyendo una determinada obra y sobre todo una voz. En mis textos no hay linealidad, pero lo que se puede encontrar en el conjunto son ciertas obsesiones como el trabajo, la guita y la paternidad. Con respecto a los géneros, en la crítica literaria y el ensayo, la facultad me formó para eso. Me encanta ir descubriendo cosas nuevas. Sin embargo, ya no puedo escribir poesía. Me fui desprendiendo de ella. La poesía es iniciación, no se puede dedicarle la vida porque es deprimente. Siempre me propuse hacer algo distinto a medida que iba publicando. En su momento, escribir poesía no me costaba, a todo el mundo le gustaba y la publicaba. Pero preferí irme a investigar a otras zonas.

5- Sin embargo, parece que su poesía tiene una sensibilidad especial. Sus libros son editados y la Escolástica Peronista Ilustrada se vuelve a reeditar en los próximos meses.

Uno de los grandes problemas que tengo es que siempre me tomé la literatura demasiado en serio. La literatura nunca te devuelve nada, sólo te da problemas. Siempre trabajé muchos los poemas. En La temporada de vizcachas, me dije: “voy a escribir un libro sobre cacería, masculinidad, religión y paternidad. Tengo que leer Faulkner y sentarme a escribir”. Fue un proyecto bien planeado, pero también porque era consciente que no podía escribir la novela en ese momento. Luciano Lamberti dice: “tengo una literatura alucinante en la cabeza pero no la puedo escribir”. La poesía era eso, mi tope. No es que me sentaba y me salía fácil. Ahora siento que puedo dar un poco más. La crítica me enseñó a escribir sobre cosas que antes no podía. Igualmente estoy desilusionado con la poesía. Siento como pares a los escritores y no tanto a los poetas.

6- Se lo considera por una parte de la crítica como un poeta político. Entonces, ¿qué de político hay en estos relatos?

Me parece raro pensar si la literatura es política o no. Jonathan Franzen decía que la literatura seria es la que es trágica. La condición humana se ve en la tragedia y toda literatura seria, es política. La tragedia y la violencia es política y esa es la forma más interesante de pensarla.

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