El viernes pasado, la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez fue el lugar, por segunda vez, del encuentro entre un escritor y su público. La primera, a comienzos del mes de agosto, había sido la charla que tuvo como invitado al escritor mexicano Juan Villoro. El viernes recibimos la visita del autor español Manuel Rivas, que desembarcó en la Fundación para brindar un diálogo en torno a su obra, que también contó con la lectura de dos poemas de su autoría y un cuento inédito inspirado en El despertar de la criada, cuadro de Eduardo Sivori.
Organizada en el marco del programa Lectura Mundi que lleva adelante la Universidad de San Martín, la charla formó parte del seminario Historia y Literatura, que tuvo como invitados a Alberto Manguel, Griselda Gambaro y Arturo Fontaine, entre otros nombres. El núcleo principal de esta joven propuesta es interpelar a la sociedad, creando vínculos que permitan “establecer una relación con aquello que no somos, y que creemos que forma parte de nuestra posibilidad de ser”, dijo Mario Greco en el inicio del diálogo en la Fundación TEM.
Aquí transcribimos los mejores momentos.
Manuel Rivas: Hay lugares de emoción y lugares de memoria. Este lugar, el lugar de Tomás Eloy Martínez, la Fundación, es un lugar de perturbación, pero también de una gran emoción estar en su compañía y la de todos ustedes.
La boca de la literatura convencionalmente podría decirse que habla en todos los libros de literatura. Intentar responder a la pregunta retórica inconmensurable de “¿Cuál es el libro que te hizo ser escritor?” o “¿Cuál fue el momento que decidiste serlo?” Eso se asocia siempre con una lectura, con una experiencia que tiene que ver con el contacto con un autor. Cuando uno piensa en contestar esta pregunta, se da cuenta que las cosas son más complejas de lo que parece. La boca de la literatura viene de antes. Lo importante no son los soportes, lo importante es Anna Karenina. Nosotros en Galicia llamamos cuento a lo sucedido. La boca de la literatura tiene que ver, entre otras cosas, con mi tío, con mi familia. Esa idea de la cultura judía de que Dios creó al ser humano para oírle contar cuentos. Yo creo que esa es una buena razón para que exista el ser humano y para que también exista Dios. Pero también existe esa otra versión de que Dios necesitaba alguien que le contase los detalles, que contara las cosas que pasan en las calles, en las manzanas, con los pájaros y con los niños. Contarle al mundo lo que pasaba. Lo que resulta apasionante de la boca de la literatura es descubrir los momentos más imprevistos, más de lo uno menos espera.
MG: Quería preguntarte por dos cuestiones. La primera, ¿cómo surgió La lengua de las mariposas? Y, por otro lado, ¿cuál es la recepción que los lectores hacen de tu obra?
MR: Estaba pensando en una imagen de Kafka que decía “no te preocupes por buscar la historia. Si tienes los sentidos alertas, espera porque la historia va a llegar”. La memoria que tengo de ese relato es que estaba escrito en el aire. Por otro lado, tuve los sentidos en un momento especial y en un momento donde se entrelazaron la casualidad y la causalidad para escuchar esa historia que estaba escrita en el aire. Además fue el texto que menos tiempo me llevó escribir. Yo tenía en la cabeza una historia que no tenía que ver ni con la Guerra Civil, ni con la República. El deseo inicial que quería contar era la historia de una escuela humilde de una aldea a la que llega un microscopio. Mostrar qué pasa con el microscopio y los chavales. Esa era la chispa que me rondaba la cabeza. Me imaginaba al maestro diciéndole a los alumnos: “este año vamos a tener microscopio”. Rafael Dieste, un escritor gallego, dice que “en un relato, el principio tiene que estar vibrando el final”. Yo escribí aquello sin pensar que en el comienzo estaba el final, pero sí que estaba vibrando algo. Eso sí lo noté: una especie de excitación. Es un cuento que salió así, sin ninguna corrección. La idea que tengo de la literatura, incluso la más fantástica, es que es una especie de masa que se va haciendo con la historia de los pueblos, la historia de la gente, de los individuos, de las historias personales, de los cuerpos y las cicatrices. Todos tenemos en nuestro cuerpo la historia de la esclavitud. Todos llevamos en nuestro cuerpo lo que le ha pasado a otros cuerpos. Lo mismo podemos decir de la tierra. La tierra lleva en la memoria lo que le ha pasado a toda esa tierra. Sabemos que los lugares hablan. Hay una boca en la tierra que cuenta algo. Yo creo que esa fermentación de las cosas que suceden, esa levadura, esa pizca, ese pan que es la literatura tiene que ver con la imaginación, con la combinación de literatura e imaginación.
MG: Hablemos de la película basada en tu cuento y en el final, para agregar un punto que tomamos en el seminario: El lugar de la dimensión política de la literatura que no tiene que ver con la intencionalidad política del escritor.
MR: Creo que tiene que ver con la cuestión del poder. Y ahí se trabaja con la política: un trazo en el que reconocemos la literatura, independientemente del autor. Podemos leer a un tipo infame como Céline, y leemos un libro y lo reconocemos como tal. Hay un momento de verdad en la literatura que es cuando lees algo y lo reconoces como literatura. Una de las premisas es que es un lenguaje que no trata de dominar. Hay algo ahí que se nos está trasmitiendo. Si es necesaria la boca de la literatura, es porque ese ser necesita una boca para expresarla. Creo que una de las cosas importantes para el género humano es el lenguaje de no dominar. Sin embargo hay un miedo, y ese es el miedo al abandono. Es algo que está en gran parte de la literatura. Es uno de los puentes, uno de los puntos de conexión entre las grandes obras clásicas. Por ejemplo si leemos a Hansel y Gretel, o Los músicos de Bremen, lo que hay ahí en el meollo de la cuestión es el miedo a ser abandonados. Entonces un cuento infantil lo leemos hoy y parece una novela negra que nos habla de nuestro tiempo. En La lengua de las mariposas está latiendo esa cuestión. El chaval, al final de la película, cuando grita las palabras que le enseñó el maestro, lo dice como una especie de insulto, como una especie de conjuro, de llamada: el único componente de esperanza que hay en el relato. Es, de alguna manera, una posibilidad de humanidad. Esas palabras mantienen en el aire una especie de clave para una posible real existencia.
MG: En Todo es silencio encontramos a un Manuel Rivas más cronista. ¿Cómo surge la novela?
MR: Todo libro es un desafío formal y estético. Para mí la unión del qué y el cómo es fundamental en la literatura. Es una historia que estaba latiendo. Yo había vivido como periodista el periodo en que el contrabando masivo de tabaco se convertirá en narcotráfico. En los años 80, cuando se gestaba la globalización delictiva, o dichos en otros términos: el capitalismo mágico. Es una droga que está relacionada con el poder. Igualmente en la novela sobre lo que quería escribir era sobre el poder, la droga verdadera, el gran tóxico que es el poder. Un poder identificatorio oculto que intenta ocupar todos los otros poderes. Y esa es la droga más tóxica que trata de apropiarse de los demás.