Fueron recopilados en el libro “Tinieblas para mirar” por su hijo Ezequiel entre “miles de documentos, manuscritos y hojas sin clasificar” que dejó tras su muerte en 2010 el reconocido autor de “Santa Evita” y “La pasión según Trelew”.

Aunque vislumbrado por su autor poco antes de su muerte, un 31 de enero cuatro años atrás, estas páginas no son reflejo de un libro que haya estado preparando sino la reunión de cuentos y crónicas,14, algunas desconocidas hasta esta edición de Alfaguara, escritas entre los años 60 y 80; ordenadas según climas o temas comunes.

“No hay más relatos, estos son todos”, anticipa a Télam Ezequiel Martínez, creador de la fundación TEM que desde 2011 custodia el legado de su padre y promueve el periodismo latinoamericano, en especial entre los jóvenes, a partir de actividades y el acceso público a un archivo que contiene todo el material bibliográfico y audiovisual del autor de “Lugar común la muerte” y “Santa Evita”.

Los que quedan fuera “son textos empezados pero sin terminar, inconclusos por alguna razón, sueños o ideas que luego incorporó en alguna otra obra -refuerza-, como la mañana del 10 de diciembre de 1996, cuando escribe que antes de despertarse por completo pensó en el romance entre Idea Villariño y Onetti, `una idea que tal vez sea la semilla de un cuento o una novela`”.

“Fue un trabajo exhaustivo -sostiene Ezequiel Martínez- la mayoría de los textos que reúne el libro los encontré en su computadora, en una carpeta titulada `Cuentos` en la que estaba trabajando en sus últimos tiempos, por 2008, pero hay otros que hallé más tarde en viejos folios, hojas tipeadas a máquina y corregidas a mano”.

Estos textos tienen, algunos, hasta cuatro versiones actualizadas y esa fue la primera decisión que Ezequiel Martínez debió tomar a la hora de la edición: las líneas que leerán los lectores en esta compilación son las últimas de cada original.

“Lo único que se corrigió fueron errores de tipeado y la puntuación cuando era evidente que no se trataba de decisiones estilísticas de mi padre”, asevera en torno al volumen donde se encuentran los primerizos “Habla la Rubia” y “La inundación”, de 1961.

De esa primera camada son mayormente los cuentos que Tomás Eloy escribió desde el exilio en Venezuela (1975-1983), como “Confín”, publicado en el diario Ultimas noticias de Caracas en 1982 con que abre este nuevo volumen, una vigorosa metáfora sobre Argentina, cuya realidad  nunca dejó de indagar desde sus `ficciones verdaderas`.

“En mi país, nunca terminamos nada. Las casas donde vivimos están revocadas a medias o tienen sólo las armazones de la fachada o están llenas de cuartos sin tapiar que se construyen para nada. Tenemos estaciones, pero no hemos aprendido a discernirlas. Entre el verano y el otoño o quizá entre el otoño y la primavera, las cosechas se pudren en los campos”, escribió en ese texto.

A éste se suman “Exilio”, publicado en el mismo periódico un año después y, ya con el nuevo milenio, “Vida de genio” y “Purgatorio”, al que había titulado “La puerta de Europa” para el diario El país de España; “Bazán”, que dieron a conocer La Gaceta de su Tucumán natal y luego el sello Eloísa Cartonera, y “Colimba”, una ficción autobiográfica que difundió el New York Times Syndicate donde colaboraba con el título de “Primavera del 55”.

Mientras que “El lugar”, la más breve de estas narraciones y con la que cierra el libro, lo topó a Martínez con escritos preliminares de su padre que explican la esencia de los textos configurados en ese período: “Empecé a temer que jamás podría volver a mi país (…) Me sentía atrapado en un ser que no era el mío, en casas y paisajes fugaces donde nada perduraba” y “de esas confusiones nacieron algunos de estos ejercicios narrativos”.

“Me parecían entonces meteoritos desprendidos de un planeta en ruinas, aunque nunca supe qué significaban ni cual era el planeta. Treinta años después sigo sin saberlo”, escribió en las notas con las que dio su hijo.

Un espíritu bien distinto al de las crónicas narrativas, literatura puesta al servicio de anécdotas ciertas, que conjura este libro con “Historia de una mujer que baila sin moverse” y “Mary Anne Jacus”, esta última publicada en el diario La Nación en 2006 bajo el título “Con los ojos abiertos”.

Fuera de las versiones electrónicas, en papeles raídos, Ezequiel Martínez encontró los inéditos “El reverendo y las lolitas”, que en la versión final aquí presentada, se titula “El reverendo y las corrientes de aire”, “La estrategia del general” y “Tinieblas para mirar”, el cuento que da nombre a este volumen, muestra la temprana obsesión de su padre por el destino nómade del cadáver de Eva Perón y llega con sus ecos hasta la novela “El cantor de tango”.

“Creo que, metafóricamente, `Tinieblas para mirar` son cosas encontradas en la oscuridad de un archivo a las que finalmente se puede dar luz”, concluyó Ezequiel Martínez, como los datos ganados pacientemente por su padre a la historia reciente para dar forma a tantas ficciones verdaderas, o las `cosas` (películas, cuadros, documentos) que alberga el primer piso de Carlos Calvo 4319 para que quien quiera conocer los escenarios de Tomás Eloy Martínez.

Medio: Télam

Fecha: 24 de julio de 2014

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