En varios de sus libros, el narrador y periodista español Juan Cruz Ruiz escribió sobre la trayectoria y la amistad que lo unió a Tomás Eloy Martínez. Estas líneas que siguen son las que publicó al día siguiente de la partida de TEM, cuyo décimo aniversario se cumple este 31 de enero de 2020.
Un contador de historias. Eso fue Tomás Eloy Martínez. Nació en Tucumán, Argentina, en 1934. Cuando era un chiquillo su madre se encomendaba a Dios para salvar el alma de su hijo, que ya escribía textos que según ella iban a condenarle. Cuarenta años más tarde él mismo tuvo que desaparecer para que no le condenara la dictadura militar, que le persiguió con la muerte y le condenó al exilio. Buscó en la raíz de la historia rara de su patria y se metió en la piel de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, sobre cuyo mundo raro escribió novelas fascinantes, sobre todo Santa Evita y La novela de Perón. Ha sido uno de los grandes periodistas de la lengua española, y ahora mismo era uno de los más sobresalientes narradores de nuestra cultura; como Mario Vargas Llosa, era una especie de hermano menor del boom que encabezaron sus amigos Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes.
Su manera de ser era la de un reportero pero al mismo tiempo su carácter era el de una esponja. Nada de lo que sucedía era ajeno a su curiosidad, y todo lo que cayó bajo esa capacidad natural de pesquisa y memoria se convirtió luego en retrato, en recuerdo y en todo caso en escritura. Había en su forma de escribir una soberbia naturalidad, que recorrió tanto sus reportajes como sus artículos o sus novelas; estaba especialmente dotado para la ficción, como demostró en su excelente El vuelo de la reina (Premio Alfaguara 2002). Pero tanto esa novela como El cantor de tango (Planeta, 2004) o Purgatorio (Alfaguara, 2009) tienen como raíz su propia experiencia, lo que supo por su vida o por lo que le contaron. Este último libro, Purgatorio, cuenta la historia de un desaparecido por la dictadura que azotó su país, y es al mismo tiempo un recuento, que a veces parece autobiográfico, de lo que su generación sufrió en aquel delirio atroz en el que los militares convirtieron su país. Mezcla de realidad y de sueño, tiene los pies en la tierra, en Argentina, como siempre tuvo ahí su alma Tomás Eloy, también durante el destierro al que lo condenaron Videla y los suyos.” Había en su forma de escribir una soberbia naturalidad, que recorrió tanto sus reportajes como sus artículos o sus novelas.”
Tanto esas novelas como los distintos libros que escribió en torno a Perón, Evita y el peronismo magnifican la capacidad de retrato, periodístico, literario, de Tomás Eloy Martínez. Su indagación es incesante, como si su pasión por el rigor que él pensaba que debía imperar en el periodismo se hubiera trasladado, intacta, a su vocación de novelista; en esa sintaxis lujosa pero sobria en la que convirtió el esqueleto de su estilo está escrito un libro memorable, Lugar común la muerte, en el que recogió muchos de los perfiles o encuentros que mantuvo con gente mayor que él, como Jorge Luis Borges, José Lezama Lima o Augusto Roa Bastos. Esos textos configuran ahora un monumento propio que es precursor y avanzadilla en español de lo que los norteamericanos llamaron nuevo periodismo.
El símbolo mayor de su actitud periodística ante la realidad escalofriante de Argentina es su libro La pasión según Trelew, el relato de la rebelión y la matanza de los guerrilleros detenidos en una base militar de Trelew; ese texto, publicado por vez primera en 1973, fue prohibido y luego quemado por los militares, y fue como el anuncio del odio y la saña con la que Tomás Eloy fue perseguido en seguida que se instauró la dictadura militar, tres años más tarde. Se exilió en Venezuela y en México, y en ambos países fundó o dirigió periódicos, y siguió escribiendo reportajes, artículos y novelas, tarea que continuó, sin desmayo, hasta que las consecuencias de un cáncer que fue minándole inexorablemente le impidió ejercer las pasiones que iluminaron su vida.
Fue un maestro de periodistas; enseñó en la Fundación Nuevo Periodismo que preside su amigo Gabriel García Márquez. En los últimos tiempos, los azotes que recibe el oficio por parte de los que lo malversan le traía a mal traer; de Internet le apasionaba la rapidez con que podía circular la información, pero le inquietaban las posibilidades de dispersar rumores y errores que nadie contrastaba. Le indignó (y al tiempo le causó perplejidad, él era así) que Wikipedia hubiera dado la noticia falsa de la muerte de Ted Kennedy, que además padecía su propia enfermedad; pero consideraba que el periodismo podía superar esos sarampiones y seguir siendo, como diría su amigo García Márquez, el mejor oficio del mundo…
” No concebía el periodismo sin la literatura, y viceversa. “
No concebía el periodismo sin la literatura, y viceversa. Dijo acerca de ambas vocaciones, que en él se daban juntas: “La literatura si no es desobediencia no es. La literatura, como el periodismo, son centralmente actos de transgresión, maneras de mirar un poco más allá de tus límites, de tus narices. Todo lo que he escrito en la vida son actos de búsqueda de libertad. Nada me daba más placer -cuando publicaba mis primeros artículos en La Gaceta de Tucumán- que mi madre le dijera a mis hermanas: “Tenemos que ir a misa a rezar por el alma de Tomás, que está totalmente perdida”.
Era un narrador oral insuperable. Acaso escribió sus libros tan sólo para no olvidar las extraordinarias historias que contaba como si dentro de él funcionara un motorcito que las calentaba para convertirlas en fábulas con las que cubrió de gloria los periódicos, las novelas y los oídos perplejos de sus alumnos, de sus amigos y de sus lectores. Hasta el último instante, cuando ya no pudo más, Tomás Eloy Martínez tuvo a su lado el ordenador, para escribir, para estar al tanto; sólo el dolor de la despedida fue más grande que la vocación que le convirtió en un maestro.
El País (España), 1 de febrero de 2010