En el ciclo de cuento de los lunes, compartimos El pendejo, un relato del escritor argentino Matías Pailos que forma parte de El amor nos va a separar, su primer libro que publicó la editorial Pánico el pánico.
Todavía falta como una hora para que pueda subir al avión, y eso si tiene suerte. La puta manía de ir antes de lo previsto, de preparar el terreno, de hablar con la gente, de dejarse ver, de fundirse con el paisaje… baja el libro. Lo guarda en el bolso y mete las manos en el bolsillo. ¿Y esto? ¿Qué hago con esto acá? O me lo fumo o lo tiro a la mierda. Lo tiro a la mierda. Bueno… queda una hora. Voy al baño.
–Te amo.
–Te amo.
–Si las cosas no fueran así…
–Te hubieras apurado.
–Estaba con la cabeza en otra cosa.
–Mentira: sabías que si te metías conmigo ibas a terminar así. Y a vos sólo te importa tu laburo.
–Bueno: como a todo el mundo.
–No. No como a todo el mundo.
–Escuchame… no tengamos esta pelea. Vos estás con otro tipo, después de todo.
–… Sí… pero vos nunca me pediste que lo dejara.
Carga el bolso y camina hacia el baño. Una, dos secas y chau. Una, dos secas y gran vuelo. No puedo ser tan descuidado. No puedo jugarme la cabeza por esta pelotudez. No puedo mandarme cagadas, no puede ser tan idiota. Voy a revisar bien: no puedo arriesgarme.
–Sos la novia de un amigo, nena.
–¿Y qué mierda hacés en pelotas conmigo en una cama?
Basta de idioteces. Basta de forradas. Ya sos grande. Ya tenés… ¡ufff!: una pila de años. El resto de energía tenés que dedicárselo a tus hijos, pelotudo: no a una pendejita. ¿Oíste? ¿Me oíste?
–…
–¿Qué mierda hago con vos en una cama?
–…
–Tenés razón. Tenés razón. No discutamos. Después de todo Nacho es tu amigo. No podemos hacerle esto.
–… no…
–… no…
Abre la puerta y entra. El baño está medio escondido, por lo que lo supone poco frecuentado. Nadie vigilando, nadie limpiando: una ventaja. Una desventaja: todos los cubículos parecían ocupados. ¡Mierda! ¿Justo ahora que me quiero fumar uno se les ocurre cagar, a todos?
–… ¿vos me decís que si te lo pidiera lo dejás?
–… ¿me lo estás pidiendo?
Ocupado, ocupado, ocupado, ocupado, oc… ¡Vamos todavía!
***
El porro se consumía en labios del pendejo, quien, al verlo tras la puerta recién abierta, se le segmenta la cara en manchones blancos y rojos. Comienza a toser.
–Tranquilo… tranquilo… tranquilo…
Le veía cara conocida, al pendejo. ¿Dónde…?
–Tranquilo… ¿estás bien…?
–… sí…
–Bueno: dejame que tengo cosas más importantes que hacer que fumarme uno.
–… sísísí…
El pendejo se puso contra la pared.
–¿Y?
–¿?
–Que salgas del baño, nene.
El pendejo comienza a escupir palabras atropelladas los colores en ascenso por su cara mientras sale.
–Dale: rajá.
Y con eso termina de expulsarlo, no solo del cubículo, sino del baño. Cierra la puerta y se sienta. ¡Al fin!
Mete la mano en el saco y pone el porro entre los labios. ¿Y eso…? Qué pendejo pelotudo. Pero siempre el mismo desbolado, se ve. Un movimiento complicado, con el porro lleno de saliva temblequeante, con una mano que emerge y se oculta en el bolsillo de un saco. Lo prende.
Una seca.
Dos secas.
Un par de secas más.
***
–…
–… ¿y?
–…
–¿Me lo estás pidiendo?
–No sé.
–… ¡Andate a la mierda!
¿Le había pegado? Era divertido inspeccionar el expediente de sus procesos mentales en procura de registrar el inexistente momento en el que empieza a pegar. Tenues volutas de humo titilan frente a sus ojos. Las tensiones se relajan, la cabeza se vacía. Las formas comienzan a cobrar nitidez, a destacarse y anunciarse cortésmente contra el telón de fondo de la percepción. Retira el porro de sus labios y lo mira. Una sonrisa se anuncia. Tocan a su puerta.
–¡Pará! Si vos tampoco sabés lo que querés…
–¡Andate a la mierda!
¿Y ahora? Tocan otra vez. Más fuerte. Afuera: voces. Muchas. En tono elevado. En modo imperativo.
–¡Salí!
–¡Dale, loco: salí!
¿Y ahora? ¿Me pueden acusar de algo? ¿De qué? ¿De que me fumé uno? ¡Claro que me van a acusar que me fumé uno! Mañana voy a estar en las noticias. Chau viaje. Si chau viaje, chau primer mundo. Solo me va a quedar este laburo de mierda, la reconcha de mi hermana.
–¡Salí!
–¡Dale, loco!
–¡Salí!
¿Qué hago? ¿Qué hago, mierda: ¿qué hago??
Idea.
Apaga el porro contra los azulejos antes de tirarlo al inodoro. Mientras aprieta la cadena se pregunta, entre los saltos de su corazón, para qué mierda lo había apagado antes de tirarlo. Más gritos, más voces, más golpes en su puerta. Se da vuelta. ¿Y ahora?
–¡No, pará, no es así… yo… yo quiero, pero…!
–Ahorrátelo. Sos un hijo de puta… O no, qué se yo. Está bien: tu trabajo, tu amigo… Está bien. Entiendo.
–…
–Entiendo.
–… bueno…
–Podrías habérmelo dicho antes.
Ahora abro la puerta y que sea lo que Dios quiera. ¿Estaría exagerando? Era nada más que un poquito de paranoia.
***
Nuevos gritos lo disuaden. Al menos convencen a su miedo de crecer hasta borrar toda duda. ¿Y ahora? Cruza la tira del bolso sobre su pecho. ¿Y ahora? Descorre el cerrojo y abre la puerta.
–…
–…
–… no, ¡no!, ¡no…! Tranquila… tranquila, shhh… shhh… está bien… está bien, no llores…
–…
–… vení, vení… eso… te amo. Te amo, ¿escuchaste? No quiero estar en ningún otro lugar más que con vos. Sos la mujer más hermosa e inteligente y graciosa y maravillosa del Universo. Sos todo para mí. No llores… eso… eso, mi cielo… shhh… shhh…
Puede percibir cómo sus rostros cambian desde una agresividad bullanguera y festiva a la sorpresa, al pasmo, a la lividez. Da un paso. Da otro paso y se interna en el grupo de pendejos. Da otro paso. Da otro más.
–Te amo. Te amo.
–Entonces pedime que me vaya con vos.
-¿Y el porro?
Parpadea. Dio media vuelta.
–Te pregunté dónde está el porro.
Levanta la vista. Lo mira a los ojos. Esos ojos están decididos. No lo va a dejar escapar.
–¿Qué porro?
Hubo un instante en que el mundo se detuvo. Un instante en que sólo hubo la línea más corta entre dos pares de ojos. Pudo ver su transformación. Pudo ver el rubor correr por la palidez de sus pómulos, pudo ver cómo pasaba de castaño a oscuro cuando tuvo su cara contra la suya mientras ambos caían al piso, mientras daba y recibía los primeros golpes desvanecidos inmediatamente tras la catarata de patadas que lo convirtieron en un bicho bolita humano. Sentía pinchazos en la espalda, en la cara, en el estómago, en las piernas. Después no sintió más. Cuando abrió los ojos los pendejos se habían esfumado. El baño estaba ahora desierto. Se sienta en el suelo. Mira a izquierda y derecha. Vuelve a mirar a izquierda y derecha hasta que tiene la sensación de saber dónde está, qué hace, qué es, por más que no sabe ni dónde está ni quién es. Entonces recuerda. Mira el reloj. Quince minutos. Se pone de pie. ¿Y ahora?
Mira a derecha e izquierda. Ahí está su bolso: intacto, impoluto, abierto. Las cosas que en un tiempo estuvieran contenidas por el marco de sentido dado por un cierre cerrado ahora se desperdigan por todo el baño.
Resopla.
Bueno: a trabajar.
Recoge el reproductor de música, el celular, un desodorante a bolilla; cuatro libros, un cuaderno de apuntes, un cepillo de dientes; un dentífrico, un pulóver, tres señaladores. La birome se pierde dentro del cubículo del que acaba de salir, acurrucada contra el inodoro. Entra y cierra la puerta. Mete la mano en el bolsillo y saca un porro arrugado y salivado, casi una tuca, claramente de peor calidad que el otro. Se lo pone en los labios mientras tantea otros bolsillos tras un encendedor.
–…
–… ¿no decís nada?
–… ¿qué querés que diga?
–Que me vaya con vos.
Da una última seca. Mira la hora en la pantalla del celular. Todavía está a tiempo de subir al avión. Todavía está a tiempo de cambiar el pasaje. Parpadea y mastica la tuca. Mientras la traga deja que su dedo marque un número de teléfono.
–Hola.
–¿Qué hacés, Nacho?
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*Matías Pailos nació en 1976. Publicó El amor nos va separar (Pánico el pánico, 2010). Toca la guitarra en Verde China (Ex Paliza), un grupo de rock. Co-conduce el programa radial La Reina de Marte junto a Ariel Idez, Sebastián Robles, Facundo García Valverde. Cómo no pensar en mí es su último libro.