Gonzalo Figueroa es periodista. Durante 2011 cursó el taller de cuento a cargo de Samanta Schweblin en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Compartimos el cuento Yo no quiero ser buchón, que trabajó en el taller.


Por Gonzalo Figueroa*

Yo no quiero ser buchón, anote eso, oficial, que lo hago porque la ley me obliga. Yo no quiero ser buchón, pero él estaba obsesionado con la chica. Sabía a qué hora entraba, a qué hora salía, a dónde trabajaba, todo. Yo no sé oficial, no sé cuando empezó a volverse loco. Él la vio alguna vez en el palier, porque eran vecinos. Ella vivía en el quinto A y él en el B. Y ahí comenzó todo, me parece.

Cuando estaba en su casa, estaba atento a los sonidos de afuera y escuchaba el ruido del ascensor y los tacos de la chica. Se asomaba por la mirilla para verla entrar a la casa. También escuchaba cuando ella iba a salir. Cuando hacía ruido con la llave, él se iba junto a su puerta, la veía irse y trataba de espiar un poco la casa y de imaginar cómo era. Sólo había una mesita con algunas revistas arriba y un sillón.

Así le aprendió los horarios, oficial: a qué hora salía, a qué hora entraba. Sabía que ella se bañaba siempre antes de salir, a la mañana, pero nunca a la noche antes de dormir. ¿Vio que los edificios nuevos tienen paredes angostas como de yeso y se escucha todo? Cuando ella hablaba fuerte por teléfono, él la escuchaba.

Ella vivía sola acá. Era de Entre Ríos y a veces la escuchaba hablar con el padre. El señor del tercero A dice que ella no tenía novio. Pero la chica no estaba sola, no vaya a creer. Usted vio que era muy linda. Siempre aparecía con algún tipo. A veces era el mismo, pero la mayoría no. Era muy rápida, parece. Y además, no era disimulada, usted me entiende, ¿no? Se escuchaban los gritos desde el departamento del lado, y él la escuchaba gemir a la chica y se tocaba.

Pegaba la oreja a la pared y se tocaba. Así se masturbó muchas veces él. Por eso yo le digo que estaba loco, eso no es normal. Cuando la veía o pensaba en ella se ponía así, era otra persona, se lo juro. Si no, era un hombre como cualquiera, como usted o como yo.

Lo que a él más le gustaba era la primavera y el verano porque la chica salía con poca ropa, usaba escotes grandes y polleras cortas. Una vez le dejó una rosa junto a su puerta, y cuando ella iba a salir, con un vestidito suelto, se agachó a alzar la flor, y él desde la mirilla la espió, y le vio las tetas desde arriba, casi hasta el borde de los pezones. Después se masturbó pensando en lo que había visto. No me mire así oficial. Yo sé que usted está pensando que cómo sé yo todo esto. Pero usted me pidió que le contara y eso estoy haciendo, ¿no?

¿Sabe que ella era promotora? Así, como la ve. Trabajaba para esa marca de vodka que hacen bailes lésbicos. Iba a los boliches y bailaba con otras mujeres y se tocaban y así excitaban a toda la gente. Pero ella lesbiana no era, si es como le digo: ella andaba con un montón de hombres. Y él una vez averiguó el nombre de la chica y la buscó en facebook y ella tenía un montón de fotos semidesnuda. Se sacaba fotos con el celular mirándose en el espejo. Mostraba la cola y sus pechos, todo, oficial. Vio que era flaquita, pero de tetas grandes. Y tenía fotos en bikini, en la playa, en el río. Y él miraba las fotos y se tocaba. Estaba loco. ¿Quién iba a pensar que todo iba a terminar así?

Yo no quiero decir que ella tiene la culpa, oficial, pero ella también lo provocaba. Ella sabía que a él le gustaba. Si a todos debe gustarle una chica como ella, seguro. ¿A usted le pareció linda? Cuando viajaban juntos en el ascensor ella se miraba el escote en el espejo y se acomodaba el vestido. Y él se ponía como loco, se imagina, si la chica es muy bonita, era, mejor dicho, era muy bonita, usted la vio. Ella lo hacía a propósito. ¿Usted cree que no sabía que él estaba enamorado de ella? Obsesionado con ella. Por eso él hizo lo que hizo, oficial. Él nunca se animó a hablarle porque era muy tímido él. Y ella nunca le iba a dar bola, si siempre andaba con tipos que tenían auto y plata y eran lindos.

Ése día era martes y él sabía que los martes ella llegaba más tarde a su casa. La esperó pegado a la puerta de su departamento espiando por la mirilla. Escuchó el ruido del ascensor y después los tacos de ella acercándose a la entrada. Cuando ella abrió la puerta de su departamento, él salió y la saludó. Le temblaba la voz. Ella le devolvió el saludo. Y cuando la chica se dio vuelta él le tapó la boca para que no gritara y la metió adentro de la casa de ella. Cerró la puerta con el talón y desde atrás la empezó a ahorcar. La chica se resistió y pateó una silla, pero no pudo hacer nada, oficial; la chica era menudita, flaca, ¿vio? Y la llevó a la pieza de ella y la acostó en la cama. Volvió al living y revolvió con cuidado los CD´s de la chica. Puso uno que era de una colección de boleros viejos. Ella siempre lo escuchaba. Fue a la cocina, abrió la heladera y tomó un poco de agua de una botella mientras miraba los imanes pegados que promocionaban pizzerías y cosas así. Después alzó la silla que la chica había pateado, la acomodó junto a la mesa, y cuando volvía a la habitación vio una foto de su familia. Se la veía mucho más chica: 5 o 6 años menos. Entró al cuarto y le sacó la ropa despacio, la dobló y más tarde la guardó en mi casa. Por eso la policía la encontró ahí. Él se sacó la ropa y la dejó tirada en el piso, al lado de la cama. Y le dio besos en todo el cuerpo con mucho cariño y ternura. Y ahí le hizo el amor a ella. Se lo hizo mirándola a los ojos, ¿sabe? Porque murió con los ojitos abiertos. Y mientras estaba arriba de ella, me miraba. Me miraba como si ella también me amara. Con su carita redonda, con esos ojos negros tan lindos.

Romina se llamaba la chica, un nombre hermoso, oficial.

*Gonzalo Figueroa nació en Córdoba en 1983. Estudió psicología y luego periodismo. Trabaja como periodista freelance en algunas revistas de Buenos Aires. Cursó talleres literarios y otros de periodismo narrativo a cargo de Leila Guerriero y de Josefina Licitra.

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