Compartimos aquí el texto que Osvaldo Baigorria leyó en la edición de julio de “Esto no es ficción”

“La visita de un amante es lo más delicioso que hay en el mundo” escribió Sei Shonagon cerca del año 1000 d.C.en su diario. Pero ese visitante también podía llegar a portarse en forma vergonzante, como aquella vez en que el Capitán Medio de la División de los Guardias de la Izquierda se quedó a dormir en casa de esta escritora sobre una estera de paja en la cual ella había dejado olvidado su cuaderno personal. Al levantarse por la mañana, el oficial lo sustrajo y así habría comenzado a circular lo que pronto sería conocido como El libro de la almohada, según relata la última anécdota de este clásico de la literatura japonesa, tal vez como un guiño de auto ficción para dar a entender que la autora no quería difundir sus confesiones.

Sei Shonagon fue el apodo de una mujer de no más de treinta años que trabajó como dama de compañía de una casi adolescente emperatriz llamada Sadako durante la era conocida como Heian. Sei podía ser su nombre o su apellido; y Shonagon, el término que designaba su cargo en la corte de Kioto como ayudante de menor rango, según la traductora Amalia Sato. La descripción de su rival literaria Murasaki Shikibu, autora del otro clásico en la misma época, el Romance de Menji, coincide con la imagen que uno puede hacerse al leer este diario: una mujer culta, algo frívola y altiva, creadora de un género híbrido que incluye ensayos digresivos, microrrelatos, catálogos, impresiones, argumentos y pautas de conducta que, en su caso, oscilan entre el pudor y el disparate.

Por ejemplo: detestable será quien se desee salud a sí mismo después de estornudar. Y grato será todo lo que llora de noche, excepto los bebés. Los niños y todos los hombres exitosos deberán ser regordetes, pues si son delgados se sospechará que tienen mal carácter. Raro es que un sirviente no hable mal de su amo. Vergonzoso es el corazón del hombre que cuando está con una mujer con quien se aburre no le demuestra su disgusto sino más bien le hace creer que puede contar con él. Encantadora será “cualquier cosa, si es diminuta”. Y odiosa será esa situación en la que una “ha cometido la locura de invitar a un hombre a pasar la noche en un lugar poco conveniente, y comienza a roncar”.

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