La colección Huellas de Ediciones Universidad Diego Portales estrena un nuevo libro: Tránsitos, del escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet. Lleva por subtítulo “una cartografía literaria” y uno de los epígrafes escogidos por el autor es una frase de Revelación de un mundo de Clarice Lispector: “Los géneros no me interesan. Me interesa el misterio”.
Entre el ejercicio de memoria, el ensayo autobiográfico, la crónica y la crítica -de la propia obra y de la ajena- el libro conecta al lector con la vitalidad detrás de cada descubrimiento literario, de cada historia o de cada autor que a Fuguet se le hizo inolvidable. En muchos sentidos, Tránsitos es también un ejercicio de libertad, sin limitaciones de formato y género, en el que el único conductor legítimo es la revelación de un mundo a través de la palabra.
La primera parte del libro se llama “Traslados”. Compartimos un fragmento acerca de la escritora norteamericana Joan Didion.
A la rápida, esto es lo que pasó.
Una escritora de culto llamada Joan Didion está cenando con su marido de 71 años, John Gregory Dunne.
Se muere.
Ella, que no sabe hacer otra cosa que escribir, escribe. Escribe sobre ese año en que no quería aceptar que estaba muerto.
Resultado: uno de los libros de la década, en cualquier idioma. Uno de esos libros que rompen represas y dejan que algo nuevo, algo distinto, deje salpicados de inspiración a todos aquellos que lo leen.
El libro, además, vende. Mucho. Es premiado, es adaptado al teatro, hace renacer a una autora famosa por lo poco famosa que era.
Uno lee el libro –El año del pensamiento mágico- y te dan ganas de leer todo lo que ha escrito esa mujer tan arrugada como delgada, tímida en persona pero intensa y hasta impúdica por escrito. Lo otro: uno se vuelve un fan acérrimo, un coleccionista de todos sus libros (y, de paso, claro, los de su marido) y trata que los amigos la lean, sobre todo si uno tiene amigos y amigas periodistas.
Joan Didion es un vicio adquirido.
Joan Didion cree que todo puede ser periodismo, que uno puede despachar tanto desde El Salvador como desde una playa al atardecer. Joan Didion no inventó el Nuevo Periodismo porque lo suyo nunca ha sido investigar e investigar sino, al revés, escribir sobre sí misma, desde sus sentimientos, aquello que le tocó cubrir.
Los diarios enviaban a la Didion a cubrir un crimen y terminaban con un tratado sobre la tragedia del aburrimiento. Joan Didion, que siempre fue joven, que siempre fue pop y tan, pero tan contemporánea, que le tocó reportear el Verano del Amor de 1969, de pronto se ve, sin proponérselo, narrando la voz de la tercera edad.
Joan Didion siempre ha literalizado su periodismo y llenado de actualidad y crónica sus delgadas novelas. Su afilada y desgrasada prosa siempre había estado obsesionada con “el estado de las cosas” de su generación: la generación hippie, el cine como el arte del momento, las revoluciones centroamericanas. Hoy, con siglo nuevo, no es raro que Joan Didion, al mirarse a sí misma, a su luto, termine por captar acaso el gran tema literario del momento.
La vejez. La decrepitud.
La muerte. La soledad.
El después.
Aquellos que han quedado impresionados con Elegía de Philip Roth, devorarán y sufrirán y padecerán junto a la Didion. Después de leer El año del pensamiento mágico uno no desea volver a leer a alguien menor de cincuento, uno se asquea con todas esas primeras novelas de chicos jóvenes que tienen tanto que contar y que han vivido tan poco.
Vivir para contar.
Así debió llamarse este estremecedor libro-crónica-memoria sobre “el año de luto”
Parte así:
La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.
El tema de la autocompasión.
Podría, en rigor, terminar ahí.
¿Cómo se sigue con ese comienzo?