Autor de las internacionalmente celebradas “La novela de Perón” y “Santa Evita”, novelas que juegan con la historia argentina y en las que el periodismo se consagra también como género literario, el escritor tucumano fue además un maestro clave para generaciones de periodistas latinoamericanos y un brillante creador de espacios culturales en diarios y revistas.
Es un elogio para un escritor que el Estado se pronuncie contra él? Claro. Algo así experimentó Tomás Eloy Martínez, de quien hoy se cumplen diez años de su fallecimiento. “Es un ex tucumano”, había sentenciado la ex senadora Beatriz Rojkés de Alperovich en referencia a uno de los más grandes escritores y periodistas que dio la Argentina, debido a un artículo que no fue de su agrado. “Lamentablemente (Martínez) no le hace bien a Tucumán. Cuando un periodista tiene los medios a su disposición, debe ser muy responsable con lo que dice; independientemente de lo que piensa, deben pensar que primero está Tucumán, y esa es una responsabilidad que permanentemente les pido a los medios”, buscó aclarar la entonces primera dama de la provincia. En lugar de un premio, el Estado le había quitado la tucumanidad. Buen elogio para un escritor.
Tomás Eloy Martínez (1934-2010) fue un maestro de periodistas, y no se trata de una metáfora: no cesaba de enseñar y compartir su talento, lo que generaba respeto en colegas de diferentes generaciones. Es que Martínez había renovado el periodismo de no ficción. Sus obras Santa Evita, La novela de Perón o La pasión según Trelew elevaron el periodismo a la categoría de la literatura. Si Rodolfo Walsh había inaugurado el género (de manera mundial), Martínez lo desarrolló e hizo de sus investigaciones libros literarios.
Había nacido en Tucumán en 1934, hijo de Baldomero Martínez Castro y Lilia Muiño. Recordaba el fuerte vínculo que lo unía a su progenitor que, si bien no era un gran lector, incentivaba la lectura en su hijo. Esa relación estrecha se reproduciría en el trato que él mismo tuvo con sus siete hijos, según ellos lo recuerdan. El incentivo de su padre fue fructífero y coincidió con las aspiraciones más profundas de Tomás Eloy Martínez, que estudió Letras en la Universidad de Tucumán, lo que luego le permitió obtener una maestría en la Universidad de París, Francia.
Primero como crítico de cine en La Nación, pronto se destacó como periodista y precozmente, a los 28 años, fue designado como jefe de redacción de la revista Primera Plana, fundado por otro maestro de periodistas, Jacobo Timerman. Luego fue corresponsal en Francia de la editorial Abril y al regresar a la Argentina se desempeñó como director de la revista Panorama. Timerman lo volvió a convocar para su diario La Opinión, donde se hizo cargo del suplemento de Cultura en 1972. Sería su último trabajo en el país antes del exilio, al que partió en 1975. Al regresar a la Argentina fue convocado para dirigir el suplemento cultural de Página 12, llamado Primera Plana, en 1991. En la última etapa, antes de morir de un cáncer cerebral en 2010, fundó ADN, el suplemento de cultura de La Nación.
Prolífico escritor, mixturó su obra periodística (sostenida en el periodismo narrativo) con la ficción. Su novela El vuelo de la reina obtuvo el premio Alfaguara en 2002. Sus obras más leídas se inspiran en su obsesión con el peronismo y sobre todo la figura de Eva Perón. Santa Evita será filmada este año, interpretada por Natalia Oreiro.
Mientras ejercía el periodismo y se dedicaba a la literatura no abandonó las tareas académicas: desde 1995 se desempeñó como profesor distinguido en la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, Estados Unidos, y fue director de su programa de estudios latinoamericanos. Su labor como crítico cinematográfico fue reconocida en 2008 al ganar el Cóndor de Plata en honor a su trayectoria.
Contó con el reconocimiento internacional. La Fundación para el Nuevo Periodismo, que había creado Gabriel García Márquez, lo contó como un miembro muy reconocido de su staff. El colombiano lo convocó a fundar un periódico llamado El otro, pero el proyecto quedó trunco. Había participado de las redacciones de Primera Plana y La Opinión –ambas de vanguardia en términos periodísticos- y en su exilio venezolano fundó El diario de Caracas. No fue el único diario que fundó: también creó Siglo 21, de Guadalajara, México.
En Buenos Aires había desarrollado su rol como crítico de cine en el suplemento cultural de Primera plana, que Martínez dirigía (también fue jefe de redacción de la revista). Pero no sólo escribía sobre películas: también las hacía. Fue guionista de El último piso y El terrorista, ambas de 1962. La extensión de sus habilidades lo convirtieron en una de las mentes más lúcidas de su generación. La renovación del periodismo cultural que Martínez impulsó llegó a que dirigiera ya más cerca en el tiempo el suplemento Primer Plano, de Página 12, y que fundara el suplemento cultural ADN de La Nación: grandes hitos del género en donde además logró crear grandes redacciones, con las mejores plumas.
Es que sentía pasión por el periodismo, un requisito que hace a los mejores ejemplos del oficio. Escribió en el artículo “El periodismo vuelve a contar historias” (que se enseña en universidades y talleres): “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquélla en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una certeza, el periodismo instala siempre una pregunta. Preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: ésos son los verbos capitales de una profesión en la que toda palabra es un riesgo”.
En su exilio en Venezuela, adonde había llegado debido a las amenazas de la Triple A, conoció a Susana Rotker, quiźas el gran amor de su vida, que murió atropellada cuando iba de su mano cruzando la calle. Su texto “En memoria de Susana Rotker” es uno de los escritos más sentidos que pudo realizar cualquier escritor, con el material del dolor de su propia vida. “Cuando empezamos a cruzar la calle, aquel fatídico 27 de noviembre, sentí que algo la arrancaba de mi mano y me golpeaba a mí en los brazos y las piernas. Desperté sobre la línea amarilla que divide la calzada, desconcertado, entre automóviles que pasaban raudos o se detenían bruscamente. Imaginé que ella estaba al otro lado, a salvo. Luego, oí chirriar unas ruedas, corrí como pude, y descubrí su cuerpo hecho pedazos. La imagen de sus ojos abiertos y de su sonrisa de otro mundo me siguen por todas partes, a todas horas. En el instante en que la vi, sentí que la perdía. Habría dado todo lo que soy y lo que tengo por estar en su lugar. Me habría gustado verla envejecer. Habría querido que ella me viera morir”, escribió entonces.
“La amaba”, cuenta Gonzalo Martínez, uno de los siete hijos de Tomás Eloy Martínez, él mismo un reconocido fotógrafo. “Ella ayudó a reunir a la familia; quería que los hermanos lo fuéramos de verdad”. En el recuerdo de Gonzalo, Tomás era algo más que un padre. “Era un amigo, siempre cómplice. Cuando tenía 14 años, al expresar que me interesaba la fotografía, me compró mi primera cámara y siempre incentivó que desarrollara mi vocación”. Un amigo, un padre.
Si Walsh había escrito el cuento “Esa mujer” y alcanzado una cumbre de la literatura, Santa Evita es la novela definitiva y, a su manera, es su continuación. La descripción de los funerales de Eva es tal vez una de las mayores creaciones literarias sobre el pasado histórico fundamental de la Argentina. Claro, la obsesión de Martínez lo había conducido antes a escribir La novela de Perón, que también muestra el costado oscuro del general, y su relación peligrosa con José López Rega. Un contraste entre aquella mujer y la senectud de Perón, rodeado de fascistas y asesinos.
La ausencia de Tomás Eloy Martínez implica la pérdida de un engranaje fundamental para el desarrollo del mejor periodismo de la Argentina. Política, cultura, literatura: la versatilidad del tucumano (o ex-tucumano, como dijo Rojkés) lo convirtió en una de las mejores plumas del oficio en el país. Y también más allá de sus fronteras. En épocas en la que el periodismo es bastardeado por las fake news y la ansiedad de los clicks, T.E.M. -como firmaba sus notas y como se lo conocía- se erige como un ejemplo para las generaciones que llegaron después. Como todo gran escritor, vive en su obra, que permanece.
Infobae Cultura, 31 de enero de 2020