El 31 de enero de 2020 se cumplen diez años de la muerte de Tomás Eloy Martínez. Los textos que publicamos durante estos días recorren su figura y su trayectoria a partir de la semblanza de quienes fueron sus amigos. En esta oportunidad, uno del mexicano Carlos Fuentes.
Conocí a Tomás Eloy Martínez en el lejanísimo verano de 1962 y en un balcón suspendido sobre la avenida Quintana. En Buenos Aires. En compañía de Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato y Francisco Petrone. Admirando a nuestra anfitriona, la bellísima señora de Galli Mainini. Temerosos de que el balcón no aguantara nuestro peso. Porque, como la República Argentina, el balcón crujía.
Lo abandonamos en aras de la supervivencia, pero también porque nuestra juventud estaba llena de proyectos de vida y trabajo que no merecían terminar destrozados en las aceras de la bella capital argentina. Para mí, la más bella ciudad de América latina.
Gracias a que el balcón no se cayó pudimos disfrutar, durante el siguiente medio siglo, de una obra, la de Tomás Eloy Martínez, terrible y hermosa, puntual e imaginativa, recreación literaria de esa interrogante humana y política que llamamos “la Argentina”.
De La Novela de Perón a Purgatorio, pasando por Santa Evita, El vuelo de la reina y El cantor de tango, Tomás Eloy nos indica que si sólo pudiéramos vernos dentro de la historia, sentiríamos terror. Para superarlo, el novelista que fue -que es- Tomás Eloy no niega la historia, sino que la resucita, la transforma, la reinventa para hacerla no sólo visible, sino comprensible.
“El novelista que fue –que es– Tomás Eloy no niega la historia, sino que la resucita, la transforma, la reinventa para hacerla no sólo visible, sino comprensible.”
Tomás Eloy Martínez escribió la historia de un país latinoamericano autoengañado, que se imaginó europeo, racional, civilizado, y un día amaneció sin ilusiones, tan latinoamericano como México o Venezuela, tan brutalmente salvaje como sus dictadores militares, tan brutalmente corrupto como sus políticos, tan ciego como todos ante las poblaciones de la miseria que fueron bajando hasta las avenidas porteñas, donde hoy recogen basura a la medianoche para comer.
Por decir esto, en La pasión según Trelew, Tomás Eloy fue perseguido y debió exiliarse. Su última novela, Purgatorio, viene siendo un espléndido resumen del terror, la imaginación y la esperanza argentinos.
En Purgatorio, Tomás Eloy Martínez se propuso darle relevancia literaria a un tema que pesa sobre la política argentina: los desaparecidos, las prácticas brutales de la dictadura militar de los años 1976 a 1981; prácticas llamadas, con eufemismo delirante, Proceso de Reorganización Nacional. Apresar disidentes; torturarlos en presencia de sus mujeres e hijos; asesinar a toda persona sospechosa de leer, pensar o actuar de una manera desaprobada por la dictadura; secuestrar niños, darles otro nombre y familia distinta.
Tan odiosa violación de la persona puede ser denunciada en un diario, en un discurso, en una manifestación. ¿Cómo incorporarla a una ficción, cuando la realidad rebasa cuanto la literatura puede imaginar?
Purgatorio relata la historia de una mujer, hija de un magnate argentino que apoya a la dictadura y participa de sus diversiones, hasta el grado de invitar a Orson Welles a filmar el campeonato mundial de fútbol, como Leni Riefensthal filmó los juegos olímpicos de Berlín en 1936, bajo el régimen nazi. Emilia Dupuy, la hija del magnate, está casada con un cartógrafo, Simón Cardoso, obligado profesionalmente a recorrer el país, midiéndolo. La policía de la dictadura lo confunde con un terrorista y lo hace desaparecer.
¿Dónde buscar a un “desaparecido”? Desesperada, Emilia sigue todos los itinerarios que su marido pudo tomar: Brasil, Venezuela, México y, al cabo, los Estados Unidos, hasta el día en que, establecida en una pequeña ciudad universitaria de Nueva Jersey, Emilia reencuentra a su marido perdido.
Sólo que él sigue siendo un hombre de 30 años y su reaparición va a destruir la costumbre de Emilia: vivir recordando la ausencia del único hombre que amó y que, ahora, regresa con “una sonrisa llegada de muy lejos”.
No diré más. Sólo añadiré que Orson Welles pone como condición para aparecer en la película que los militares hagan aparecer a los desaparecidos, ya que, en la novela, como en el cine, se pueden crear todas las realidades posibles, imaginar lo que aún no existe y detener el tiempo.
“Tomás Eloy Martínez buscó -y encontró- en la novela la realidad de lo que la historia ha olvidado.”
Tomás Eloy Martínez buscó -y encontró- en la novela la realidad de lo que la historia ha olvidado. Y puesto que la historia ha sido lo que ha sido, la literatura nos ofrece lo que la historia no siempre ha sido y, a veces, lo que nunca ha dicho. En la obra de Tomás Eloy, el lenguaje, portador de duda frente a la ideología, la certeza religiosa, el conformismo moral o la mascarada política, no puede dejar de lado ni a la ideología, ni a la religión, ni a la moral ni a la política. La diferencia estriba en que la novela no puede ser dominada por ninguna de las cuatro. Por el contrario, puede presentar ideología, religión, moral o política como problemas, abriéndole la puerta a la interrogación, elevando el techo de la imaginación, descendiendo al sótano de la memoria y, sobre todo, dejando la ventana abierta a la palabra de Pascal: “Vengo a proponerles una duda”.
La riqueza de la cultura argentina contrastaba con la pobreza de su vida política y económica. Tal es el enigma de esa gran nación, planteado una y otra vez en la obra de Tomás Eloy: ¿por qué, teniéndolo todo, la Argentina acaba teniendo nada? ¿Por qué la cultura vigorosa e ininterrumpida de la República del Plata no le da vigor y continuidad a su vida política?
Quizá Tomás Eloy Martínez nos advierta, desde su vida, desde su muerte, que cuando al cabo entendemos nuestra miseria, podemos entender sus abismos y sus cumbres y, a partir de ello, conocer la verdad.
Tomás Eloy Martínez, como pocos, nos acercó a la verdad. Huidiza, interminable. Como la libertad misma.
El País (España), La Nación (Argentina), 2 de febrero de 2010.