Reproducimos aquí el texto que el cronista y periodista Daniel Riera escribió especialmente para acompañar la muestra fotográfica “Familias” de Alfredo Srur. 

Conocí a Alfredo Srur en el 99 o en el 2000 en una redacción, bien cerca de las oficinas donde los burócratas del Ministerio de Trabajo mantenían sexo duro con obreros despedidos, suspendidos o en huelga. Alfredo me dijo que le había encantado una crónica mía sobre sadomasoquismo y, en honor a nuestra afinidad temática, me contó que había empezado a trabajar en una investigación fotográfica sobre el porno argentino.

Un par de años después, no sé si a fines de 2001 o a principios de 2002, compartimos un asado en la casa de su novia de entonces. Los invitados de honor eran Naomi Klein y su esposo Avi Fischer, que habían venido a hacer un documental sobre el derrumbe argentino. Durante la cena, si mal no recuerdo, Alfredo no habló de sus fotos, que sin embargo hablaban de algo bastante parecido al trabajo que estaban haciendo Klein y Fischer. No sé si era fácil detectar esa analogía entonces. Quince años después, es inevitable.

En algún momento se cansó de su incursión -¿o debo decir “inmersión”?- en el porno argentino, y consideró que había cumplido un ciclo. Por eso estas fotos nunca fueron exhibidas como se debe: algunas se publicaron en una revista, otras en un blog que se perdió en el ciberespacio, ninguna en una pared, ninguna en una muestra. Como si hubiera necesitado olvidarlas. Como si le quemaran. Como si hubiera tenido que dar vuelta la página.

En esa intimidad que consiguió con Paula Rossi, los rusos, Fiamma y Héctor, Alfredo dio testimonio de un profundo desasosiego personal y colectivo. En blanco y negro, por supuesto. El imperativo “¡A cojer que se acaba el mundo!” demuestra aquí sus limitaciones. Sobre todo si mientras cogemos el mundo parece caerse sobre nosotros. Se hace difícil acabar si el mundo acaba antes. Alfredo tomó nota de lo que pasa cuando la vida privada se convierte en pública, el placer se convierte en trabajo y el trabajo, para colmo, está mal pago. Todo eso mientras los argentinos descubríamos el enorme costo social que deviene cuando todo lo que debe ser público se convierte en privado. La combinación entre un desfase y el otro surge, con nitidez, en estas fotos que inevitablemente son, también, fotos de un momento preciso de la Argentina.

Ahora, 15 años después, Paula Rossi, los rusos, Fiamma y Héctor vuelven del exilio. Alfredo decidió desempolvarlas justo cuando en las oficinas del Ministerio de Trabajo recuperan el hábito del sexo duro con obreros despedidos, suspendidos o en huelga. Justo cuando algunos nombres y apellidos recuperan el protagonismo inquietante de entonces. Vuelve a hacer política. Vuelve a dar testimonio. Lo público y lo privado, entonces, y los cuerpos como escenario de una batalla en la cual a menudo, fatalmente, nos toca perder: una batalla que los artistas como Alfredo describen con más precisión y profundidad que periodistas, cientistas políticos y sociólogos. Alfredo no sabe por qué decidió mostrar estas fotos ahora, pero salta a la vista.