Foto: Paula Salischiker. Tomada en el cementerio de Moisés Ville
Foto: Paula Salischiker.
Tomada en el cementerio de Moisés Ville

Editorial Tusquets acaba de publicar Los crímenes de Moisés Villeuna gran investigación periodística de Javier Sinay, que comenzó con el hallazgo de un artículo escrito por su bisabuelo -pionero del periodismo judío en la Argentina-, y concluyó (si es que puede hablarse realmente de una conclusión) en una historia de la inmigración, de la sangre como mito fundador de un territorio, e incluso del oficio periodístico. Conversamos con el autor, a quien le llevó cuatro años de trabajo sistemático cuestionar y desenterrar memorias que estuvieron ocultas durante más de cien años.

¿Había alguna forma de contar lo que tenías que contar sin incluir tu voz en primera persona?
En todo momento supe que mi voz en primera persona tenía que estar en el texto. Mijl Hacohen Sinay, mi bisabuelo, es un personaje importante en esta historia porque él vivió en la colonia de Moisés Ville en la época de los crímenes y medio siglo después, en 1947, los recordó y los reunió en un artículo periodístico que fue el que, luego de otro medio siglo y un poquito más, me dio pie a mí para generar esta investigación. Al ser Mijl un ancestro mío, mi presencia quedaba expuesta. Por otro lado, pienso que mi propia figura enriquece de alguna manera a la de mi bisabuelo, y viceversa. Es que en este libro hay un diálogo permanente entre las épocas, y ese diálogo también es el que se da entre un bisabuelo y un bisnieto.

En el libro contás tu desesperación por encontrar un ejemplar del diario de tu bisabuelo, Der Vinderkol. ¿Qué otras desesperaciones te atraparon en medio del trabajo?

Hubo varias desesperaciones. La búsqueda de los expedientes judiciales de los crímenes de Moisés Ville –probablemente destruidos en algún momento del siglo XX, o en algunos casos jamás iniciados– me desesperó y todavía me desespera a pesar de que los rastreé en todos los sitios que pude. La desesperación por encontrar información sobre las víctimas más enigmáticas de estos asesinatos también me acompañó a lo largo de estos años. Otras desesperaciones fueron finalmente contenidas y no llegaron al papel, pero han quedado registradas en un Diario de Investigación que llevé a lo largo de las 227 semanas que duró el proceso de preparación, investigación y escritura del libro. Por lo general, las desesperaciones estaban ligadas al hallazgo de material bibliográfico o de cierto personaje para entrevistar. Cuando me contaron sobre Juana Waisman, la nieta de una de las víctimas (Joseph Waisman, asesinado junto a su familia en la noche del 28 de junio de 1897), quise entrevistarla lo antes posible: ella tenía 95 años y yo temía que su destino se burlara de mí. Viajé entonces hasta la ciudad de Rosario –adonde Juana pasaba sus días en un geriátrico– y la entrevisté en la Navidad de 2011. Y hasta que no la tuve delante mío, no me distendí. Después pasamos tres horas charlando (sobre una torta de receta ídishe que terminó convertida en migajas), tres horas que fueron un puro placer periodístico. Juana todavía hoy vive allá, en el geriátrico: podría haberme tomado mi tiempo en contactarla y en abordarla, ahora lo sé, pero en ese momento yo no podía permitirme fallar y reconozco que hubo cierta desesperación por llegar a tiempo a la entrevista. Lo mismo me pasó con Gil Sinay, un sobrino de Mijl Hacohen Sinay que vivía en Santiago de Chile y que tenía 102 años cuando le puse un grabador enfrente; Gil falleció dos meses después de nuestra charla. Otras desesperaciones estuvieron relacionadas con la persecución de fuentes bibliográficas: así, la lectura de los ejemplares del primer año del diario Die Volks Stimme (editado por el periodista Abraham Vermont en Buenos Aires, entre 1898 y 1914) me generó mucha ansiedad hasta que logré verlo en el Instituto IWO.

Posiblemente la conciencia sobre el sentido del trabajo de archivo se vuelva más extraña a medida que crece la ilusión de que en Google o en “la nube” podrá eventualmente encontrarse todo. ¿Podrías contar qué persona eras antes y qué persona sos después de haber hecho semejante trabajo de archivo?

Siempre fui consciente de que Google era una pequeña parte de mi investigación y de que, en cambio, los archivos de papel estaban destinados a ser mis verdaderas canteras de información. En ese sentido, la lectura de los viejos escritos fue conectándolos con otros documentos y armando una trama bibliográfica plagada de referencias, de debates y de alianzas. Lamentablemente, muy poco de todo ese caudal se encuentra en Internet. Pero el esfuerzo de moverse hasta un archivo, un museo o una biblioteca; de tratar cara a cara con un archivista o bibliotecario; de buscar en ficheros; de elegir por dónde empezar y en dónde terminar; y finalmente de revisar los papeles mismos (sean libros, diarios, manuscritos o borradores); es decir, el esfuerzo de dejar de googlear, vale la pena. La información lista para ser encontrada es muchísima, y reveladora. Y haciendo ese ejercicio uno entiende que lo que está en Internet no ha brotado de la nada, sino que es un eslabón más en la cadena de información y conceptualización que une pasado, presente y futuro.

Respecto del crimen de María Alexenicer, transcribís una versión de diario La Nación y otra de tu bisabuelo, de cuya pluma decís que “se dejó llevar por el demonio”. La versión de tu bisabuelo es llamativamente “narrativa”, posiblemente falaz y, a la vez, inolvidable. ¿Será el periodismo narrativo la mejor forma posible de ser fiel a una información, y también de distorsionarla?

El periodismo narrativo es periodismo y en tanto tal debe ser fiel a los hechos: lo más fiel posible. De modo que distorsionar los hechos no es recomendable y yo no avalo esa pulsión imaginativa con la que Mijl Hacohen Sinay “se dejó llevar por el demonio” y exageró algún rasgo en el crimen de María Alexenicer (o Miriam Aliksenitzer). Pero a la vez entiendo que él escribió su artículo en 1947 y que tomó por fuente su propia memoria y la de algunos viejos colonos, y que esas memorias ya estaban un poco erosionadas porque los asesinatos habían ocurrido cincuenta años atrás, o más. Por otro lado, ¿a dónde hubiera ido Mijl Hacohen Sinay a buscar información en aquella época? La organización archivística de nuestra memoria nacional no estaba tan desarrollada entonces, ni era tan accesible. En cuanto al periodismo narrativo, hoy vive una época de oro como género: no le envidia nada a la ficción y tiene enormes recursos para contar cualquier historia. Pero echar mano a sus herramientas, jugar con las posibilidades de la narración de realidad y escribir de modo atractivo no significa que tengamos permiso para falsear los hechos. El desafío es seguir contando esos hechos, cada vez con mayor fidelidad investigativa, cada vez con mayor creatividad formal.

La última pregunta es la misma pregunta que en un momento contás que le hacen a tu abuela: ¿se puede llegar al esclarecimiento de algo que surge en un mundo interior y tenebroso?

Se puede, en parte. Y en parte no. Y es que depende mucho de lo que ese mundo nos deje ver de sí mismo. Si los autores de los crímenes han muerto hace más de un siglo –como ocurre en esta investigación–, entonces dependemos de lo que sus contemporáneos nos hayan dejado y de lo que nosotros mismos podamos, todavía hoy, encontrar in situ: los escenarios que perduran nos pueden contar hoy mismo algo sobre aquellas historias; las lápidas de las víctimas, algo sobre ellas y su entorno; y el relato oral que llega hasta hoy, algo sobre una primera interpretación del asunto. El pasado se cuela en todos lados; y para descubrirlo hay que buscarlo sin prejuicios e insistir con las pesquisas.

Leé un adelanto de Los crímenes de Moisés Ville.

Aquí, la web del libro.

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