Compartimos aquí una carta escrita por Augusto Roa Bastos a un joven Tomás Eloy Martínez, un día cómo éste de 1955. “Lo único que cuenta, a mi juicio, es la autenticidad del testimonio y la calidad con que él sea manifestado. ¿Por qué te abrumo con estas reflexiones? Porque quiero que de alguna manera te llegue mi comprensión y mi adhesión a lo que tú mismo haces”, le dice Roa a TEM, dando cuenta de una amistad que se extendió en el tiempo.

Se reproduce aquí el texto y el original, patrimonio del Archivo TEM de Fundación TEM.

 

Buenos Aires, 29 de abril de 1955.

Mi muy querido Tomás Eloy:

A mi regreso del Paraguay –donde permanecí poco más de dos meses recogiendo material para una novela que estoy trabajando-, me encuentro con sus líneas tan amables y cordiales que me apresuro a contestárselas con toda la devoción de mi nueva y ya antigua amistad. Leer tu carta (permíteme ese trato que nos acerca más) es para mí como conversar a viva voz en un encuentro de emoción hondamente fraternal que me confirma nuestra afinidad espiritual, nuestro sentir compañero sobre cosas y problemas fundamentales del mundo. Hallar un verdadero amigo, un hermano, es un acontecimiento cada vez más importante que, en cierto sentido, me inhibe un poco pues nunca estoy seguro de merecer ni de corresponder como se debe a estos maravillosos compromisos de la sangre y del espíritu. Esto, mi caro Tomás Eloy, no es mero énfasis ni demagogia epistolar. Lo siento así porque hallo que en este violento mundo en que vivimos (violento pero hermoso por lo que tiene de anunciación) la fraternidad viril de los trabajadores de la cultura es la palanca más poderosa de todo avance progresista y la condición esencial para que estos cambios y transformaciones sean verdaderamente eficaces y decisivos para el destino del Hombre. Creo haberte hablado, en este sentido, de una literatura militante y de servicio, a la que me siento adscripto vocacionalmente como tú; pero no una literatura militante entendida como simple alegato en contra o a favor, sino como obligación máxima de testimonio en el que todo lo humano, virtudes y defectos, esperanzas y derrotas, individuo y colectividad, vivencias, experiencias y presentimientos, queden registrados y transfigurados en materia y expresión de arte. Tengo la certeza de que si esto es así, nuestro trabajo artístico no se reducirá a simple disfrute de “intelligentsias” o de orgullosas minorías técnica o culturalmente preparadas, sino que tarde o temprano llegará al pueblo, resonará en él y lo ayudará a transformarse. En este sentido, lo único que cuenta, a mi juicio, es la autenticidad del testimonio y la calidad con que él sea manifestado. ¿Por qué te abrumo con estas reflexiones? Porque quiero que de alguna manera te llegue mi comprensión y mi adhesión a lo que tú mismo haces y que no te impedirá seguir haciéndolo el “chaleco de la rutina” provinciana (a la que aludes con cierto desencanto). Yo llevo realizada la doble experiencia: largos años de vida intensamente urbana (los últimos los he pasado en Buenos Aires) y también los años vivido en Asunción (sospecho que no hay en toda América una ciudad tan provinciana como la capital de mi país). Pienso que no hay ambiente malo ni pequeño, cuando el sentido de nuestro trabajo se conecta con las grandes líneas por las que deviene la historia y hunde profundamente sus raíces en la tierra materna. Creo que en esto los escritores provincianos, por lo menos en América, tenemos alguna ventaja. ¿No es esto lo que da fuerza radiante a tu poesía, al estilo de Ábalos y, por extensión, a la obra de todos los grandes escritores rioplatenses, desde Sarmiento a Quiroga? ¿No es esto lo que has elogiado tan generosamente en mi libro de cuentos paraguayos?

En estos días tengo que volver a Asunción para concluir allá algunos asuntos pendientes y traer a una hijita mía. A mi regreso volveré a comunicarme contigo y, si me dices que es posible, te enviaré alguna colaboración para La Gaceta o para que le des el destino que estimes conveniente. Estoy seguro de que tendrán allí una publicación literaria juvenil. Mucho me agradaría conocerla. Si quieres, yo podría convertirme en agente literario para reunir material de esta naturaleza: soy muy amigo de Asturias y de otros buenos escritores.

Te abraza afme, (firma)

Agregado manuscrito, sobre el costado izquierdo: “Desde Asunción volveré a enviarte algunas líneas y piensa que siempre me agradará recibir noticias tuyas. Nuevamente, afmo”.

 

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