El novelista y cronista ecuatoriano Juan Fernando Andrade responde el cuarto cuestionario de El oficio del cronista, la sección que inauguró Ulises Rodríguez y continuó Verónica Abdala y Gloria Ziegler. En cada ocasión, un joven periodista responderá cinco preguntas sobre los elementos que no deben faltar en una crónica, los límites que se tienen a la hora de encarar un tema en particular y cuáles son los rasgos distintivos de una historia que merece ser contada.

JUAN FERNANDO ANDRADE / Foto: Blog de El Pescador

-¿Qué es la crónica periodística?

La oportunidad que tiene un escritor de contar la verdad como si fuera mentira, transferir la noticia al formato relato y, claro, elevar un chisme a la categoría de historia.

-¿Qué tres elementos no deben faltar en una crónica?

Lo primero, para mí, es que la voz del autor pueda distinguirse con claridad, que sus intereses creativos se aten libremente a los del oficio periodístico, y que su estilo se ponga al servicio de lo que quiere contar, no al revés. Lo segundo sería la intimidad, pasar la mayor cantidad de tiempo posible con el personaje o los personajes de la crónica, volverse familia de los entrevistados y luego traicionarlos con honor y cariño a la hora de escribir. Lo tercero tendría que ser el espectador, cuando uno escribe ficción puede darse el lujo de ser hermético, privado, incluso ser insoportable y salirse con la suya y hasta ganar un premio de puro estafador, pero en la crónica el lector debe estar presente desde el título, esto no quiere decir que haya que escribir para todo el mundo, no, quiere decir que la manera en la que escribes debe poder entenderla cualquiera.

-¿Qué límites éticos tiene que tener un cronista?

Prefiero no conocerlos. A mí me gusta pensar que en cada crónica hay alguna mentira o por lo menos un bien intencionado arrebato de la imaginación, pero no quiero saber dónde está, no quiero fiscalizar las crónicas de los demás, sólo leerlas y quedarme con la sensación de que cualquier truco de cámara se realizó por el bien de todos.

-¿Qué debe tener de distintivo una historia para que se convierta en una posible crónica?

Esto es personal e intransferible. Para mí no hay temas grandes ni temas chicos, si un cronista quedó impresionado con una pelea entre vecinas de su barrio, si sabe por qué esos gritos histéricos no han salido de su cabeza, seguramente podrá hacer una gran crónica con ellos.

-¿Qué cronistas contemporáneos te gustan y por qué?

Vamos a hacer un top 5 totalmente arbitrario.

Alberto Fuguet (Chile). Porque inventó su propio lenguaje, digamos que hasta inventó una gramática y una nueva aplicación de la sintaxis, como un español híbrido y futurista. Un texto de Fuguet sólo puede ser de Fuguet, aunque fracasos mediante hayamos varios fuguetianos tratando de imitarlo descaradamente. Y porque sus temas no son “grandes” temas, él puede hacer primeros planos a situaciones que no son naturalmente dramáticas y encontrar en ellas la historia sin fin.

Alberto Salcedo Ramos (Colombia). Porque escribe con mucho ritmo, con sabor, y tiene la humildad y el buen gusto de poner el corazón por encima del cerebro. Sus crónicas son un prodigio de investigación y convivencia, pero a la hora de la verdad, Salcedo Ramos abandona las pretensiones intelectuales y cuenta con la tripa y el humor, es más lector que escritor, Dios lo bendiga por eso.

Leila Guerriero (Argentina). Porque no hay prosa más elegante que la suya ni detalle que pueda escapar a su instinto, una especie de microscopio supersónico que cual espada del augurio le permite ver más, muchísimo más allá de lo evidente. Y siendo tan diplomática como es, tan educada y fina, puede camuflarse en la vida de sus personajes como una espía.

Julio Villanueva Chang (Perú). Porque escribe y edita crónicas blindadas, casi que acorazados periodísticos. En las crónicas de Chang, los hechos -algunos en apariencia muy triviales- se encadenan de tal forma que el lector no puede tener más que una interpretación del asunto (como Hitchcock cuando limitaba los planos de sus películas para que no sufrieran alteraciones en la sala de montaje, a la que no se le permitía entrar), esa por la que Chang trabaja como hormiga y que logra no con opiniones ni juicios de valor sino con verdades.

Rodrigo Fresán (Argentina). Porque parece que vive en otro planeta, uno mucho más divertido y profundo que el nuestro. Cuando Fresán escoge un tema, sea el que sea (un capítulo biográfico de Stephen King o el último disco de Bob Dylan), nos convence de dos cosas, primero de que sabíamos muy poco del tema y segundo de que ese mismo tema es absolutamente crucial para el balance del universo.

Lea Yo también soy el cantante, una crónica de Juan Fernando Andrade.

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*Juan Fernando Andrade nació en Portoviejo. Estudió cine y Televisión en la universidad San Francisco de Quito. Colabora con las revistas SoHo y Mundo Diners, mantiene una columna de cine dedicada al cine en El Diario y administra el blog Cultura B para la edición digital de El Comercio. Sus crónicas se han publicado dentro y fuera del Ecuador, han ganado premios periodísticos y una de ellas será llevada al cine por uno de los directores más importantes del país. Ha publicado los libros de cuentos Uno (2004) y Dibujos animados (2006). Relatos suyos aparecen en antologías reunidas en España, Cuba, Perú y Bolivia. Es el baterista de Los Pescados, power dúo de rock manabita que tiene a su haber el álbum El año del pescado y el EP No somos siameses. En 2010 ganó la Pluma de Oro en el concurso nacional de periodismo Jorge Mantilla Ortega  y una de sus crónicas ha sido llevada al cine por Sebastián Cordero, con quien elaboró el guión para la misma. Hablas demasiado, su primera novela, ha sido considerada como el comienzo de una nueva generación en la narrativa de su país; en 2010 obtuvo la Mención de Honor del Premio Joaquín Gallegos Lara. El autor que marca una nueva propuesta literaria en Ecuador

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